Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.
Vitoria patas arriba
La pobre Leticia Comerón, concejala de Espacio Público y Tecnologías de la Información del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, pone un circo y le crecen los enanos. Mientras apura con el látigo a la empresa adjudicataria de las obras de la Avenida Gasteiz para que acabe, no ya en plazo, sino que simplemente acabe de una vez, con la otra aplica una capita de vaselina a los comerciantes de la calle San Prudencio, horrorizados por el resultado de los recientes trabajos de pavimentación que comparan con una pista de aterrizaje.
No hago más que leer a esta muchacha en los medios pidiendo paciencia a los iracundos propietarios de los comercios. A los unos porque meses y meses de obras en la Avenida resienten su facturación en un momento en el que las facturaciones no están para tonterías. Y a los otros porque, ante sus acusaciones de que la arteria parece la M-30, la edil asegura que la céntrica calle va a quedar estupenda después del remate que falta, que será bonito, ecológico y con el que nos ahorraremos un potosí en mantenimiento.
Sobre el papel todo queda estupendo y a los medios, sobre todo escritos, les fascina eso de publicar en primicia las simulaciones que muestren el antes y el después. Pero luego viene la realidad de acometer el trabajo con empresas que tienen el culo pelado de poner mil una excusas para justificar sus retrasos o de, una vez terminado, comprobar que no era lo que uno esperaba.
Desde hace unos años, una ínfima partida presupuestaria permite a los barrios decidir sobre sus propias obras. Y lo demás, es decir, el grueso de la ciudad, lo sigue decidiendo el equipo de gobierno municipal de turno, con más o menos acierto pero siempre de forma unilateral. A veces se estira y ofrece una reunión a los vecinos y comerciantes meramente informativa en la que uno no puede decidir nada porque ya está todo decidido y a la que, ante esta expectativa y dependiendo del clima y de si es día de pintxo pote, acuden más o menos personas. Una vez terminada la obra, normalmente llegan las quejas.
Porque sí, se juntan estos dos factores que generan un caldo de cultivo con similar resultado. Por una parte los ciudadanos apenas podemos decidir sobre cómo queremos que sea nuestra ciudad. Al mismo tiempo, hay quienes desearían que fuera así y otros que opinan que los gobernantes se llevan nuestros impuestos para tomar decisiones, faltaría más. Por otra, los representantes municipales tienden a llevar a cabo proyectos por narices, porque seguramente estén convencidos de que nadie mejor que ellos saben qué nos conviene más. Y porque dejarnos opinar sería un lío de mil pares, pensarán algunos. Esta situación, me temo, seguirá siendo así hasta que la cosa no dé un giro, no tanto quizá político como social, porque los ciudadanos solemos opinar cuando se nos pide la opinión. Así que, hasta entonces, nos seguiremos comiendo las reformas con patatas, a veces nos gustarán más y otras menos, las quejas seguirán siendo portada de los medios durante un tiempo, se olvidarán al cabo de unos días y comenzarán de nuevo a cuenta de otra obra.
Juntando el escaso poder de decisión con la imposición, el resultado es la queja segura, muchas veces con razón y otra por deporte. La vida del comerciante y el hostelero autónomos es una carrera de obstáculos plagada de facturas, impuestos y alquileres. Si a eso se suma que no reciban clientes por una barricada que iba a durar un mes y dura diez, la conclusión es clara. Y la vida del ciudadano quejica por pasatiempo es muy jugosa en nuestra ciudad porque siempre va a tener muchos argumentos en contra de todo. El dolor de cabeza de la pobre Comerón se incrementa con las voces que resuenan en su cabeza y que protestan por todo, fuera como fuera, tuviera la forma y el color que tuviera. Me pregunto si le hablaron de las migrañas cuando le ofrecieron la concejalía.
Quizá, mirándolo desde el punto de vista terapéutico, puede que la queja sobre las baldosas, el pavimento o la cubierta vegetal sea la manera de canalizar la rabia contenida de muchos por tantas otras cosas que leemos a diario y que parece que nos resbalan.
La pobre Leticia Comerón, concejala de Espacio Público y Tecnologías de la Información del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, pone un circo y le crecen los enanos. Mientras apura con el látigo a la empresa adjudicataria de las obras de la Avenida Gasteiz para que acabe, no ya en plazo, sino que simplemente acabe de una vez, con la otra aplica una capita de vaselina a los comerciantes de la calle San Prudencio, horrorizados por el resultado de los recientes trabajos de pavimentación que comparan con una pista de aterrizaje.
No hago más que leer a esta muchacha en los medios pidiendo paciencia a los iracundos propietarios de los comercios. A los unos porque meses y meses de obras en la Avenida resienten su facturación en un momento en el que las facturaciones no están para tonterías. Y a los otros porque, ante sus acusaciones de que la arteria parece la M-30, la edil asegura que la céntrica calle va a quedar estupenda después del remate que falta, que será bonito, ecológico y con el que nos ahorraremos un potosí en mantenimiento.