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La campaña subliminal

El primer recuerdo que tengo de una campaña electoral se remonta a cuando tenía unos ocho años o así. Por aquel entonces, los partidos políticos llevaban pocos años estrenados en el juego democrático y los anuncios de campaña se circunscribían a esos 15 días previos al día de las votaciones. La Junta Electoral solía ser muy estricta en estos temas y supongo que lo seguirá siendo siempre que haya denuncias de por medio. Pero lo cierto es que la cosa ha cambiado y mucho.

Que levante la mano quien esté leyendo esto y sienta que ya estamos en campaña electoral, pese a que todavía quedan un par de meses. Fotos de candidatos, eslóganes, encuentros que parecen mítines, inauguraciones que pudieran ser puros actos electorales pueblan los informativos y las hojas de la prensa diaria. La cosa está que arde, además, desde que han irrumpido nuevas fuerzas políticas que pueden llevarse buena parte del pastel y que, pese a ir de alternativas, hacen lo mismito que el resto. Las nuevas piezas del juego político y, cómo no, las más tradicionales despliegan sus plumas de pavo real para intentar convencernos de que nada será como antes sino mucho, muchísimo mejor, siempre y cuando les demos nuestro voto, claro.

Tenemos, por ejemplo, a nuestro querido Partido Socialista que, después del requiebro de Maite Berrocal e incluso antes, ha poblado las marquesinas del tranvía de la ciudad con primeros planos de sus candidatos sonrientes, pidiendo a los viajeros que pensemos en el futuro mientras esperamos al transporte que nos llevará a nuestra realidad cotidiana. Realidad que una ya no sabe si cambiará mucho o poco con ese voto.

Antes que ellos, esto mismo lo hicieron los candidatos del PNV, con fotos también en las marquesinas del tranvía (se ve que aparecer en ellas te garantiza una visualización extrema), en las que sonrientes aspirantes a la alcaldía y a la Diputación caminaban con paso firme y seguro hacia un futuro soleado en una Vitoria con un panorama político más bien gris.

EH Bildu, de momento, se mantiene más al margen, aunque ya han presentado su plancha en un colorido acto y su candidata a la alcaldía ya ha aparecido también tímidamente en algún medio concediendo entrevistas sobre sus intenciones futuras. Porque la presentación de candidatos, en sí misma, ya es un auténtico acto de propaganda electoral y se aprovecha como tal, por algunos más que por otros.

El lío de Podemos y Sumando Hemen Gaude hace lo que puede. Eso sí, en el ámbito autonómico, hace unos días Juan Carlos Monedero se encargó de escenificar su apoyo a la línea liderada por Roberto Uriarte en una charla en la UPV. Y ya se ha montado el Belén interno porque muchos simpatizantes del nuevo partido súper democrático, transparente y cristalino se han quejado, seguramente con razón, de este movimiento de fichas unilateral. Porque en Podemos no hay sólo un frente abierto, sino varios.

Quien ha dado el do de pecho ha sido el Partido Popular, que ha hecho una apuesta radical en su imagen, eliminando a las gaviotas voladoras por un corazón en azul y blanco, en cuyo interior luce la cruz de San Andrés. Porque llevan a Vitoria en el corazón, no sabemos en cuál, pero la llevan. Y, para demostrarlo, también han usado el tranvía, esta vez en toda su extensión, con su publicidad insertada en todos los vagones. Amén de folletos encartados en el periódico de mayor tirada, campañas y más campañas donde todo lo que viene de fuera es horrible, publicidad en mi buzón y en el suyo, querido lector… Socorroco.

El uso por parte de los populares del logo de la Green Capital levantó ampollas entre el resto de las formaciones, que le acusaron de aprovecharse de un legado que pertenece a la ciudad y no a este partido en exclusiva. Pero, claro, este logo ha aparecido ya en tantos actos electorales de tantas siglas que el argumento deja de tener peso. También el socialista Patxi Lazcoz amenazó con denunciar a Maroto a la Junta Electoral. Pero me pregunto si, en el fondo, el partido de la rosa marchita no ha estado haciendo algo parecido con sus candidatos que, aunque sin logo verde, pedían a gritos el voto desde las marquesinas del tranvía.

Y, entre toda esta publicidad, todos los partidos se tiran los trastos a la cabeza. De pronto, todos son mucho más auténticos que el otro, todos tienen ases bajo la manga, todos conocen las corruptelas del de enfrente y no se cortan en airearlas. Saltan los casos que salpican a las siglas más potentes, las que tienen más posibilidades de llevarse el gato al agua. El caso Hiriko, el de Aitor Tellería, la oficina de San Antonio, la de Ayudas Más (In)Justas, que ahora resulta que se abrió sin licencia, permiso que el PP municipal ha resuelto en un día en una eficaz maniobra…

Total que, al final, esto es como el fútbol, que no hay día en que puedas librarte de tener algún partido en la tele. Y, claro, teniendo en cuenta que nos quedan casi dos meses, siempre he pensado que los mensajes se diluyen entre la ciudadanía por aburrimiento. Pero todavía, me temo, no hemos visto nada de lo que nos espera. Me pregunto cómo se las apañarían sin nosotros si nos diera a todos por marcharnos de aquí.

El primer recuerdo que tengo de una campaña electoral se remonta a cuando tenía unos ocho años o así. Por aquel entonces, los partidos políticos llevaban pocos años estrenados en el juego democrático y los anuncios de campaña se circunscribían a esos 15 días previos al día de las votaciones. La Junta Electoral solía ser muy estricta en estos temas y supongo que lo seguirá siendo siempre que haya denuncias de por medio. Pero lo cierto es que la cosa ha cambiado y mucho.

Que levante la mano quien esté leyendo esto y sienta que ya estamos en campaña electoral, pese a que todavía quedan un par de meses. Fotos de candidatos, eslóganes, encuentros que parecen mítines, inauguraciones que pudieran ser puros actos electorales pueblan los informativos y las hojas de la prensa diaria. La cosa está que arde, además, desde que han irrumpido nuevas fuerzas políticas que pueden llevarse buena parte del pastel y que, pese a ir de alternativas, hacen lo mismito que el resto. Las nuevas piezas del juego político y, cómo no, las más tradicionales despliegan sus plumas de pavo real para intentar convencernos de que nada será como antes sino mucho, muchísimo mejor, siempre y cuando les demos nuestro voto, claro.