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Contenedor de opinión de Andar en bici en elDiario.es. También recogemos algunas de las opiniones recibidas y animamos a los lectores a que nos hagan llegar críticas y artículos de opinión. Los recibimos en opinion@andarenbici.com.

Secretos del corazón

El puerto de Lizarrieta

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La genial película de Montxo Armendáriz nos narraba en 1996 las andanzas de Javi, un niño de 9 años, que lleva a su amigo Carlos hasta un viejo caserón deshabitado en las afueras de la ciudad. El misterio que lo rodea es el inicio de una búsqueda, de un aprendizaje que muestra, a través de la mirada del protagonista, el miedo y la fascinación hacia lo desconocido. También nosotros, en nuestra ya lejana infancia, desentrañamos en el país del Bidasoa nuestros propios 'secretos del corazón'. Aunque no se escondían en un viejo edificio, sino en la comarca de 'los valles tranquilos' donde es posible hallar todavía hoy la tranquilidad y el sosiego que, desdichadamente, se ha ido perdiendo en tantos lugares de la geografía hispana.

Y es que en Bera de Bidasoa se encuentran los orígenes de quien escribe, pues 'amona' Victoria vio aquí la luz y en sus calles y hermosas plazas acabó enamorándose de mi abuelo Tomás, nacido en las lejanas tierras conquenses. ¡Qué recuerdos de la niñez cuando el 'abuelito' nos contaba los paseos con Pío Baroja y las historietas del contrabando! La de cosas que no aprendería mi abuelo del vitalista escritor donostiarra…

Dejadme que os cuente, arrastrado por la emoción que me proporcionan los recuerdos, dónde se inició mi pasión por la bicicleta y por los puertos. No sé si esto puede interesar a alguien, pero si solamente sirviera para atraer a la bonita villa de Etxalar a alguno de vosotros, lectores, ya habría merecido la pena el descubriros algunos de mis siempre queridos 'secretos del corazón'. 

Etxalar, rodeada de montañas y con una población que se dedica mayoritariamente a la ganadería, se asienta en un solitario y alejado valle atravesado por la regata de su mismo nombre, deudora del Bidasoa. Vista desde lejos, se muestra como una serie de blancas y sólidas casas de rojos tejados, entre los que sobresale la iglesia y un enorme torreón, rodeado todo de montañas de verdes praderas. Con todo, si por algún motivo es conocido Etxalar, lo es por las palomeras ('usategiak'), en las que se sigue utilizando el sistema de caza de antaño, la pasa de la paloma, documentado desde el siglo XV y mantenido hasta hoy gracias a la tradición y afición existentes en el pueblo. 

Ojalá mis nietos descubran en la bicicleta, más que un deporte, una forma de vivir que les haga tan felices como lo ha sido su 'aitite' sobre esas dos ruedas que le han llevado a deleitarse en paisajes, lugares y, especialmente, personas

No recuerdo con exactitud si eran 6 o 7 los años que tenía cuando me aventuré, en una tarde inolvidable a pedalear con aquella Abelux, tamaño niño, que me habían traído los Reyes Magos, por la carretera que sube a las palomeras de Etxalar. Lo que no he podido olvidar es que me sentía más fuerte que el mismo Loroño (ya sabéis, a uno, que le tira la tierra), dando pedales como un desesperado por aquellas innumerables curvas, mientras el sol se iba ocultando tras la montaña y apenas si podía ver 20 m más adelante. Cuando, por fin, vencido por la falta de luz más que por la dureza de la escalada, decidí que era hora de darme la vuelta y llegar a casa de mis tíos sin que se dieran cuenta de mi ausencia (y sin que mis primos, Jose Mari y Lurdes, se impacientaran y lo contaran todo), me prometí a mí mismo que no me podía hacer mayor sin haber conseguido llegar en bici hasta las palomeras. Tuve que esperar a los 18 años para repetir aquella escena, pero esta vez de día y por la vertiente francesa, la de Sara, que luego he comprobado que es más dura. Mi infancia había acabado, pero mis sueños de niño me habían llevado de nuevo hasta ese collado de Lizarrieta. 

Por eso, si os digo que este puerto es uno de los más maravillosos que he subido en mi ya larga vida de cicloturista, no os engaño, porque, cada vez que me acerco a subirlo de nuevo, reconozco que mis sensaciones de niño siguen ahí, en el corazón, y que la subida es, de verdad, una gozada. El mismo Patxi Vila me confesó una vez que tenía la misma predilección por esta ascensión tan cercana a su casa.

En las revueltas del collado de Lizarrieta es donde un niño bilbaino, lleno de miedo a lo desconocido (os podéis imaginar que entonces por allí no pasaba ni un alma) y a la bronca que le esperaba en casa como se enteraran de que se había atrevido a escaparse con la bici, experimentó el inicio tembloroso de una búsqueda, de un aprendizaje, y se dejó llevar por la fascinación de lo que para él eran las cumbres más altas y los puertos más duros del mundo.

De aquellas escapadas vespertinas, casi anocheciendo para pasar más desapercibido y que nadie se chivara, de aquellos 'secretos del corazón', a la 'locura de las cumbres' que hoy me sigue teniendo atrapado han pasado ya 60 años. Ojalá mis nietos descubran en la bicicleta, más que un deporte, una forma de vivir que les haga tan felices como lo ha sido su 'aitite' sobre esas dos ruedas que le han llevado a deleitarse en paisajes, lugares y, especialmente, personas.

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