Han pasado algunos años, pero Laura (nombre ficticio) aún recuerda a la perfección cómo le hacía sentir el que por aquel entonces era su novio. Solo tenía cerca de 20 años cuando se dio cuenta de que su amigo de la infancia, el que vivía cerca de su casa y que le había visto crecer y quien sus padres conocían, era en realidad un agresor. Junto a él, Laura pasó tres años de insultos, amenazas, y agresiones físicas y sexuales que el susodicho realizaba con la complicidad –y el silencio- del resto del grupo que ambos compartían.
Lo suyo no fue amor a primera vista, al menos no para ella, que al cambiarse de instituto comenzó a salir con el mejor amigo del que años más tarde sería su novio. Tenían 13 años y tuvieron una relación que Laura define como “bonita y casi infantil”. Lo que no sabía es que algo tan inofensivo le podría causar tantos problemas a futuro, puesto que era una de las armas que Andrés (nombre ficticio) utilizaba para hacerle sentir mal por no haber sido él el primero en su vida.
Laura y Andrés lo compartían todo. Vivían cerca el uno del otro, iban al mismo instituto, tenían los mismos amigos y sus padres también se conocían, por lo que no era raro que quedaran los cuatro para cenar de vez en cuando. Esa fue una de las cuestiones que más le dificultó a Laura salir de esa relación.
Como la mayoría de los casos, los comportamientos machistas de Andrés fueron in crescendo. Cuando comenzaron a salir Laura había empezado la universidad, estaba en primero de carrera, por lo tanto, comenzó a tener espacios en los que él no podía participar, aunque quisiera. Hizo nuevos amigos, amigos que veían la situación desde fuera y no se quedaban en silencio al ver comportamientos que no eran comunes –a diferencia de los de su cuadrilla-. Así, Laura comenzó a tener pequeños oasis de libertad cada día.
A pesar de ello, Andrés le llamaba todos los días al salir de clase, pasaban las tardes e incluso las noches juntos. No importaba si ella tenía exámenes o trabajos. Laura recuerda que el único examen que suspendió en la universidad –era muy buena alumna- fue el que hizo la mañana después de que Andrés le estuviera llamando toda la noche. Si no le contestaba al móvil, llamaba a su casa, donde vivían sus padres y no le dejaba colgar, para que así ella le demostrara su amor.
“Yo sentía que no lo hacía bien, que no le demostraba lo suficiente. Yo había estado con otros chicos, pero él también con chicas. La cuestión es que me quería entera y solo para él. Intenté demostrarle que podía confiar en mí, y me esforzaba más y más para demostrar que yo era de confianza y que realmente le quería. Entonces le di mis redes sociales y miraba mi móvil, pero seguía habiendo broncas por cualquier cosa”, recuerda Laura en la cafetería de la universidad, donde nos reunimos con ella para esta entrevista.
Broncas por cosas como comer. Andrés exigía a Laura que adelgazara, hasta el punto de que ambos, junto con el resto del grupo, salían a cenar a alguna bocatería de vez en cuando y ella no podía probar bocado, siempre tenía que decir que no tenía hambre o que se encontraba mal y mirar cómo el resto –incluyendo a su novio- comían y se lo pasaban bien. Al ver eso, Laura se iba al baño a llorar y él le alcanzaba y le decía que se estuviera quieta, que qué iban a pensar sus amigos. En uno de esos episodios, en el que la cuadrilla se había ido a una barbacoa, Andrés incluso le lanzó un trozo de costilla a la cara y le hizo una herida, delante de sus amigos, que decidieron mirar para otro lado.
“Todos veían lo que pasaba, pero nadie hacía nada”
“Él era como una especie de líder. Todos veían lo que estaba pasando, pero nadie hacía nada. Ahora que han pasado algunos años una de las que por aquel entonces era mi amiga me ha pedido perdón por cómo se comportó y cómo guardó silencio y no hizo nada para evitarlo. Mantengo a pocas personas de ese grupo en mi vida”.
Pero lo que más dolor le produce a Laura es recordar cómo Andrés ejercía en ella una violencia sexual que terminó generándole fisuras vaginales y anales.
“Él había tenido siempre mucho odio a la autonomía sexual de las mujeres y ejerció bastante violencia sexual sobre mí. Llegué a tener problemas con la sexualidad porque aparte de obligarme a mantener relaciones sexuales, cosa que luego ya aprendí que era una violación en pareja, muchas veces me forzaba a bajarme los pantalones y venga. La culpa la tenía yo, porque si no quería mantener relaciones sexuales con él en algún momento, era que no le quería. Hubo una temporada en la que yo tenía fisuras vaginales y anales todo el rato y llegué a consumir la pastilla del día después casi cuatro semanas seguidas, porque de no lubricar, de estar siendo forzada, se te rompen los condones. Eso ha sido lo que más me ha marcado de la relación”, rememora Laura.
Un tiempo después, cuando sus propios padres comenzaron poco a poco a darse cuenta de la situación, terminaron por prohibirle la entrada a Andrés a su casa. Seguían juntos, pero ese era otro espacio de libertad que Laura había ganado.
Andrés terminó la carrera y se marchó a otra ciudad a unos 400km de la de Laura a estudiar un Máster. Eso facilitó la situación para ella, que seguía enganchada a la relación, pero para él era más difícil controlarla al estar tan lejos. La llamaba constamente para ver dónde estaba, llamaba a sus amigos a los que no permitía que la vieran en su ausencia –Laura tenía que quedar con ellos a escondidas- y no la dejaba salir de fiesta o con los de clase, algo que como Andrés no podía evitar, Laura se permitía desobedecer.
De esta manera, Laura se fue con sus amigos de clase por primera vez a una casa rural. Recuerda que se lo pasó muy bien, bebieron se divirtieron y acabó con uno de los chicos de su clase. No pasó nada con él, pero eso fue suficiente para darse cuenta de que en realidad lo que sentía por Andrés no era amor. Laura se sintió tan culpable que le llamó enseguida para contárselo. Y así, rompió con la relación.
Lo que seguiría después pasa por el rechazo de toda su cuadrilla, que se posicionó de parte de él, llamándola “guarra” y “puta” por el WhatsApp del grupo y dejándola a ella como la mala de la película. Por suerte, Laura ya contaba con el apoyo de sus amigos de la universidad y el de su familia, que al oír la noticia se alegraron y la apoyaron muchísimo. Con Andrés lejos y ya sin poder controlarla, Laura era totalmente libre. Ahora, años más tarde, no puede evitar sonreír al decir: “Tras cuatro años de maltrato, la universidad me salvó la vida”.