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La letra escarlata

Ocurrió hace unos días. Caminaba en buena compañía por el centro de Vitoria en busca de uno de los primeros regalos navideños. Una exposición de fotos callejera en la plaza General Loma llamo nuestra atención y nos acercamos a curiosear. Eran instantáneas de gran formato sobre la Rioja Alavesa. Racimos, copas de vino, gente brindando... La belleza del sur alavés en un laberinto de imágenes. La mirada se me fue a uno de los paneles. Una foto de un rostro tapado con un folio blanco. Fuimos hacia ella pensando que seria algún aviso de la organización de la muestra, para cambiarla, retirarla por un error de impresión del texto, no sé, algo ajeno a la imagen.

Delante del panel me di cuenta de que la foto era la cara de una chica árabe con un pañuelo cubriéndole el pelo. El folio que tapaba su rostro había sido pegado con un cello a la altura de la frente, de tal forma que solo se le distinguía el ovalo de la cara, el pañuelo, la barbilla y los hombros. El papel era una fotocopia de un artículo de un periódico y algo que parecía un recibo de un banco o una caja. Algunas partes del texto que contenía habían sido subrayadas con uno de esos rotuladores de color amarillo fluorescente que uno usa para destacar cosas importantes.

Giré la cabeza hacia la derecha para leer el contenido del papel. El recorte de periódico hablaba sobre el fraude de las RGI a cuenta de los inmigrantes y el recibo del banco era un pago superior a 2.000 euros emitido por una entidad pública al titular, cuyo nombre y apellidos árabes aparecían destacados con ese amarillo chillón. Nos miramos un segundo, como no queriendo darnos cuenta de la intencionalidad perversa que encerraba ese papel.

Mi acompañante lo arrancó murmurando “esto ya es la hostia” y lo estrujó en una pelota que tiró a una papelera. Yo quité el cello que quedó pegado en la frente de esa chica anónima, sonriente desde la foto, ajena a la acusación y presente, imagino, para representar al colectivo inmigrante en la Rioja Alavesa. Portugueses, rumanos y marroquíes en su mayoría, según los informes de contratación en origen del sindicato agrario UAGA, que vienen para vendimiar nuestras uvas y que, pese a los esfuerzos de esta organización por que tengan unas condiciones de trabajo dignas, todavía soportan en ocasiones situaciones de esclavitud, como sucedió hace un par de meses en Baños de Ebro.

He intentado ironizar varias veces desde esta columna sobre la cruzada de nuestro alcalde contra argelinos y marroquíes porque, en el fondo, creía que solo era la estrategia de un neocón en busca desesperada de votos para volver a salir elegido en mayo. Sin embargo, esta anécdota verídica que les cuento fue como si alguien me pegase un bofetón de realidad.

No quiero ser como la persona que tuvo el cuajo de atentar contra una exposición callejera con un recorte de tinte xenófobo acompañado de un recibo, con nombre y apellidos que, además, resulto ser un bulo para encender las redes sociales porque se trataba de perceptores a los que se les debían numerosos atrasos de su ayuda. No quiero pensar que todos los ciudadanos de Vitoria piensan como esa persona ni son tan cobardes como ella para esparcir su basura clandestinamente. No quiero pensar que Gasteiz está llena de superhéroes envenenados que actúan sin que nadie les vea para iluminar a personas como yo, oh, pobre ignorante de mí.

No quiero pensar que la mecha electoral que ha encendido Javier Maroto se ha convertido en un fuego real, en la pira donde llevaremos a quemar a todos los que, sin pruebas todavía, pensamos que nos están robando el dinero público. Los grandes ladrones en este país no vienen de fuera. Están entre nosotros y tienen DNI nacional, están empadronados desde que nacieron en este país y hasta puede que tengan ocho apellidos vascos. El verdadero fraude a las arcas públicas ocupa desde hace meses las portadas de los periódicos, con decenas de casos de corrupción ante los que no hacemos nada ni constituimos plataformas ciudadanas de recogida de firmas.

Y también hay otros fraudes que tampoco vienen de fuera y que medimos con otro rasero, el rasero de quien es más listo o lista que nadie. La picaresca que convertimos en esa gesta que contar en la barra del bar. Venga, reunamos pruebas para empapelar al amigo que alquila su piso de VPO, a la madre que no paga sus multas de tráfico, al primo que factura en negro.

Las instituciones deben poner en marcha mecanismos para controlar los errores y los fraudes, lo creo sinceramente. Pero todos, no sólo algunos. Mientras tanto, quiero pensar que vivo en una ciudad con criterio y no en un poblado medieval que rapa la cabeza y cose una letra escarlata a ladrones cuya fama se cimenta en falsos rumores. Quiero pensar que no volveremos a quitar un papel nauseabundo pegado con cello en la cara de alguien. Igual es cierto que soy una ingenua.

Ocurrió hace unos días. Caminaba en buena compañía por el centro de Vitoria en busca de uno de los primeros regalos navideños. Una exposición de fotos callejera en la plaza General Loma llamo nuestra atención y nos acercamos a curiosear. Eran instantáneas de gran formato sobre la Rioja Alavesa. Racimos, copas de vino, gente brindando... La belleza del sur alavés en un laberinto de imágenes. La mirada se me fue a uno de los paneles. Una foto de un rostro tapado con un folio blanco. Fuimos hacia ella pensando que seria algún aviso de la organización de la muestra, para cambiarla, retirarla por un error de impresión del texto, no sé, algo ajeno a la imagen.

Delante del panel me di cuenta de que la foto era la cara de una chica árabe con un pañuelo cubriéndole el pelo. El folio que tapaba su rostro había sido pegado con un cello a la altura de la frente, de tal forma que solo se le distinguía el ovalo de la cara, el pañuelo, la barbilla y los hombros. El papel era una fotocopia de un artículo de un periódico y algo que parecía un recibo de un banco o una caja. Algunas partes del texto que contenía habían sido subrayadas con uno de esos rotuladores de color amarillo fluorescente que uno usa para destacar cosas importantes.