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La (TRANS)ición empieza en casa

Paula Urrutia

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Suena el despertador. La melodía se adentra por tercera vez en sus oídos y, con un golpe sordo, lo apaga de nuevo. Se levanta con cara de pocos amigos y camina despacio hasta el baño. Después de asearse, se dirige a la cocina, donde espera su madre que le está preparando el desayuno. El desayuno y la verdad.

-Buenos días, Laura. ¿Te has vuelto a quedar dormida? Date prisa o llegarás tarde a clase.

Ahí está. El golpe de realidad. El vello se le eriza nada más escuchar ese nombre de cinco letras. Está harto de ser Laura. Laura en la calle, Laura para los profesores, Laura para su familia. Sujeta con fuerza la taza de café y se lo bebe en cinco segundos. Después de vestirse da un beso rápido a su madre y sale rumbo al colegio. Está deseando encontrarse con su amiga Leire. Ella es, por ahora, la única que le reconoce por su verdadero nombre: Mario.

Cinco años tuvieron que pasar hasta que Mario fue capaz de descubrir realmente lo que le ocurría en su interior. “Es verdad que, aunque no tuviera ni idea de lo que me estaba pasando, cuando pensaba en mi futuro me veía siendo un hombre”, confiesa Mario Estalayo. A los 22 años, a raíz de una relación que mantenía, empezó a darse cuenta de que algo en su interior no iba bien. La chica con la que estaba saliendo en esos momentos tenía un amigo transexual. Fue la primera vez que Mario pudo hablar de sus dudas con una persona trans y rápidamente se sintió identificado. Empezó a buscar videos en YouTube, se informó y descubrió que Laura era un error. Él era Mario, y se sentía como tal. Era un hombre.

El caso de Mario cada vez es más común en jóvenes o personas adultas que sienten disforia de género o desajuste con el sexo biológico que se les ha sido asignado al nacer y se reconocen abiertamente como personas transexuales. Sin embargo, la realidad en los hogares no es tan sencilla.

La familia como pilar fundamental

La edad media con la que un niño o niña comienza a ser consciente de que no se reconoce con el género asignado al nacer es en torno a los cinco o seis años. La primera vez que se habló de transexualidad infantil en un medio de comunicación estatal fue en 2013 en el programa 'Madres' con Eva Witt, emitido en Canal Sur. Esta mujer fue una de las fundadoras de Chrysallis, la primera asociación de familias de menores trans que se crea en España ese mismo año. “Fue hace siete años, no es tanto tiempo. Hasta entonces los niños y niñas trans no habían sido escuchados”, explica Beatriz Séver, integrante de Chrysallis Euskal Herria y también de Naizen, una asociación que agrupa a familias de menores trans en País Vasco y Navarra. Naizen trabaja para la integración social de estos menores y para facilitar un clima positivo y de normalidad en las familias. Beatriz Séver reconoce que la comprensión de los padres y madres es un “paso clave” en el desarrollo interior de estos niños y niñas. En la página web de Naizen se muestra que España, en tan solo diez años, ha dado un salto “histórico” hacia la comprensión gracias a dos elementos decisivos. Por un lado, el desarrollo de una conceptualización sexológica que hace posible comprender la identidad sexual y los hechos de diversidad sexual y, por otro, la llegada de familias que no solo escuchan a sus hijos e hijas, sino que se unen, colaboran, establecen redes y crean asociaciones de familias.

Mario Estalayo recuerda su infancia con una sonrisa en la cara. Sus ojos brillan cuando rememora su pasado. Nunca tuvo miedo. Siempre se disfrazaba de superhéroe, eso sí; jugaba tanto con muñecas como con balones. En su comunión recuerda que el vestido le duró lo mismo que la misa, y en cuanto llegó al restaurante su traje de gala pasó a ser la camiseta del Athletic. Él salió del armario como lesbiana, porque era lo único que conocía y que, por lo tanto, existía. Pero todo cambió cuando empezó a desarrollarse. “El día que me bajó la regla no supe dónde meterme, aquello no me pertenecía. Empecé a comprarme camisas anchas para que no se me marcaran los pechos y en el instituto, recuerdo que sentía pánico cuando nos teníamos que duchar después de la clase de gimnasia”, comenta.

Beatriz Séver explica que en uno de cada mil nacimientos el sexo de la persona no va a coincidir con el que se le asigne al nacer. Para ella y para Naizen ha llegado la hora de “abrir los conceptos”. “¿Saben los menores y, sobre todo, los padres que hay niñas con pene y niños con vulva? Si yo no sé que eso existe no voy a saber qué es lo que me pasa en realidad”, explica la integrante de la asociación vasca.

Cambiar para poder ser

El proceso que estos menores y jóvenes necesitan para ser felices con ellos mismos es fundamentalmente interno, aunque en muchos casos se llevan a cabo los procesos de hormonación y las operaciones para que estas personas puedan ver alcanzado su objetivo tanto por dentro como por fuera. Beatriz Séver advierte: “Los tratamientos hormonales no solucionan la vida, es decir, es mucho más efectivo un trabajo interior de autoestima que al revés”. Una amiga trans de esta miembro de Naizen siempre le dice que las hormonas de “tía buena” no existen. Por más que te arregles el exterior, si el interior no está bien no hay solución.

La terapia con hormonas es un tratamiento progresivo. Sus resultados dependen de muchos factores: edad, genética familiar, características físicas... Muchas veces esta opción no es suficiente para obtener los cambios deseados. La altura y rasgos faciales, por ejemplo, no se modifican con las hormonas; es por ello que muchos jóvenes recurren a las operaciones. “Siempre quise hormonarme, me parecía necesario para que mi apariencia se correspondiera con el hombre que siempre he sido por dentro”, explica Mario Estalayo, que comenzó con el proceso desde hace un año y medio. Consiste en inyectarse las hormonas cada 21 días y realizar revisiones cada seis meses, ya que las hormonas son muy fuertes y el hígado puede verse afectado. “Lo cierto es que el proceso es bastante largo. Te mandan estar dos años en psiquiatría, para que decidan si puedes hormonarte o no. Después te derivan al endocrino para ver si estás bien de salud. Las citas con el endocrino pueden tardar meses en llegar”, argumenta.

Esta necesidad de pasar por un psicólogo o psiquiatra que determine los pasos a seguir de los jóvenes trans supone un foco problemático en el país. Laura Montero es psicóloga graduada en la Universidad de Deusto y actualmente cuenta con un centro de atención psicológica en Castro Urdiales. “Creo que no es necesario que una persona pase por un proceso psicológico para poder hormonarse. El propio joven sabe cómo se identifica de verdad, aunque siempre que se da el caso nunca voy a reconocerlo ni a tratarlo como una enfermedad”, advierte la especialista.

Pueden pasar entre uno y tres años hasta que los resultados comienzan a verse. Los cambios que se pueden producir en el cuerpo de estos jóvenes son varios. En las mujeres trans se pueden observar durante los tres primeros meses la disminución del deseo sexual y de erecciones espontáneas, así como la reducción del tamaño de los testículos. Aumenta el tamaño y la sensibilidad de las mamas y la grasa corporal se redistribuye hacia las caderas. Los hombres trans, por otro lado, empiezan a concentrar su grasa corporal en el abdomen, el clítoris aumenta de tamaño y se produce la atrofia y sequedad vaginal. Los cambios en la voz y la caída del cabello se producen alrededor de los seis meses de tratamiento.

Avance irregular

Los objetivos que se están obteniendo en España son escasos y tardíos. No fue hasta el año pasado, el 27 de junio de 2019, cuando el Parlamento vasco promulgó la Ley de No Discriminación por Motivos de Identidad de Género y Reconocimiento de las Personas Transexuales. El fin es suprimir los informes psiquiátricos que hasta ahora son obligatorios para demostrar la identidad sexual de las personas trans.

Para Beatriz Séver, la Ley de Navarra es el ideal al que todas las comunidades autónomas deben llegar. “De momento, la que tenemos en Euskadi, la de 2012, fue pionera pero con el tiempo ha quedado obsoleta”, informa. Los Servicios de Salud de Navarra dieron paso a la eliminación del requisito de pasar por psiquiatría para acceder a tratamientos hormonales. La integrante de Naizen se muestra optimista y fija en esa Ley la meta a la que el País Vasco debe llegar.

José Miguel Rodríguez es psicólogo y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, además de facultativo en la Unidad de Identidad de Género de Madrid. Tras más de 1.200 casos de personas trans que han acudido a su consulta, el profesor expresa que España es un país avanzado en visibilización trans: “Salvo los países escandinavos, España es posiblemente el más avanzado de Europa. Existen tratamientos médicos legales desde 2002 y el cambio legal de sexo y nombre fue posible en 2007”, comenta.

Cruzar el charco

Si existe un lugar al otro lado del planeta donde la transexualidad está a la orden del día, ese es Argentina. Allí se publicó en 2012 la Ley de Identidad de Género, que garantiza el libre desarrollo de las personas conforme a su identidad de género aunque esta no corresponda con el sexo asignado al nacer. Lo que revolucionó este país fue que la ley no solo garantiza la rectificación registral del sexo y el cambio de nombre, sino el pleno derecho a una salud integral, tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas sin requerir autorización judicial o administrativa. Es suficiente el consentimiento firmado de la persona en cuestión.

Cristina Catsicaris es una pediatra argentina que trabaja en el Hospital Italiano de Buenos Aires. Esta mujer defensora de los derechos LGTB expresa el orgullo que siente de su país. “Argentina es el primer país en reconocer el matrimonio igualitario en América Latina, otorgando a las familias homosexuales los mismos derechos que poseen las familias heterosexuales”, informa. La pediatra explica que la despatologización por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018 en relación a la identidad trans, sacándola así de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), es una noticia muy positiva para el mundo.

En Argentina, muchas Organizaciones Gubernamentales y No Gubernamentales están realizando un trabajo activo para alcanzar una sociedad equitativa, y para facilitar el camino a los jóvenes transexuales de cara al futuro. “La sociedad y el colectivo trans están luchando para combatir las estadísticas. En los últimos diez años, según el Ministerio de Salud, se triplicó la cantidad de personas trans que estudian y de un 58% pasó a ser un 87%”, apunta Cristina Catsicaris.

Una mirada al futuro

Se considera que basta con que un joven se sienta trans para que lo pueda ser con libertad, pero muchas veces no se es consciente de que estos niños y niñas necesitan el apoyo principal de sus familias. La asociación Naizen tiene claro que con quienes hay que realizar las tareas propuestas por la asociación son los padres: “Nuestro hijo o hija necesita que le veamos como lo que es. Si me está pidiendo un vestido a mí me tiene que dar igual si es una niña con pene o si es un niño al que simplemente le gusten los vestidos. Si insiste y es su felicidad, adelante”, comenta Beatriz Séver. Para ella siempre que existan personas que no apoyen al colectivo, continúen los acosos en colegios, las negaciones por parte de las familias y agresiones por la calle; si cualquier niño o niña tiene que acudir al psicólogo porque lo que es no está aceptado, los jóvenes trans jamás se sentirán seguros del todo.

Mario Estalayo estudia el Grado Superior de Soldadura y Calderería en el centro Nicolás Larburu, en Barakaldo. Ahora tiene 24 años, se cortó el pelo, su voz ha cambiado y es más grave. Hace dos meses se sometió a una mastectomía, pero antes de ello necesitó mucha ayuda psicológica. “He estado años en depresión, pero no sólo por mi identidad de género. Cuando era niño no sabía ni siquiera que la transexualidad existía y tengo miedo a que muchos jóvenes como yo no puedan ser quienes son por culpa de una sociedad anclada en el pasado”, expresa. Pero su cambio, su (trans)ición, ya ha comenzado. Y eso lo sabe porque ahora cuando vuelve a casa no siente vergüenza, no se le eriza el vello y no tiene por qué dudar. Ya sabe lo que va a escuchar en cuanto entre por la puerta:

-Hola Mario. ¿Qué tal ha ido el día? -, pregunta su madre mientras se dan un fuerte abrazo.

Suena el despertador. La melodía se adentra por tercera vez en sus oídos y, con un golpe sordo, lo apaga de nuevo. Se levanta con cara de pocos amigos y camina despacio hasta el baño. Después de asearse, se dirige a la cocina, donde espera su madre que le está preparando el desayuno. El desayuno y la verdad.

-Buenos días, Laura. ¿Te has vuelto a quedar dormida? Date prisa o llegarás tarde a clase.