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En la cabina escondida junto a la meta: así se consigue una 'photo finish' en el Tour de Francia

Bajo el arco mismo de la línea de meta, pero ajenos a cualquier protagonismo, hay una pequeña cabina de quita y pon decorada en amarillo donde se realiza una labor fundamental sin la que no existiría el Tour de Francia. Allí trabajan los hombres del tiempo -son todos varones- y no hacen precisamente partes meteorológicos. Se encargan de cronometrar con precisión suiza -que para eso el patrocinador es una marca de relojes de ese país, Tissot- el tiempo empleado en carrera por cada uno de los participantes y de ofrecer las clasificaciones. Son ellos los que elaboran la ‘photo finish’ que despeja posibles finales igualadísimos con precisión milimétrica. Su mayor logro es que nadie hable de ellos ni los conozca: sería impensable tener que anular una etapa por un error de cronometraje.

Pascal Rossier, responsable del equipo de Tissot, indica que la firma tiene convenios con el Tour de Francia pero también con la Vuelta a España y con la UCI para los campeonatos del mundo anuales de todas las disciplinas, entre otros eventos. El Giro de Italia, sin embargo, ha trabajado este año con otra casa suiza, Tudor. Tener acuerdos de larga duración les permite ir actualizando la tecnología, que es probada siempre antes de la gran carrera ciclista del mundo en un laboratorio para que nada falle a la hora de la verdad. Explica este cronometrador que lo que ahora es altísima tecnología informatizada capaz de procesar 10.000 imágenes en un segundo antes fue un recuento manual, luego mecánico y luego electrónico. Hace algunas décadas la ‘photo finish’ había que revelarla de urgencia en un laboratorio y esperar unos minutos para desempatar un esprint ajustado

En el centro de cronometraje son cuatro personas en servicio. A ellos se les suman otro destinado al control del esprint intermedio de cada etapa -“nos despedimos al principio de la carrera hasta París”, bromea Rossier sobre su colega, físicamente muy alejado del resto- y otro en la pancarta de 3 kilómetros de meta, que es el punto habitual de referencia para la activación del protocolo de final de etapa. Por ejemplo, si alguien se cae o pincha en ese tramo recibirá el mismo tiempo que el del grupo en el que iba. Rossier dirige el equipo y Chloé McGill es la responsable de relaciones públicas.

La pequeña oficina está llena de pantallas y de cables. Allí se reciben y procesan los datos que permiten tener, en muy pocos segundos, una clasificación provisional de la etapa y de la general. En una contrarreloj, un ejercicio que requiere todavía de mayor precisión, ofrecen resultados de las distancias entre corredores en tiempo real. Los técnicos han de conocer a los corredores, que llevan instalado un transmisor de datos en sus bicicletas, para detectar si alguno ha cambiado de máquina o si se la ha cedido un compañero por una avería o similar. 

¿De dónde llegan esos datos? Hay que crear una línea perfecta para la meta. No valen aproximaciones. No puede estar torcida ni un ápice, ya que podría distorsionar un final apretado. “Si esto ocurriera un director podría recomendar a su corredor entrar por el lado más ‘corto’ de la meta, por ejemplo”, razona Rossier. Después, dos cámaras a cada lado colgadas del arco de meta graban ese punto para la toma de imágenes. Hay una tercera solamente en el lado derecho de la dirección de carrera como “back up”, es decir, para tener una copia de seguridad. En la línea de meta hay todo un sistema de detección que lee los transmisores como si de un telepeaje se tratase. Es un montaje “a prueba de calor, a prueba de lluvia y casi a prueba de bombas”, bromea Rossier. Y, sobre todo, es un sistema que se monta y desmonta en tiempo récord para moverlo de ciudad en ciudad durante tres semanas cada día. 

-¿Hay alguna diferencia con la tecnología de la Vuelta o de otras carreras?

-La visibilidad. Éste es el tercer evento deportivo más importante del mundo.

Por su larga experiencia en el Tour, Rossier garantiza que podrían resolver un esprint con una diferencia de “un milímetro”. El precedente más reciente se remonta a 2017. En un esprint, dieron ganador de una etapa con final en Nuits Saint Georges al alemán Marcel Kittel, que distanció en seis milímetros. La pequeña moneda de 1 peseta hasta la llegada del euro, una de las más reducidas del mundo, tenía más del doble de diámetro, 14 milímetros. Dicho de otra manera, la rueda del segundo pasó 0,003 segundos después por el mismo punto. Ese ciclista fue Edvald Boasson Hagen, que ahora continúa corriendo para el equipo Total Energies. “El show no puede parar nunca”, sentencia el cronometrador en jefe.