A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.
Las palabras
Cada uno utiliza el lenguaje y las palabras como quiere y reflejan exactamente lo que cada uno piensa. En ocasiones nos equivocamos en su uso y rectificamos, pero cuando el uso de las palabras es siempre igual queda claro que no existe error, sino decisión expresa de quien las usa. La ambigüedad en el uso de las palabras es especialmente dañina en la política. Me resulta repugnante el uso del lenguaje de la izquierda abertzale. Durante años ha tejido un lenguaje paralelo. Ahora se refiere al ‘rechazo de todas las violencias’ para encubrir aquel terrorismo que alentaron y apoyaron.
Parece que nunca existió o que fue un acto consecuencia de algo. Lo importante es buscar una justificación que tape la vergüenza que arrastra la historia de Euskadi. La de 40 años en que un grupo terrorista intentó eliminar a su adversario sin piedad porque sencillamente no era patriota vasco (abertzale), según el criterio de los asesinos. No mataron a más personas porque no pudieron. El grito de “ETA mátalos” era coreado por una buena parte de la sociedad vasca mientras la mayoría miraba hacia otro lado.
Esa es la única realidad y se puede disfrazar como uno quiera. Hay mil maneras de contar las cosas y de manipular la realidad. Entiendo que para la sociedad vasca es cómodo buscar excusas y recurrir a las supuestas causas de un conflicto que nunca existió y que, aunque hubiera existido, no justificaría la vergüenza que arrastramos los vascos por nuestro pasado, porque mataban utilizando nuestro nombre. Son las mismas personas que una y otra vez acusan a los demás de no ser demócratas por no aceptar sus postulados. Es la democracia de dame la razón porque la tengo.
Y la última es la de volver a recurrir a las palabras absurdas para manipular y buscar intérpretes del lenguaje. Así, la izquierda abertzale, Bildu, Sortu, Batasuna o como les guste llamarse mañana, utiliza desde hace cuatro años, cuando ETA fue forzada a dejar de matar, que la violencia no está en su estrategia. Y siempre reiteran lo mismo. El grado de inmoralidad de este término es total. Es el reflejo de que nada ha cambiado en sus mentes y que mañana la estrategia puede ser otra. Es un claro signo de que no renuncian a su pasado. Están ahí pero son lo mismo. No hay muertos y eso me basta, pero tengamos las cosas claras. No hay renuncia a lo que se ha hecho y, mientras esa condena sin excusas no llegue, esos señores convivirán entre nosotros pero que no me vendan ni moralina ni discursos democráticos. Las palabras son claras y sencillas. Ellos eligen lo que dicen.
Cada uno utiliza el lenguaje y las palabras como quiere y reflejan exactamente lo que cada uno piensa. En ocasiones nos equivocamos en su uso y rectificamos, pero cuando el uso de las palabras es siempre igual queda claro que no existe error, sino decisión expresa de quien las usa. La ambigüedad en el uso de las palabras es especialmente dañina en la política. Me resulta repugnante el uso del lenguaje de la izquierda abertzale. Durante años ha tejido un lenguaje paralelo. Ahora se refiere al ‘rechazo de todas las violencias’ para encubrir aquel terrorismo que alentaron y apoyaron.
Parece que nunca existió o que fue un acto consecuencia de algo. Lo importante es buscar una justificación que tape la vergüenza que arrastra la historia de Euskadi. La de 40 años en que un grupo terrorista intentó eliminar a su adversario sin piedad porque sencillamente no era patriota vasco (abertzale), según el criterio de los asesinos. No mataron a más personas porque no pudieron. El grito de “ETA mátalos” era coreado por una buena parte de la sociedad vasca mientras la mayoría miraba hacia otro lado.