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Arctic Monkeys despide a guitarrazo limpio el Bilbao BBK Live más multitudinario

El grupo británico Arctic Monkeys durante su actuación este sábado en la tercera jornada del festival BBK Live que se celebra en Bilbao

Aitor Guenaga

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Las radios llevaban prácticamente toda la semana recordando que ya no había papel para poder asistir a la última jornada del Bilbao BBK Live. Y era verdad. Un 'sold out' que se notó por la cantidad de gente que subió este sábado desde primera hora de la tarde en los autobuses a las campas de Kobetamendi. En total, más de 120.000 personas, el 35% público internacional -según datos de la organización- se han acercado los tres días de la 17 edición, la más multitudinaria de todas y que ya es historia. Y había razones para ello, entre ellas la actuación de Arctic Monkeys, que rozó la perfección, con un líder como Alex Turner más estrella que nunca, con una actitud propia de los grandes intérpretes de la música contemporánea como David Bowie.

La evolución músical de los Monos Árticos en estos años se ha plasmado a la perfección en su concierto de este sábado en Bilbao. Esa combinación de su inicial garage rock crudo y afilado con las composiciones de trabajos más recientes como The Car (2022) o el experimental y ecléctico Tranquility Base Hotel and Casino (2018). En una mano, los de Sheffield descargaron sus guitarras aceleradas, de garaje grasiento, pero en la otra se adentraron por sus propuestas más experimentales -incluido esos delicados arreglos de cuerda del disco que en directo se ocultan- que evidencia un crecimiento musical que explica por qué siguen en la cresta ola desde que en aquel 2007 arrasaran en los Brit Award británicos con su álbum Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006).

Este sábado eligieron arrancar con Sculptures of Anything, una de sus propuestas más novedosas, y nada desentonó. Porque inmediatamente mostraron en el escenario su crudeza cuando atacaron un tema como Brianstorm, con esas guitarras aceleradas hasta decir basta.

El escenario se vistió para la ocasión, dos enormes círculos blancos en el centro simulando un plato de discos que servían de tercera gran pantalla donde los Monos Árticos brillaban aún más. Y donde la figura de su líder, un Alex Turner vestido con elegancia -traje negro con una camisa blanca abierta con grandes cuellos- se agrandaba por momentos: lo mismo cuando se sentaba al piano para abrir la parte del set más tranquila (ahí sonaron Cornerstone y una Why’d You Only Call Me When You’re High que hizo las delicias de sus seguidores), como cuando dejaba la guitarra y revelaba una pose echada para adelante que solo los grandes saben pasear por el escenario. Turner canta realmente bien, pero este sábado le hemos disfrutado además con una actitud a lo grande: por momentos parecía un dignísimo y elegante heredero de David Bowie, alguien que también supo evolucionar y reinventarse a lo largo de décadas.

De alguna manera lo explican bien en su tema con guitarrazos pesados Don`t sit down ‘cause I’ve moved your chair, de su Lp Suck It and See (2011) que ha sonado esta noche con ese característico y sesentero ¡¡Uh Uh Uh, Ye Ye Ye!!: si esperas sentarte plácidamente para disfrutar de nuestra música de siempre te equivocas porque hemos quitado la silla. Espabila, ni se te ocurra quedarte parado, congelado.

Y el público les siguió el juego de principio a fin. Porque, de alguna manera, es ese jugar al despiste lo que sigue atrayendo a sus seguidores a territorios musicales ignotos. Esos ambientes mucho más obscuros, electrónicos, lounge, con arreglos de viento para dejarse arrastrar por lugares tan desconocidos como atractivos musical y vitalmente. Eso, y no otra cosa, son Sculptures of Anything Goes, 505, Why’d You Only Call Me When You’re High por poner tres ejemplos, frente a la dulce tonada popera como es de principio a fin la canción Cornerstone o la facilona Fluorescent Adolescent.

Pero entonces, como ha ocurrido en el escenario Nagusia del Bilbao BBK Live esta noche, se pasean con chulería y actitud por el escenario con los guitarrazos y los cueros (Mathhew Helders es una máquina del ritmo sin descanso) de temas como Crying Lightning o The View from the Afternoon y rompen de nuevo el ritmo del bolo. Es como si en cada concierto los de recogieran las cartas que estaban boca arriba en la mesa del croupier desde la noche anterior, las barajasen y volvieran a repartir una nueva mano. Y la mano siempre parece ganadora. Con material tan fresco como Mardy Burn, de su primer trabajo, que fue una alegría volver a escuchar en directo.

El rock más pesado

Uno escucha, no sé, la canción Arabella, por elegir una cualquiera, y el homenaje que hacen al tema a los Black Sabbath al incorporar las guitaras del War Pigs y se pregunta: ¿Pero si los de Ozzy fueron, junto con Led Zeppelin, los responsables de transmutar el rock hacia su lado más pesado en los 70, a qué viene eso? Y la respuesta está de nuevo en el mismo sitio: no te sientes en la silla, chaval, que ya no está. Pero son los bellísimos coros que están por detrás o las intensas guitarras las que terminan de cerrar el círculo, de darle sentido a todo. Y el respetable vuelve a apostar por el valor seguro de los de Alex Turner y guitarrista Jamie Cook.

Ellos se dieron cuenta porque reconocieron y agradecieron en numerosas ocasiones a lo largo de la noche lo “fantástica” que era su audiencia, que cuando enfilaba la parte final del bolo, con las canciones 505 y sobre todo Body Point, con una versión que se alargó hasta los 7:30 minutos con un crescendo y ese duelo de guitarras entre Turner y Cook que superó todas las expectativas, esperaba la apoteosis. Todavía hubo más: para los bises guardaron tres joyas: El líder afirmando ante el respetable que quería ser suyo (I Wanna be Yours), la superacelerada I bet you look Good on the Dancefloor y un clásico de su repertorio como R U Mine? Y la gente gritó, saltó y bailo como si estuviera poseída, como si el mundo fuera a acabarse en ese preciso momento.

Y con el With a Little Help From My Friends de Cocker de fondo tuvimos que tomar una decisión rápida y crucial: o IDLES o Young Fathers. Y como hicieron algunos elegimos las dos ofertas musicales. Acertamos. IDLES colocó en el Bilbao BBK Live la propuesta más transgresora y afilada de todo el festival. Su líder y vocalista Joe Talbot se metió a la gente en el bolsillo desde el primer y colosal Colossus, lanzando el micrófono a las alturas como un Roger Daltrey cualquiera, mientras el guitarrista se abalanzaba inmediatamente después sobre las cabezas de la audiencia, salvando el instrumento de milagro (no es una exageración, tuvieron que tirar del cable para traer de nuevo a ambos de vuelta al escenario).

La gente discute sobre si IDLES son post punk, hardcore punk o qué, y su líder, harto ya, saca el dedo y dice Fuck! (una de sus palabras preferidas en directo). Vimos mucha rabia sobre el escenario, a un vocalista que se movía en círculos como si fuera una fiera encerrada en su jaula e inspiración en grupos como Rage Against the Machine, por citar lo evidente. Y mucha capacidad de controlar desde el escenario a sus seguidores: como cuando les obligó a agacharse en el suelo mientras gritaban al viento Fuck the King! Como decía una camiseta del grupo que llevaba un seguidor: “IDLES, hard rock for softies” y nos pareció perfecto.

África en el gueto escocés

Nos hubiera gustado ver la actuación hasta el final, pero nos esperaban África y sus ritmos incandescentes. Aunque, en realidad, los Young Fathers son un grupo escocés, que supo envolver al público con sus ritmos tribales, sus incandescentes vocalistas salidos del bareto del ghetto más negro del Bronx y su hip hop a la africana.

Tras el parón de los últimos años, habían vuelto con fuerza para presentar su último Lp Heavy Heavy. Llegamos a la mitad de la actuación, justo para ver el final de Be Your Lady -que cierra el disco-, I Heard y la magnífica In my View. Lo dieron todo sobre el escenario, y fundieron el hip hop, con los bailes a lo Otis Redding de su vocalista más afro, hasta construir un melting pot sonoro y visual que bebe tanto de Massive Attack como de Animal Collective o de tantas y tantas propuestas que trufan sólidos ritmos de tambores con guitarras y unas voces potentísimas, finas, con registros casi imposibles, como el que desplegó la vocalista y única mujer del grupo en la canción Ululation.

Para cuando comenzó a aparecer el sirimiri en las campas de Kobetamenti, entrada la actuación del dúo noruego Röyksopp -que demoró su arranque casi 45 minutos sobre el horario previsto- el festival había vuelto a la electrónica y al bailoteo. Esto último gracias sobre todo a los cuatro miembros que acompañan al dúo desplegando en primera línea su propuesta de danza moderna, contemporánea (o lo que fuera) que acompañó los desarrollos electrónicos, los consabidos láser discotequeros verdes, azules o rojos, según el momento y el ‘mood’ de la noche.

 Y así siguió hasta el final en Kobetamendi.

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