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Santander, 26 de agosto de 1937. El batallón Garellano frena a los italianos en su último combate

7 de julio de 2020 19:05 h

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El 15 de junio del 2012, con motivo de la jura de bandera (española) de 180 civiles en el cuartel de Soietxe (Mungia) en presencia del entonces ministro de defensa Pedro Morenés, el ABC se hacía eco de este acto celebrado en la base del Regimiento Garellano en Bizkaia y resumía una continuidad que le había “ligado al País Vasco desde 1886”. Sin embargo, la información de este diario no se ajustaba al historial real de esta unidad militar que ha perdurado hasta nuestros días en el organigrama del Ejército español, ya que, si bien es cierto que “se disolvió durante la Guerra Civil” (1), también lo es que formó parte como unidad combatiente en el seno del Ejército vasco en el período que va desde el fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 hasta el último combate librado por las fuerzas republicanas en Santander el 26 de agosto de 1937, una acción en la que el Garellano fue, precisamente, su principal protagonista. Ello también contradice la información de la web del Ministerio de Defensa, que señala que su disolución como unidad combatiente se produjo “en 1937, una vez tomado Bilbao por las tropas del General Franco” (2). Para nosotros, obviamente, esto tiene más interés que glosar, como añade el citado diario, las gestas de los 'bizarros' en las campañas de Cuba o Marruecos o la resonancia que su propio nombre —que hace referencia a un río localizado en Italia- tiene como eco de las del propio “Gran Capitán” Gonzalo Fernández de Córdoba allá por 1503. Sin duda, más cercano en el tiempo es el combate que hoy les narramos, oscurecido por la historia y que nos sitúa ante el tercer ridículo de las tropas de Benito Mussolini en el período de seis meses desde Guadalajara, que bien puede añadirse con toda justicia al historial del Garellano, aunque a la postre a nadie interesase en la reorganización de la unidad en la posguerra poner en valor semejante fiasco cuando se libraba un conflicto en Europa donde los italianos, buenos aliados de Franco, se jugaban junto a los nazis la preponderancia del fascismo que pretendían imponer manu militari. O quizás simplemente no lo supiese nadie y a falta de cronistas todo se silenciase; ¡quién sabe! Al fin y al cabo, tampoco existe el historial de muchos batallones vascos más allá de cuatro generalidades con las que alguno ha hecho de la necesidad virtud hasta convertirlas en su tesis, y todas estas cuestiones han ido quedando en un limbo que nosotros, sin prisa ninguna, pretendemos resolver con las herramientas de la microhistoria. Sin duda, las mejores que tenemos.

La cuestión del batallón de Montaña Garellano n.º 4 —que pasó a ser batallón de Montaña Garellano n.º 6 con la formación del Ejército vasco- es, como señala Germán Ruiz Llano en su extraordinario libro (3), la de una unidad sublevada de facto que no llegó a sumarse a la rebelión del 18 de julio de 1936 porque esta fracasó en Bizkaia y sus principales actores, fuertemente influenciados por un conspirador tan señalado como el teniente coronel Joaquín Ortiz de Zárate, que había sido jefe de la unidad entre 1934 y 1935, se vieron pronto depurados. Su jefe por aquel entonces, el teniente coronel Joaquín Vidal Munárriz, se mantuvo leal a la República y partió el 21 de julio al mando de la primera columna que se dirigió a tierras alavesas con el ánimo de llegar hasta Vitoria, pero no pasaron de la localidad de Legutio. Además de varios grupos de milicianos, Vidal llevó con él a una compañía del Garellano y dos secciones de ametralladoras, constituyendo junto a los guardias civiles y de asalto de Bilbao el principal activo de la fuerza que pretendía, en conjunción con otra columna procedente de Gipuzkoa, sofocar la rebelión en la capital alavesa, pero la repentina sublevación de la guarnición de Loiola en Donostia-San Sebastián lo cambió todo (4). A partir de entonces, el frente se estabilizó en el norte de Araba y el Garellano tuvo presencia permanente en Otxandio, Amurrio-Orduña y entre las fuerzas leales que partieron hacia Gipuzkoa.

Una vez fue destinado el teniente coronel Vidal como jefe al frente de Otxandio, el comandante José Anglada pasó a hacerse cargo del mando del Garellano, pero sus simpatías estaban claramente con los rebeldes y con él las de buena parte de la oficialidad, siendo disuelto y posteriormente reorganizado el batallón por orden de la junta de defensa de la capital vizcaína, pasando a situación de disponibles forzosos 16 oficiales y 10 suboficiales; el propio Anglada sería condenado a muerte y ejecutado por traición al estar implicado en una trama de espionaje. Tras la constitución del Gobierno Vasco el teniente coronel Jaime Lámbarri, que se hallaba retirado, pasaría a ser el nuevo jefe de la unidad. Las dos compañías que formaban por entonces la fuerza real del batallón, la 3ª y la 1ª, ya no se moverían de los frentes teniendo como refuerzo a la de ametralladoras y los primeros batallones de milicias que se organizan a modo de columnas, pero van pasando por diversos avatares. En septiembre pasan revista un total de 209 de tropa, de los que 109 se encuentran en el cuartel de Basurto y 100 se encuentran desplegados en Otxandio y Amurrio. En el frente de Tolosa había 27 soldados de la 1ª Compañía. En el mes de octubre de 1936 el contingente del Garellano en Otxandio ha engordado hasta sumar 254 efectivos y en Amurrio 99, además de 41 soldados y cabos de las compañías 2ª y 3ª y otros 10 de la de ametralladoras que se habían incorporado, en esta última columna, al batallón Leandro Carro.

El comienzo del año 1937 es el de la reorganización del batallón dentro del Ejército vasco, siendo interesante descubrir la presencia de nuevos incorporados que se suman al batallón como asimilados bajo la denominación de “auxiliares agregados al Garellano”. Entre estos aparece un suboficial de milicias guipuzcoano llamado José Barcaiztegui Garmendia, que en apenas unos meses estaba llamado a ser el último jefe de la unidad durante el período republicano. En marzo nuestro hombre fue ascendido a teniente e incorporado a la 1ª Compañía. Cuando comenzó la ofensiva del general Emilio Mola del 31 de marzo de 1937 la 3ª Compañía se encontraba en Mekoleta de reserva de todo el frente alavés, pero pronto fue retirada. En las primeras horas del 15 de abril, tras el combate del batallón Arana Goiri en el Saibigain, la 1ª Compañía del batallón, que estaba de reserva en Amorebieta, fue enviada a aquel monte para garantizar su última defensa junto a los restos del batallón Salsamendi, uno de los más castigados de toda la ofensiva rebelde. Sin embargo, durante el contraataque de la mañana la disputada cumbre se perdió definitivamente y al menos ocho soldados de la unidad se pasaron al enemigo, pero no nos consta que sufriesen ninguna baja mortal, por lo que suponemos que evacuaron la posición sin ofrecer seria resistencia. En cambio, el Salsamendi tuvo cuatro muertos y 51 heridos (5). 

Por todas estas cuestiones —y lastrado por una organización que no acababa de terminar nunca-, el mando le convirtió en una fuerza de reserva a la que finalmente no se haría entrar en combate, derivando en una pomposa brigada de montaña cuya entidad real eran tres batallones de dos compañías c/u formadas por personal de reemplazo y a cuyo frente se puso al coronel José Guivelondo, quien situó a sus hombres en segunda línea para defender el Cinturón de Hierro desde Mantuliz, cubriendo la carretera Bilbao-Mungia hasta la zona de Artebakarra (6), si bien orgánicamente dependían de la comandancia militar de Bilbao, cuyo jefe era el coronel Andrés Fernández Piñerúa (7). Tras la pérdida de la villa, que cayó en manos de los rebeldes el 19 de junio de 1937, la unidad perdió protagonismo entre las fuerzas que se retiraban en desbandada hacia Santander, donde se reorganizaría, no sin antes sufrir nuevas deserciones y la pérdida de parte de sus valiosas ametralladoras, que fueron arrojadas al mar a la altura de Kobaron (Muskiz), como relató a su nieto el soldado Esteban Zabala Larrea (8), pero se establecieron definitivamente en el frente de Karrantza-Trucíos a primeros de julio. Es obvio recalcar que el Garellano no desaparece, quedando Barcaiztegui habilitado a comandante intendente y siendo sustituido ocasionalmente en las gestiones administrativas por el alférez Carmelo Barrutia. En la documentación consultada en el Archivo Histórico de Euskadi (AHE) Lámbarri aparece firmando los documentos de la unidad, si bien acabaría difuminándose en los últimos días del Santander republicano y pasándose al enemigo. En aquel momento la fuerza de la que disponía era de unos 200 hombres, manteniendo siempre los efectivos de dos compañías, pero no aparecen en el organigrama de las brigadas y divisiones vascas que hemos podido consultar. La plana mayor del batallón se estableció en Limpias.

Cuando comenzó la ofensiva rebelde contra Santander, el Garellano se retiró de Karrantza para evitar el copo e intentar llegar a Asturias, si bien solo pudo alcanzar, no sin grandes dificultades, la capital de la Montaña. Allí se enfrentaron a los carros Fiat Ansaldo italianos cuyas tripulaciones ya se veían exultantes, teniendo al alcance de su mano la tan ansiada victoria que Mussolini buscaba desde que sus tropas llegaron a España. Lo relata a Historia y Vida Siro Ibáñez Astozaldi, que fuese teniente ayudante del batallón:

 El 22 de agosto de 1937 formé parte de una columna que partió de Carranza (Vizcaya) y alcanzó Santander en una memorable marcha en orden de combate, en territorio ocupado por los italianos, sin perder el contacto con ellos en ningún momento y parándoles en seco en los alrededores de Santander, donde establecimos posiciones —se impuso el orden en Santander a todo el mundo. Un intento de alterarlo por la llamada Quinta Columna quedó cortado de raíz-. Un ataque con carros ligeros que emprendieron los italianos el 25 se resolvió con un contraataque fulminante por nuestra parte dejando en el campo (los italianos) muertos, heridos y se les hicieron prisioneros (9).

Continúa el señor Ibáñez diciendo que la rendición de la ciudad se produjo por parte del “teniente coronel Barcaiztegui”, que estaba investido de los poderes suficientes “como así lo reconoce y acepta el general don Annibale Bergonzoli […] Solo me resta decir que la capacidad de este teniente coronel como militar, como negociador y, por último, como previsor antes de ingresar en el campo de prisioneros y después como prisionero, mi pluma no es capaz de describirlo”.

Nosotros no cuestionamos en absoluto que, una vez desaparecidos los jefes del Ejército del Norte (general Mariano Gámir y luego coronel Adolfo Prada), XIV o vasco (teniente coronel José Gállego) y XV o santanderino (teniente coronel José García Vayas), se delegase en un simple jefe de batallón la responsabilidad de rendir una ciudad como Santander que se había convertido aquel caluroso verano de 1937 en el epicentro y símbolo de la resistencia de la República en el norte, además de acoger a miles de personas que huyeron del País Vasco con lo puesto. Ni tampoco la autenticidad de un relato que, a falta de uno, se apoya en dos testigos que se muestran precisos y fiables, y solo nos llama la atención la cuestión de la graduación de teniente coronel, que no había ostentado nunca hasta ese momento José Barcaiztegui, un teniente habilitado al grado de comandante intendente que de repente se vio al mando por mor de las circunstancias en que se presentó con su batallón en un momento en que no quedaba allí nadie con la más mínima moral de combate. Lo que engrandece el valor de su gesto es precisamente la gallardía de asumir semejante tarea cuando el barco hacía aguas por todas partes y los responsables políticos y militares buscaban desesperadamente una salida hacia Asturias.

No es casualidad que también escribiese a Historia y Vida otro protagonista de aquellos hechos de la rendición de Santander para poner en solfa los muchos méritos de Jose Barcaiztegui, y de nuevo nos encontramos ante un protagonista que los vivió en primera persona. Se trata de Iñigo Martínez-Fortún Saint-Ciriam, domiciliado por aquel entonces en Donostia-San Sebastián y a quien suponemos en contacto tanto con Ibáñez, que vivía en Amorebieta, como con el propio Barcaiztegui, que vivía en Zarautz, por lo que todos ellos tuvieron la fortuna de sobrevivir a la guerra y al cautiverio, manteniendo una relación que sin duda se forjó en aquellas difíciles circunstancias del final del Santander republicano. Y, además, por lo que parece, se llevó consigo algunos documentos. El 25 de agosto de 1937 el señor Martínez se encontraba en el Estado Mayor del teniente coronel Gállego, que fue el último jefe en abandonar la ciudad. Aunque en el relato omite por pura modestia hablar de mismo, parece evidente que se trata de un oficial ayudante del Estado Mayor del Ejército vasco:

 

El día 25 el coronel Gállego sigue en el mando de la plaza. Concede el visto bueno al plan establecido, que a continuación transcribo fielmente: se le confiere el mando de la brigada de choque, cuya base compone el batallón de Garellano núm. 6 [batallón núm 1 en la brigada]. El capitán de estado Mayor portador de este oficio le informará del plan establecido para atacar a los italianos, romper el frente y pasar el mayor número de fuerzas posible hacia Asturias. Ataque con decisión. República, salud y suerte. Santander, 25 de agosto de 1937. El coronel jefe: firmado: Gállego. Hay un sello que dice: Plaza Militar —Mando —Santander. La orden está dirigida a: Don José Barcaiztegui Garmendia, teniente coronel jefe del batallón de Garellano, núm. 6.

Siguiendo con el relato del señor Martínez, en el momento en que los italianos intentaron forzar con sus blindados las líneas gubernamentales en dirección al trazado del ferrocarril Bilbao-Santander se dieron de bruces con los soldados del Garellano, dejando sobre el terreno numerosas bajas vistas, añadiendo que a los prisioneros se les autorizó “a ganar sus líneas ante la imposibilidad de asegurarles un mínimo de seguridad con arreglo al Convenio de Ginebra”. Tras llegar a un acuerdo con Bergonzoli, Barcaiztegui consiguió la capitulación de sus fuerzas acampadas y en orden de revista, que fueron suministradas por los italianos durante varios días en un gesto que ennoblecía a los contendientes hasta el punto de que captó la atención de los numerosos periodistas extranjeros que seguían el eje de las operaciones militares acompañando a las tropas rebeldes (10). Era la segunda vez que las tropas vascas hacían pasar un mal rato a las vanguardias italianas la primera fue en Bermeo-, que en esta ocasión se dejaron llevar por el entusiasmo de la tan traída y llevada “guerra celere”, que fiaba su éxito a la rapidez de sus columnas blindadas, una táctica que solo había tenido éxito en Málaga. Un nuevo disgusto para Mussolini y su yerno Galeazzo Ciano que pudo ser evitado a tiempo para no ensombrecer la tan ansiada conquista de la capital de la Montaña, que se vendió al mundo como un éxito propio al tener no solo la fuerza sino la determinación de rentabilizarlo mediáticamente, algo que no pudieron hacer en Bilbao. Para nuestra pequeña historia quedará el último combate del Garellano, que se produjo en términos de los que enorgullecerse ante un enemigo con ansia de victoria y motivado al que, como ya era costumbre, parecía perderle la euforia. Cuando se produjo la implosión del Ejército vasco y la desmoralización hizo mella en todo el mundo en un momento en el que unos tenían la mirada puesta en Santoña y otros en llegar a Asturias-, una unidad con la que nadie contaba supo mantener el tipo el tiempo suficiente para que la toma de Santander no fuese un correcalles sangriento y el pánico fuese dando paso a la resignación y al drama de unos y la alegría de otros, que ya se aprestaban a recibir a los vencedores con la parafernalia habitual en aquella nueva España que hoy recordamos en blanco y negro.

(1) Villarejo, Esteban. “«Garellano» 45, así es el regimiento donde se jura la Bandera de España en el País Vasco”. ABC, 15/06/2012 (https://www.abc.es/espintentana/abci-garellano-regimiento-donde-jurara-201206150000_noticia.html).

(2) Instituto de Historia y Cultura Militar. “32. Regimiento Infantería ´Garellano´ nº 43, El Bizarro”. 19/12/2018. (https://ejercito.defensa.gob.es/unidades/Madrid/ihycm/Noticias/2018/20181219-32-expo-banderasoldado-ihcm.html).

(3) Germán Ruiz Llano. (2019). Militares y Guerra Civil en el País Vasco. Leales, sublevados y geográficos. Ediciones Beta: Bilbao. Pp. 149-169.

(4) Josu Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla. (2006). El frente de Álava. Primera parte. Del 18 de julio a la batalla de Villarreal. Ediciones Beta: Bilbao. Pp. 21-29.

(5) Guillermo Tabernilla y Julen Lezamiz. (2002). Saibigain, el monte de la sangre. Asociación Sancho de Beurko: Bilbao. Pp. 134-135.

(6) Guillermo Tabernilla y Julen Lezamiz. (2013). El informe de la República por la pérdida del frente norte. Ediciones Beta: Bilbao. P. 129.

(7) Ibídem, P. 159.

(8) Testimonio de Javi Zabala a Guillermo Tabernilla (2020).

(9) “Sobre la capitulación de Santander” en Correo del lector, Historia y Vida n.º 93 (1975). Pp. 44-46.

(10) Ibídem. Miguel Ángel Solla en su libro “La República sitiada. Trece meses de Guerra Civil en Cantabria”, p. 360 (PubliCan: Santander, 2006) recoge el dato del supuesto diario de Bergonzoli publicado en el n.º 89 de Historia y Vida de que fueron a su encuentro para rendir la ciudad el teniente de asalto Francisco Delgado, el capitán vasco Palmiro Ortiz de la Torre y el capitán de carabineros Ángel Portillo.

El 15 de junio del 2012, con motivo de la jura de bandera (española) de 180 civiles en el cuartel de Soietxe (Mungia) en presencia del entonces ministro de defensa Pedro Morenés, el ABC se hacía eco de este acto celebrado en la base del Regimiento Garellano en Bizkaia y resumía una continuidad que le había “ligado al País Vasco desde 1886”. Sin embargo, la información de este diario no se ajustaba al historial real de esta unidad militar que ha perdurado hasta nuestros días en el organigrama del Ejército español, ya que, si bien es cierto que “se disolvió durante la Guerra Civil” (1), también lo es que formó parte como unidad combatiente en el seno del Ejército vasco en el período que va desde el fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 hasta el último combate librado por las fuerzas republicanas en Santander el 26 de agosto de 1937, una acción en la que el Garellano fue, precisamente, su principal protagonista. Ello también contradice la información de la web del Ministerio de Defensa, que señala que su disolución como unidad combatiente se produjo “en 1937, una vez tomado Bilbao por las tropas del General Franco” (2). Para nosotros, obviamente, esto tiene más interés que glosar, como añade el citado diario, las gestas de los 'bizarros' en las campañas de Cuba o Marruecos o la resonancia que su propio nombre —que hace referencia a un río localizado en Italia- tiene como eco de las del propio “Gran Capitán” Gonzalo Fernández de Córdoba allá por 1503. Sin duda, más cercano en el tiempo es el combate que hoy les narramos, oscurecido por la historia y que nos sitúa ante el tercer ridículo de las tropas de Benito Mussolini en el período de seis meses desde Guadalajara, que bien puede añadirse con toda justicia al historial del Garellano, aunque a la postre a nadie interesase en la reorganización de la unidad en la posguerra poner en valor semejante fiasco cuando se libraba un conflicto en Europa donde los italianos, buenos aliados de Franco, se jugaban junto a los nazis la preponderancia del fascismo que pretendían imponer manu militari. O quizás simplemente no lo supiese nadie y a falta de cronistas todo se silenciase; ¡quién sabe! Al fin y al cabo, tampoco existe el historial de muchos batallones vascos más allá de cuatro generalidades con las que alguno ha hecho de la necesidad virtud hasta convertirlas en su tesis, y todas estas cuestiones han ido quedando en un limbo que nosotros, sin prisa ninguna, pretendemos resolver con las herramientas de la microhistoria. Sin duda, las mejores que tenemos.