Tras la rendición de las fuerzas armadas de Estados Unidos (EEUU) el 6 de mayo de 1942 en Corregidor, Japón se vio libre para extender su ocupación militar por todo el archipiélago filipino. Filipinas era el único país del Pacífico con una comunidad vasca y navarra sólida y consolidada en manos de una potencia del Eje, que no fue ajena a la sublevación militar en España en 1936 y a la victoria del bando rebelde de 1939. De hecho, un gran número de exiliados de la guerra, predominantemente de ideología nacionalista vasca, asumieron la lucha aliada contra la ocupación japonesa como parte de su causa contra el franquismo. La resistencia interna a dicha ocupación y a sus colaboracionistas filipinos fue inmediata. Se trató de un movimiento muy heterogéneo, que iba desde soldados del ejército filipino y norteamericano —huidos de los campos de concentración japoneses o nunca apresados-, a guerrillas financiadas por las fuerzas norteamericanas e incluso comunistas. El movimiento guerrillero no solo luchó contra las tropas japonesas, sino que también proporcionó valiosos informes de inteligencia a los Aliados.
La injerencia del partido fascista Falange Española en el archipiélago, que deseaba controlar a la colonia española, hizo que muchos se desentendieran de la antigua metrópoli ya en 1940, pues la presumible entrada de España en la guerra del lado del Eje podía causar el embargo de sus propiedades. La llegada de los invasores japoneses acrecentaría esto, aunque no fueron recibidos mal al principio, impresión que cambió inmediatamente ante la arbitrariedad implantada por los militares nipones, si bien hubo gente que prosperó con los nuevos ocupantes, entre estos un grupo de pelotaris del Jai-Alai Stadium de Manila (directamente relacionados con el de Shanghái) dirigidos por Teodoro Jáuregui, no pocos de los cuales estaban afiliados a Falange (1). Según Marciano R. de Borja, en su libro Los Vascos en Filipinas en su edición de 2014, concluye que “la mayoría de los vascos [y vasco-filipinos] se opusieron enérgicamente a la ocupación japonesa”. De Borja escribe como algunas familias vascas, como por ejemplo los Elizalde, Luzurriaga o Legarreta, se involucraron en la resistencia directa o indirectamente, mientras otras, como los Uriarte, Bilbao o Elordi, se unieron al movimiento de resistencia en Negros y Bisayas, y otras como Garchitorena, Oturbe u Ormaechea lo hicieron en la Península de Bicol. Entre la población vasco-filipina destaca una de las figuras más conocidas por la historiografía vasca (prácticamente una de las muy pocas hasta la publicación de este artículo, pues se trata de un nicho de memoria muy desconocido), Higinio Uriarte Zamacona, 'Gudari'. Nacido en La Carlota, Negros Occidental, en 1917, de padres vizcaínos, se convirtió en un destacado líder de la guerrilla en la Isla de Negros. De hecho, en 1962 publicó un libro autobiográfico titulado A Basque among the Negros Guerrilla. Uriarte, su primo Hilario Zamacona, y otros vasco-filipinos como Gabi Elordi y Tito Bilbao, fueron a su vez agentes del servicio de espionaje filipino, Allied Intelligence Bureau, que facilitaba información sobre los movimientos de barcos japoneses en Filipinas y hacía de enlace entre la resistencia y la flota de submarinos de la armada estadounidense. Otro miembro de la resistencia en Negros fue Fermín Goñi, de padre navarro y madre castellana. Nacido en 1922 en la ciudad de Iloílo de la Isla de Panay, Goñi participó junto con otras familias vasco-filipinas, incluidos los Isasi, Iturralde o Mendieta, en la guerrilla y colaboró con las tropas estadounidenses. Posteriormente, Goñi serviría en la 82ª División Aerotransportada del ejército estadounidense en Europa. Goñi, que fue entrevistado por uno de los autores de este blog, Pedro J. Oiarzabal, recordaba la impresión que le causó, y que bien pudiera hacerse extensible a la mayor parte de su generación: “Las atrocidades de las que fue testigo tanto en Filipinas como en Europa, la pérdida de familiares y de la inmensa mayoría de sus amigos y compañeros se convertirían en heridas que el tiempo no pudo más que mitigar y de las que rehuía hablar. Su voz se ahogaba en un silencio helador y las lágrimas inundaban sus ojos. Eran las únicas veces en las que le faltaban las palabras para poder expresar lo que sus ojos habían conocido”.
Al finalizar la guerra, se estima que de las 48 provincias del archipiélago solo 12 seguían bajo control total de las fuerzas japonesas de ocupación. El resto estaban bajo control de las diversas guerrillas del país. Estudios realizados después de la guerra cuantifican el número de grupos de guerrilla en unos 277 con un total de 260.000 personas bajo su mando, entre los que destacaron los Huks —guerrilleros campesinos de Luzón central de inspiración comunista- o los Moros musulmanes de Mindanao y Sulu; estos últimos tuvieron ya protagonismo en la cinematografía norteamericana de la mano de Henry Hathaway en La Jungla en Armas (The Real Glory, de 1939, con Gary Cooper). Esta fue quizás una de las poquísimas referencias que la sociedad norteamericana tenía de un escenario tan lejano a comienzos de la Segunda Guerra Mundial (SGM), a pesar de la presencia de importantes fuerzas aeronavales y terrestres bajo la bandera de las barras y estrellas, incluyendo los llamados Philippine Scouts.
La toma de Saipán a primeros de junio de 1944 por parte de las tropas estadounidenses supuso un punto de inflexión en el devenir de la guerra y particularmente en el frente del Pacífico. La suerte para Japón estaba echada, y más desde que perdiese a la mayor parte de su aviación embarcada en la desastrosa batalla del Mar de Filipinas (19-20 de junio de 1944). El general Douglas MacArthur cumplió su palabra y regresó al archipiélago con su ejército el 20 de octubre de 1944. Se estima que solo un tercio de los soldados estadounidenses y filipinos que se encontraban en Filipinas antes de la evacuación de MacArthur continuaban con vida a su regreso.
La ofensiva naval americana y australiana con una fuerza de 300 barcos y unas 1.500 aeronaves inició en el Golfo de Leyte, en las Bisayas, el 23 de octubre la mayor batalla naval de la SGM. Fue el epílogo de la otrora poderosa armada nipona. A partir de entonces, la desesperación japonesa se plasmaría en la organización de ataques aéreos kamikazes por primera vez en el desarrollo de la guerra. La victoria aliada fue inapelable. Tras asegurar las cabezas de playa y con la cobertura aérea y naval, se produjo el desembarco del 6º Ejército en Leyte, el cual estaba formado por unos 200.000 hombres, iniciando una serie de campañas isla por isla, que contaron con el apoyo de las guerrillas locales. Entre aquellos nacidos en EEUU de padres vascos y navarros e identificados dentro del proyecto de investigación “Fighting Basques” que participaron en la Batalla de Leyte, se encuentran, por ejemplo, Julio Urizar (nacido en Andrews, Oregón, en 1924) de la 1ª División de Caballería; Leon Etchemendy (Gardnerville, Nevada, 1918), John Aldax (Evanston, Wyoming, 1919), Matthew Etcheverry (Fresno, California, 1916) y un jovencísimo Paul Laxalt (Reno, Nevada, 1922, que llegaría a ser uno de los hombres más influyentes de su Estado y senador de los EEUU, manteniendo una estrecha relación con el presidente Ronald Reagan) de la 7ª División de Infantería “Bayonet”; Alfonso Sillonis (Mountain Home, Idaho, 1919) de la 24ª; o Louie Etcheberria (El Toro, California, 1923) de la 77ª “Statue of Liberty”. Etcheberry resultó herido en acción el 26 de octubre al igual que Etchemendy, mientras que el sargento primero Sillonis había fallecido en combate tres días antes. Tenía 25 años.
Para diciembre de 1944, las islas de Leyte y Mindoro habían sido liberadas. En enero de 1945, se inició la invasión a Luzón, principal isla de Filipinas, resultando en el aislamiento de las fuerzas japonesas en Bataán, mientras las fuerzas aliadas capturaban Corregidor para finales de febrero. De nuevo nos encontramos el nombre de varios veteranos de origen vasco que participaron en la Batalla de Luzón, como, por ejemplo, Juan Ybarzabal (Meñaka, Bizkaia, 1913) y Ramón Ensunsa (Gooding, Idaho, 1920) de la 33ª División de Infantería; John Basañez (San Francisco, California, 1920) de la 40ª; y Pierre Erramouspe (Rock Springs, Wyoming, 1925) de la 43ª, fallecido en la zona de Boso-Boso el 29 de marzo a la edad de 20 años. Por último, citaremos a Julián Aramburu (Bedarona, Bizkaia, 1917), del 130º Regimiento de la 33ª División, que ganó la Estrella de Plata en la montaña Bil bil, donde perdió una pierna.
Para comienzos de marzo, los aliados se habían hecho con el control estratégico de los puntos clave de Luzón. Ante la fulgurante acometida de las tropas estadounidenses, se ordenó a las fuerzas japonesas abandonar la capital del país, pero parte de ellas rehusaron cumplir las órdenes y otras no pudieron dejarla a tiempo. El 6 de febrero de 1945, los Aliados daban comienzo a la reconquista de Manila. El resultado fue una matanza indiscriminada de civiles cuando las tropas japonesas se refugiaron intramuros. En palabras de Marciano de Borja, “la liberación de Manila fue sangrienta y destructiva. Sólo Varsovia, la capital de Polonia, sufrió una mayor devastación en la Segunda Guerra Mundial. Hubo miles de bajas de civiles [superior a los 100.000]. Las tropas japonesas cometieron todo tipo de atrocidades y se lanzaron a ejecutar una matanza a gran escala, ya que estaban preparados para morir hasta el último de ellos. Éste era un sistema llamado senko-seisaku, un paradigma de tres partes: matar a todos, quemarlo todo, destrozarlo todo. La comunidad española no se libró de la masacre. Se calcula que murieron unos 235 españoles”. También cayeron bajo las armas niponas muchos otros que habían sido hispanizados y formaban una gran comunidad mestiza culturalmente, lo que supuso el final de una época de clara reminiscencia colonial. Entre ellos había numerosos vascos, como las familias Arriola y Lizarraga (2). Manila fue liberada por los norteamericanos el 3 de marzo de 1945. Fue allí donde Higinio Uriarte relató haber visto un carro de combate norteamericano bautizado como Fighting Basques, que da nombre a nuestro proyecto de memoria. Como consecuencia, muy probablemente, de estas atrocidades de las tropas japonesas, Tirso Soloaga Losa inició su colaboración con las fuerzas irregulares filipinas para despejar los últimos focos de resistencia japonesa en Luzón. Soloaga, de padres vizcaínos, había nacido en 1921 en Sigabuy-Davao, Mindanao, pero a una temprana edad regresó con la familia a Durango. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil les forzó al exilio, primero a Francia y después a Filipinas.
Dos años antes, el dictador Francisco Franco había bendecido públicamente, tanto la invasión japonesa como su victoria sobre los Aliados y el gobierno títere de José P. Laurel, en un esfuerzo por consolidar su alianza con las naciones del Eje, aunque posteriormente rectificó ante las presiones norteamericanas. A raíz de los sucesos de Manila, España endureció paulatinamente las relaciones diplomáticas con Japón, empezando por cesar la representación de sus intereses en América y culminando con la ruptura del 11 de abril de 1945 tras decisión del Consejo de Ministros, pero no llevó aparejada ninguna decisión práctica, pues la supuesta declaración de guerra se quedó en el ámbito de la rumorología. Y es que los roces que la colonia española en China había mantenido con los ocupantes nipones de 1940 serían nimios en comparación con el martirio sufrido en Filipinas en 1945. A pesar de los esfuerzos de Falange, era obvio, como dice Florentino Rodao, que los japoneses nunca se esforzaron “en diferenciar entre los amigos y los enemigos” y cita las palabras del embajador de España en Tokio Santiago Méndez de Vigo, quien dijo que se abrió “el fuego con igual furia contra españoles y anglosajones” (3). Un nuevo giro del pragmático general Franco le había llevado a condenar la “barbarie amarilla” contra los españoles residentes en Manila en un intento por ganarse el favor internacional para la permanencia de su régimen en la postguerra. Era momento de aparentar ante los Aliados cierta radicalización y Franco amagó, como siempre. Atrás parecían quedar los tiempos en que consintió la apertura de una red de espionaje nipona en España.
La lucha continuó en lugares remotos de Filipinas hasta la rendición definitiva de Japón en agosto de 1945. La liberación de Filipinas era un paso más en el camino de la victoria final aliada. A mediados de agosto de 1945, las fuerzas de ocupación habían evacuado a Japón al presidente colaboracionista Laurel y a su familia. En la ciudad de Nara, Laurel decretó el fin de su régimen y de inmediato se inició una frenética carrera por localizar a sus colaboradores de la mano de los Cuerpos de Contrainteligencia del Ejército americano. Formando parte de estas unidades hemos identificado a Jean Sallaberry Baratçabal, natural de Zuberoa, nacido en 1914, y a los nacidos en Filipinas (de padres vizcaínos), Román Arruza Asorena, en 1920, y Andoni Aguirre Achabal, en 1921. Aguirre recibiría la Cinta de Liberación de Filipinas con una estrella. Su hermano Sabino Aguirre Achabal, nacido en 1914 en San Francisco, California, también sirvió en Filipinas con las fuerzas aéreas. Le fue otorgada una Estrella de Bronce al poder localizar y evacuar a varios miembros de su familia y conocidos a la zona aliada.
En septiembre de 1945, el máximo responsable militar de la invasión de Filipinas, el general Masaharu Homma, fue arrestado por las tropas aliadas e imputado por 43 cargos de crímenes contra la humanidad, incluyendo la infame Marcha de la Muerte de Bataán en la que perdieron la vida miles de prisioneros de guerra filipinos y estadounidenses. El 26 de febrero de 1946 fue sentenciado a muerte y el 3 de abril fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en las inmediaciones de Manila. Mejor suerte corrió el huido presidente Laurel. MacArthur ordenó su captura por colaboración con el enemigo y fue acusado de 132 cargos de traición, pero nunca llegaría a ser juzgado debido a la amnistía general decretada por el presidente de Filipinas Manuel Roxas en 1948. Continuó en la vida pública y con su carrera política sin haber rendido cuentas por su actividad en pro de Japón.
El 4 de julio de 1946, EEUU reconoció la independencia de Filipinas, poniendo fin a la Commonwealth que había regido el país desde 1935. Aun así, Filipinas siguió recibiendo subvenciones por parte del país americano en concepto de reparación por los daños causados por la guerra. Se ponía fin a cientos años de mandato extranjero desde la llegada de Fernando de Magallanes en 1521, lugar dónde encontró la muerte, lo que, en un giro inesperado de la historia, posibilitó que el guipuzcoano Juan Sebastián Elcano circunnavegase por primera vez la tierra.
(1) Florentino Rodao (2002). Franco y el Imperio Japonés. Barcelona: Plaza & Janés. Pp. 226-227 y 366.
(2) En Nampa, Idaho, parientes de la familia Arriola hicieron misas por su memoria, mientras que la escritora Carmen Güell entrevistó a Elena Lizarraga para su novela “La última de Filipinas”. En 2014 Joan Orendain escribió en Inquirer un artículo sobre las matanzas de las tropas japonesas en Manila.parientes de la familia Arriola hicieron misas por su memoriaentrevistó a Elena Lizarraga para su novela “La última de Filipinas”un artículo sobre las matanzas de las tropas japonesas en Manila
(3) Rodao (2002). P. 249.
Tras la rendición de las fuerzas armadas de Estados Unidos (EEUU) el 6 de mayo de 1942 en Corregidor, Japón se vio libre para extender su ocupación militar por todo el archipiélago filipino. Filipinas era el único país del Pacífico con una comunidad vasca y navarra sólida y consolidada en manos de una potencia del Eje, que no fue ajena a la sublevación militar en España en 1936 y a la victoria del bando rebelde de 1939. De hecho, un gran número de exiliados de la guerra, predominantemente de ideología nacionalista vasca, asumieron la lucha aliada contra la ocupación japonesa como parte de su causa contra el franquismo. La resistencia interna a dicha ocupación y a sus colaboracionistas filipinos fue inmediata. Se trató de un movimiento muy heterogéneo, que iba desde soldados del ejército filipino y norteamericano —huidos de los campos de concentración japoneses o nunca apresados-, a guerrillas financiadas por las fuerzas norteamericanas e incluso comunistas. El movimiento guerrillero no solo luchó contra las tropas japonesas, sino que también proporcionó valiosos informes de inteligencia a los Aliados.
La injerencia del partido fascista Falange Española en el archipiélago, que deseaba controlar a la colonia española, hizo que muchos se desentendieran de la antigua metrópoli ya en 1940, pues la presumible entrada de España en la guerra del lado del Eje podía causar el embargo de sus propiedades. La llegada de los invasores japoneses acrecentaría esto, aunque no fueron recibidos mal al principio, impresión que cambió inmediatamente ante la arbitrariedad implantada por los militares nipones, si bien hubo gente que prosperó con los nuevos ocupantes, entre estos un grupo de pelotaris del Jai-Alai Stadium de Manila (directamente relacionados con el de Shanghái) dirigidos por Teodoro Jáuregui, no pocos de los cuales estaban afiliados a Falange (1). Según Marciano R. de Borja, en su libro Los Vascos en Filipinas en su edición de 2014, concluye que “la mayoría de los vascos [y vasco-filipinos] se opusieron enérgicamente a la ocupación japonesa”. De Borja escribe como algunas familias vascas, como por ejemplo los Elizalde, Luzurriaga o Legarreta, se involucraron en la resistencia directa o indirectamente, mientras otras, como los Uriarte, Bilbao o Elordi, se unieron al movimiento de resistencia en Negros y Bisayas, y otras como Garchitorena, Oturbe u Ormaechea lo hicieron en la Península de Bicol. Entre la población vasco-filipina destaca una de las figuras más conocidas por la historiografía vasca (prácticamente una de las muy pocas hasta la publicación de este artículo, pues se trata de un nicho de memoria muy desconocido), Higinio Uriarte Zamacona, 'Gudari'. Nacido en La Carlota, Negros Occidental, en 1917, de padres vizcaínos, se convirtió en un destacado líder de la guerrilla en la Isla de Negros. De hecho, en 1962 publicó un libro autobiográfico titulado A Basque among the Negros Guerrilla. Uriarte, su primo Hilario Zamacona, y otros vasco-filipinos como Gabi Elordi y Tito Bilbao, fueron a su vez agentes del servicio de espionaje filipino, Allied Intelligence Bureau, que facilitaba información sobre los movimientos de barcos japoneses en Filipinas y hacía de enlace entre la resistencia y la flota de submarinos de la armada estadounidense. Otro miembro de la resistencia en Negros fue Fermín Goñi, de padre navarro y madre castellana. Nacido en 1922 en la ciudad de Iloílo de la Isla de Panay, Goñi participó junto con otras familias vasco-filipinas, incluidos los Isasi, Iturralde o Mendieta, en la guerrilla y colaboró con las tropas estadounidenses. Posteriormente, Goñi serviría en la 82ª División Aerotransportada del ejército estadounidense en Europa. Goñi, que fue entrevistado por uno de los autores de este blog, Pedro J. Oiarzabal, recordaba la impresión que le causó, y que bien pudiera hacerse extensible a la mayor parte de su generación: “Las atrocidades de las que fue testigo tanto en Filipinas como en Europa, la pérdida de familiares y de la inmensa mayoría de sus amigos y compañeros se convertirían en heridas que el tiempo no pudo más que mitigar y de las que rehuía hablar. Su voz se ahogaba en un silencio helador y las lágrimas inundaban sus ojos. Eran las únicas veces en las que le faltaban las palabras para poder expresar lo que sus ojos habían conocido”.