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Hoy las feministas del mundo queremos ser chilenas

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Ha ganado el pueblo de Chile. Chile quiso cambio y es cambio lo que promete la nueva Constitución que se votará el 4 de septiembre. Pase lo que pase, la lucha no ha sido inútil. Allende sigue latiendo en la memoria colectiva como laten los desaparecidos, los asesinatos, las torturas, los hijos arrancados, las mujeres violentadas, los pobres y los desposeídos. Gane Apruebo o Rechazo, el sentir común y el sentido común ha decidido ya enterrar la Constitución pinochetista de 1980. El domingo se le hará un juicio sumarísimo al Chile de las privatizaciones y el Estado subsidiario, la desigualdad endémica y el pánico moral; al Chile criollo, colonial, machista y racista que tanto sufrimiento ha dejado en el camino. El pueblo está preparado.

El cierre de la campaña del Apruebo Dignidad comenzó con gases lacrimógenos y a las pocas horas el caudal de gente en la Alameda era incontenible. El proceso constituyente fue boicoteado desde el principio a base de fake news y bulos que rozaban lo dantesco, insultos, amenazas y una enorme presión mediática. Sucesivas encuestas poco confiables jugaban a la profecía autocumplida dando el Rechazo por descontado. El tablero saltaba por los aires. Ya no se trataba de vaciar ojos a base de brutalidad policial. La revolución había llegado a las instituciones y quedaba en manos de una Convención Constituyente de composición popular que estaba dispuesta a todo. La transformación era tal que resultaba increíble. El centroizquierda chileno, ocupado en buena parte por una generación que se ha considerado ninguneada o expulsada, ofendido, en cierto modo, nostálgico de lo que pudo ser y no fue, ha reproducido como un eco, con matices y ambigüedades, las resistencias de los más conservadores. Las derechas silenciadas han recurrido hábilmente a los egos heridos y a las ensoñaciones paternalistas de quienes se han visto superados por las nuevas generaciones. De entre las figuras conocidas de ese espacio político, mayormente masculinas, solo Bachelet se ha posicionado claramente por el Apruebo en favor de las mujeres. 

De hecho, el vuelco pueden darlo las mujeres, junto a los jóvenes y los nuevos votantes. Fueron ellas las que dieron la victoria a Boric, en Chile, y a Petro y Francia, en Colombia. El malestar de las mujeres, el feminismo popular, material y relacional de las últimas décadas, es el germen revolucionario del siglo XXI. La propuesta constitucional chilena es la más feminista que se conoce. Hace unos años, cuando en España se hablaba de proceso constituyente, algunas planteamos una reforma constitucional en esta misma clave. Hoy no puede haber feminista en el mundo que no quiera ser chilena.

La exigencia de paridad se ha impuesto de tal forma que, aún con la victoria del Rechazo, pocos piensan en la posibilidad de dar un paso atrás. La igualdad sustantiva (no solo la esquelética igualdad ante la ley de nuestro texto constitucional) afectará a todos los organismos públicos y semipúblicos y vendrá acompañada de ajustes razonables que garanticen su efectividad. No se libran ni las organizaciones políticas ni la función jurisdiccional (artículos 163 y 311). La democracia paritaria es, además, inclusiva, de modo que, a todos los efectos, junto a hombres y mujeres, figuran las diversidades y disidencias sexuales y de género (artículos 1, 6 y 25). Aunque en España se ha avanzado mucho en esta materia, su constitucionalización marca una diferencia sustancial porque ofrece un blindaje cuya intensidad es jurídicamente insuperable.

Chile garantiza el derecho a una vida libre de violencias (artículo 27). Nosotros hemos optado por proteger este derecho en el nivel infraconstitucional y hemos tenido la ley de violencia de género más resistida de la historia de España. Resistida por el Poder Judicial, que es el que tendría que hacerla cumplir.

Chile garantiza la educación sexual integral que promueva el disfrute pleno y libre de la sexualidad, la responsabilidad sexoafectiva, la autonomía, el autocuidado y el consentimiento, el reconocimiento de las diversas identidades y expresiones de género (artículo 40). Ahí es nada. Nuestro derecho a la educación, en cambio, deja la puerta abierta a los centros segregados y a una educación religiosa antifeminista y que habla todavía de “ideología de género” (artículo 27).

Quedan garantizados los derechos sexuales y reproductivos, el derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre el propio cuerpo, sobre el ejercicio de la sexualidad, la reproducción, el placer y la autoconcepción, asegurando las mejores condiciones de gestación (artículo 61). Se evitan de este modo las regresiones que estamos viendo en buena parte de Europa, en Polonia y Hungría, sin ir más lejos, los recursos de inconstitucionalidad y las tentaciones atrasistas de las derechas, que también sufrimos en España.

Se reconoce el derecho al cuidado y a la conciliación de la vida personal, laboral y familiar (artículo 46) y se apuesta por un Sistema Integral de Cuidados. En la Constitución española, sin embargo, el locus reproductivo y de cuidados está totalmente inferiorizado, y el ideal del “salario familiar” del artículo 35.1 naturalizó la férrea jerarquía de género tanto en la familia como en el trabajo. Chile asume que el trabajo doméstico y de cuidados es socialmente necesario e indispensable para la sostenibilidad de la vida, el desarrollo social y la actividad económica, y promueve, además, la corresponsabilidad (artículo 49). En España, ha sido el gobierno actual el primero y único que ha reconocido derechos a las trabajadoras del hogar paliando, así, un lacerante vacío constitucional y legislativo. 

Los derechos sociales y laborales están garantizados al máximo nivel (en nuestro país, gracias al artículo 53, no hay ningún compromiso constitucional con su efectividad y judicialización) y se acaba con la brecha salarial de género, algo que se ha conseguido muy recientemente en España por la vía gubernamental, no sin resistencias, y que todavía se pelea en la Unión Europea. 

El derecho al agua, a los consumos vitales básicos, que tanto costó en el espacio internacional y que es una quimera en toda Europa, es ya una realidad en la propuesta chilena. Parece una obviedad que nuestras necesidades más perentorias, sin cuya satisfacción no podríamos subsistir, no deben ser objeto de especulación ni estar en manos de oligopolios. Que el Estado garantice la vida y la salud de sus gentes es lo mínimo que se le puede pedir y es justo lo que la mayoría no hace. He defendido muchas veces que la protección de los comunes está claramente conectada con el feminismo relacional de nuestros tiempos porque el colapso civilizatorio que estamos viviendo lo es también de los valores masculinos asociados al crecimiento desenfrenado y al individualismo posesivo. Y porque son las mujeres las que sostienen la lucha ambiental y defienden el territorio, esa gestión comunitaria del hábitat de la que habla también la propuesta chilena (artículo 52). Una Constitución feminista se toma en serio la función social y la utilidad pública de la propiedad privada, que nunca puede predicarse de la actividad especulativa.

El 4 de septiembre Chile puede cambiar el ciclo de la historia; el futuro de Chile, de sus mujeres, y de todas las mujeres del mundo. Nada de lo que allí suceda nos dejará indiferentes. Todavía hoy muchos asumen que, por definición, cualquier cambio radical es imposible, pero las mayorías han comprendido ya que a veces la historia tiene sus propios planes.

Ha ganado el pueblo de Chile. Chile quiso cambio y es cambio lo que promete la nueva Constitución que se votará el 4 de septiembre. Pase lo que pase, la lucha no ha sido inútil. Allende sigue latiendo en la memoria colectiva como laten los desaparecidos, los asesinatos, las torturas, los hijos arrancados, las mujeres violentadas, los pobres y los desposeídos. Gane Apruebo o Rechazo, el sentir común y el sentido común ha decidido ya enterrar la Constitución pinochetista de 1980. El domingo se le hará un juicio sumarísimo al Chile de las privatizaciones y el Estado subsidiario, la desigualdad endémica y el pánico moral; al Chile criollo, colonial, machista y racista que tanto sufrimiento ha dejado en el camino. El pueblo está preparado.

El cierre de la campaña del Apruebo Dignidad comenzó con gases lacrimógenos y a las pocas horas el caudal de gente en la Alameda era incontenible. El proceso constituyente fue boicoteado desde el principio a base de fake news y bulos que rozaban lo dantesco, insultos, amenazas y una enorme presión mediática. Sucesivas encuestas poco confiables jugaban a la profecía autocumplida dando el Rechazo por descontado. El tablero saltaba por los aires. Ya no se trataba de vaciar ojos a base de brutalidad policial. La revolución había llegado a las instituciones y quedaba en manos de una Convención Constituyente de composición popular que estaba dispuesta a todo. La transformación era tal que resultaba increíble. El centroizquierda chileno, ocupado en buena parte por una generación que se ha considerado ninguneada o expulsada, ofendido, en cierto modo, nostálgico de lo que pudo ser y no fue, ha reproducido como un eco, con matices y ambigüedades, las resistencias de los más conservadores. Las derechas silenciadas han recurrido hábilmente a los egos heridos y a las ensoñaciones paternalistas de quienes se han visto superados por las nuevas generaciones. De entre las figuras conocidas de ese espacio político, mayormente masculinas, solo Bachelet se ha posicionado claramente por el Apruebo en favor de las mujeres.