Este blog pretende ser la primera ventana a la publicación de los futuros periodistas que ahora se están formando en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU. Son las historias que los propios estudiantes de periodismo proponen a nuestros lectores.
Las chicas del primero izquierda: un tercio de las 100.000 prostitutas que ejercen han sido víctimas de trata
Érica (nombre ficticio) tiene 45 años y un rostro que transmite paz y confianza. Su sonrisa y el cariño con el que trata a las personas que la rodean denotan a una mujer buena en todo el sentido de la palabra. Nadie diría que alguien como ella ha conocido de cerca la cara más oscura y perversa del ser humano. Érica ha sido violada, apaleada, maltratada y vendida cómo esclava sexual a los diecinueve años. “Yo no conocía el amor, durante muchos años yo no sabía cómo se sentía el ser amada. El amor que conocí de los hombres era un amor que dolía y que me hacía tener ganas de morir. La primera vez que me violaron tenía nueve años y estaba tan asustada que me quedé cómo tiesa. Recuerdo sentir un dolor tan fuerte en el alma que todavía dura. Se lo conté a mi mamá pero ella insinuó que yo lo provoqué. Me rapó al cero, yo tenía el cabello crespo y largo y ella me dejó calva. Me encerró en casa y me dijo que estando fea ya no volvería a salir a buscar lo que no se me había perdido”, recuerda.
Érica hace una pausa y da un trago a su Coca-Cola, se levanta y ordena los cacharros de la cocina que están en el escurridor. Abre el armario y se queda frente a el durante unos minutos, cómo tratando de convencerse de que está aquí y que está ahora. Está en su casa y está lejos de todo aquello. Se sienta de nuevo y sonríe con los labios, pero no con los ojos, mientras se enciende un cigarrillo. “Ese hombre, gran amigo de la familia, logró convertir esa violación en un cortejo romántico ante mi madre. Le tenía que ver todos los días y ser amable con él. A los doce años ese hijo de puta me llevó a vivir con él y a los dieciséis ya esperaba a mi primera hija. Yo era una niña que jugaba con muñecas. A mí nadie me dijo que eso estaba mal, nadie me defendió, nadie me salvó. Ahora pienso en ese momento y en las ganas de volver allí y coger a esa niña, abrazarla fuerte, llevarla a una casa bonita, al colegio y quererla mucho”, susurró para sí misma. De un brinco y como despertando de una ensoñación Érica se levanta de la silla.
—¡Vámonos pues para conocer a las muchachas!
La primera vez que me violaron tenía nueve años y estaba tan asustada que me quedé cómo tiesa. Recuerdo sentir un dolor tan fuerte en el alma que todavía dura. Se lo conté a mi mamá pero ella insinuó que yo lo provoqué
Afrodita
En el coche de camino al Afrodita Érica retoma su historia con un salto temporal. Recuerda cómo logró escapar de la mafia, que la captó en su Colombia natal, saltando por la ventana de un segundo piso en un club de León. Las chicas fantaseaban con su huida todas las noches. “No era fácil, nos movíamos constantemente de un club a otro y nosotras no sabíamos en qué ciudad estábamos. Ellos tenían tu pasaporte y tu dinero. Cuando alguna chica intentaba buscar ayuda le daban una 'pela' que no la mataba de milagro. Pero lo peor era que amenazaban con matar a tu familia en tu país, te decían que pegarles un tiro no costaría ni 5.000 pesos y que tú serías una puta colombiana más muerta en este país”.
El precio de un sicario en Colombia ronda los 5.000 pesos, el equivalente a 2,50 euros. Según los datos extraídos de un informe elaborado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, durante la década de los noventa se registraron 1.163 casos de homicidios perpetrados por menores de edad. Los niños de la calle son un engranaje más del complejo sistema de trata de personas que azota el país. Este delito posiciona a Colombia en el tercer lugar de naciones más afectadas en América Latina, detrás de República Dominicana y Brasil, según el equipo de la Corporación Espacios de Mujer. En este sentido, La Fiscalía General del Estado apunta a que el 86% de las personas que sufren este flagelo son mujeres y niñas de diferentes razas, condiciones sociales y edades.
En medio del telefonillo del portal de la Avenida de los Castros resalta un pequeño cartel rojo con la inscripción 1º izquierda. Este, es el único preludio de que en este elegante y clásico portal se sitúa un piso en el que se ejerce la prostitución. Detrás del edificio, una cantidad llamativa de toallas blancas señala que se ha tratado de una buena noche de trabajo. En el piso de los Castros nunca se para de trabajar, aquí todo está disponible las 24 horas del día. Alcohol, drogas, juguetes sexuales y mujeres. Lo primero que aprenden las chicas al llegar al piso es a 'taponarse' durante la menstruación. Lo hacen con trozos de esponjas de baño. No poder ejercer durante unos días puede ocasionar la pérdida de los clientes más codiciados. Ejercer la prostitución en un piso es totalmente diferente a hacerlo en un club nocturno. El ritmo de trabajo es más tranquilo, no hay que trasnochar, beber o pasar la noche llamando la atención de los clientes que entran a los clubs. Aquí ellos vienen a buscarlas a ellas.
Érica abre la puerta y Amanda (nombre ficticio) una de sus encargadas la recibe con un informe detallado de la noche. Viste de calle con una bata de flores por encima de la ropa y calza unas zapatillas de peluche. En el recibidor, una elegante mesita de varias alturas, acoge diferentes figuras que aluden a varias religiones. Así, un San Antonio de Padua con un ramo de perejil, sin su niño en brazos, da la bienvenida. El niño está guardado en la nevera, si el santo responde a las plegarias de las mujeres, ellas se lo devolverán. San Antonio convive en armonía con un sonriente y rollizo Buda, con un Maneki Neko o gato amarillo de la suerte chino, con santos, vírgenes y figuras vueltas del revés de origen africano. En este hall de sincretismo cultural descansan las plegarias, ruegos y rezos de las cinco chicas que junto a Érica viven en esta casa y comparten clientes, comida y fe.
Ese hombre, gran amigo de la familia, convirtió la violación en cortejo romántico. Tenía que verle todos los días y ser amable. A los 12 años ese hijo de puta me llevó a vivir con él y a los 16 ya esperaba mi primera hija. Yo todavía jugaba con muñecas
Me llamo Paulina. ¿Y tú?
El telefonillo del piso de Los Castros está modificado para que suene muy bajito y se encienda una luz de aviso en la cocina y en el salón cuando llaman. Ante la señal luminosa
las cinco chicas se levantan vehementes de sus literas y comienzan una actividad frenética pero bien coreografiada. Unas se santiguan, otras besan los escapularios que cuelgan de sus literas. Algunas rezan brevemente con los rosarios mientras se los quitan respetuosamente y los posan en altares improvisados. Todas se quitan las batas o los pijamas y dejan al descubierto unos cuerpos, tan variopintos cómo ellas, ataviados con lencería fina. Las melenas caen al viento al soltar los coleteros, los labios se tiñen de rojo rubí y la nube de perfume que inunda el gran salón es embriagadora. Los tacones de vértigo se ponen al final, mientras esperan en fila a ser llamadas para la presentación ante el cliente. Puestos los tacones, también se ponen la sonrisa en la cara. La primera en desfilar por el largo y enmoquetado pasillo hace las veces de enviada especial tras su vuelta. ¿Es de los habituales?
¿Huele bien? ¿Es muy mayor? ¿Quiere algo raro?. Muchas veces su cara contesta a todas las preguntas de antemano.
Érica da la señal para que la siguiente chica desfile y entre en la habitación donde el cliente espera. “Yo soy Paulina (nombre ficticio) ¿y tu?. Las chicas se llaman cómo quieren, algunas usan los nombres que les gustaría que les hubiesen puesto y otras usan ”nombres de puta cómo Amber, Cristal, o Esmeralda“, afirman. En Afrodita todo debe representar una fantasía para el cliente. Da igual lo que busque, debe encontrarlo aquí. El catálogo de servicios es tan variado cómo el de chicas. Españolas, latinas, chicas del Este de Europa, africanas y transexuales. Érica conoce en profundidad los tejemanejes del oficio y con voz experta constata: ”Las asiáticas tienen sus propios pisos y no se juntan en pisos cómo este. Con los transexuales es difícil trabajar, exigen mucho porque saben que lo valen pero tienen muchos problemas con las chicas. Natacha, la trans que viene aquí, tiene su propio horario y solo viene cuando ya tiene citas previstas. Es con diferencia la que más trabaja. Se ha dejado la polla porque sabe que los griegos son el servicio más cotizado y caro del piso“. Un 'griego' es el nombre con el que se conoce a la practica de sexo anal y tiene un valor de 450 euros.
Bianca es una chica brasileña de 23 años que se siente muy orgullosa de su trabajo. Es una auténtica belleza carioca que podría estar desfilando en alguna pasarela. Sus compañeras en el piso la definen cómo “el sueño de cualquier futbolista” y de hecho muchos de sus clientes lo son. Desde que llegó a España hace tan solo un año ha conseguido sacar a su familia de las favelas y ahora sus padres gestionan tres panaderías y sus hermanos dos taxis. “La primera vez que me prostituí tenía doce años. Yo no sabía que eso era prostitución. Yo solo sabía que mi familia tenía unas necesidades muy grandes y que un vecino me daba comida y algo de dinero de vez en cuando por dejarme tocar los pechos. ¡Y ni siquiera tenía tetas, qué iba a tener ahí! Después quiso más y más. Pero la primera vez que alguien me tocó fue a los nueve años, mientras barría el patio de mi casa. Mi tío se acercó, metió la mano debajo de mi vestido, me metió los dedos en el coño y se marchó oliéndolos. Me quedé ahí pasmada llorando y me oriné encima”, rememora con impotencia.
La primera vez que me prostituí tenía doce años. Yo no sabía que eso era prostitución. Yo solo sabía que mi familia tenía unas necesidades muy grandes y que un vecino me daba comida y algo de dinero de vez en cuando por dejarme tocar los pechos
Tras Bianca, entra a la cocina Paulina (nombre ficticio) una pequeña mujercita rolliza de grandes pechos y con un pelo rubio platino que le llega hasta la cintura. Es su turno de cocinar. Caraotas, arroz blanco y Farofa brasileña que toma prestado de la olla de Bianca. La cocina huele increíblemente bien. Mientras en unas cazuelas se cuece 'fufu' africano, en otras, ebulle sancocho colombiano y en el microondas una merluza da vueltas con una ingente cantidad de cebolla. Paulina no es la chica más agraciada del piso pero es con diferencia la que más 'salero' tiene. Es como un torbellino a pesar de su metro cincuenta de estatura y rebosa felicidad y energía. A diferencia de las otras chicas que viven en el piso, Paulina tiene un horario de trabajo. “Yo dejo a la niña en el cole a las nueve y vengo acá, después la recojo a las cinco y nos vamos al parque. Mi hija tiene la vida con la que soñé de pequeña. Una habitación para ella sola, muñecas y sobre todo amor incondicional y protección. Si algún día a mi hija le hacen algo, mataría feliz por ella. Ella nunca va a pasar por lo que yo pase”, sentencia.
Las del primero izquierda
La edad media en la que las chicas del “Afrodita” empezaron a intercambiar sexo por dinero, comida o favores son los doce años. Sin ser siquiera conscientes de lo que aquello significaba, encontraron en este antiguo trueque, la solución momentánea de sus problemas. Para Poly (nombre ficticio) fue la única realidad con la que convivió durante parte de su infancia y adolescencia. No conocía otra forma de vida y tampoco lo que significaba el placer. Tras su primera menstruación Poly fue mutilada genitalmente en Somalia y desde entonces, para ella, ni los hombres ni el sexo tienen ninguna significación. Poly habla poco pero las cicatrices por todo su cuerpo hablan por ella y de un calvario y un camino que resulta difícil de imaginar. Poly está agradecida de que en España las mujeres puedan trabajar a cambio de dinero. “En África tu padre te cambia por un poco de 'Ugali', nada más”. El ugali es el ingrediente básico en la dieta africana y el único plato que muchos africanos conocen en su vida. Poly está agradecida de que aquí los hombres no le peguen ni la violen y está agradecida porque con Érica y las chicas encontró un hogar.
Mientras las chicas ven la telenovela 'El Clon' en el canal internacional Caracol, algunas toman notas para mejorar su español y repiten las expresiones imitando el acento latino americano. En el caso de Poly la escena resulta tremendamente jocosa. Entre carcajadas y bromas resuena la señal luminosa del salón, pero antes de que las chicas corran a prepararse, Erica avisa que se trata de Fidel, el taxista. Una de las chicas se marcha a una “salida” en un hotel. Fidel la acompañará y volverá para recogerla. Es un hombre de confianza para las chicas y siempre les lleva algo dulce que comer. Nunca les ha pedido nada a cambio de su amabilidad y esto sorprende a muchas de las chicas que aún no se fían de las buenas intenciones de los hombres. Mihalea, una chica rumana con unos ojos azules impresionantes ya está preparada para salir. Mientras en la cocina se escucha la voz ronca y dicharachera de Fidel, las chicas bendicen a Mihaela antes de su partida. Nunca se sabe que puede pasar cuando estás sola ante un hombre que pagó por ti. Érica se siente orgullosa de que en su piso nunca ha pasado nada malo, ella mataría por sus chicas y viceversa. En el Afrodita no hay hombres, ni chulos, ni guardaespaldas. Estas mujeres han aprendido a cuidarse solas y aquí son una familia. Para muchas, la que nunca han tenido. Mihaela se marcha y las chicas
vuelven a su novela, a sus libros o a sus clases improvisadas de español. Los tacones esperan en fila ante la puerta del salón, cómo Bianca salió la primera antes, esta vez le toca a Poly. Pero no ahora. Enfundadas las batas y con sus zapatillas de peluche el salón, el “frodita parece todo menos una casa de citas.
Érica (nombre ficticio) tiene 45 años y un rostro que transmite paz y confianza. Su sonrisa y el cariño con el que trata a las personas que la rodean denotan a una mujer buena en todo el sentido de la palabra. Nadie diría que alguien como ella ha conocido de cerca la cara más oscura y perversa del ser humano. Érica ha sido violada, apaleada, maltratada y vendida cómo esclava sexual a los diecinueve años. “Yo no conocía el amor, durante muchos años yo no sabía cómo se sentía el ser amada. El amor que conocí de los hombres era un amor que dolía y que me hacía tener ganas de morir. La primera vez que me violaron tenía nueve años y estaba tan asustada que me quedé cómo tiesa. Recuerdo sentir un dolor tan fuerte en el alma que todavía dura. Se lo conté a mi mamá pero ella insinuó que yo lo provoqué. Me rapó al cero, yo tenía el cabello crespo y largo y ella me dejó calva. Me encerró en casa y me dijo que estando fea ya no volvería a salir a buscar lo que no se me había perdido”, recuerda.
Érica hace una pausa y da un trago a su Coca-Cola, se levanta y ordena los cacharros de la cocina que están en el escurridor. Abre el armario y se queda frente a el durante unos minutos, cómo tratando de convencerse de que está aquí y que está ahora. Está en su casa y está lejos de todo aquello. Se sienta de nuevo y sonríe con los labios, pero no con los ojos, mientras se enciende un cigarrillo. “Ese hombre, gran amigo de la familia, logró convertir esa violación en un cortejo romántico ante mi madre. Le tenía que ver todos los días y ser amable con él. A los doce años ese hijo de puta me llevó a vivir con él y a los dieciséis ya esperaba a mi primera hija. Yo era una niña que jugaba con muñecas. A mí nadie me dijo que eso estaba mal, nadie me defendió, nadie me salvó. Ahora pienso en ese momento y en las ganas de volver allí y coger a esa niña, abrazarla fuerte, llevarla a una casa bonita, al colegio y quererla mucho”, susurró para sí misma. De un brinco y como despertando de una ensoñación Érica se levanta de la silla.