Este blog pretende ser la primera ventana a la publicación de los futuros periodistas que ahora se están formando en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU. Son las historias que los propios estudiantes de periodismo proponen a nuestros lectores.
Las vidas que se esconden detrás de la manta de la venta ambulante
Salió de Senegal hace seis años. Andando. Primero llegó a Burkina Faso. Siguió caminando. Después llegó a Mali. Siguió caminando. Después llegó a Libia. Solo, bajo la luz del sol y sin nada más que sus piernas, cansadas y doloridas. Siguió caminando. Dejó un infierno atrás para encontrar otro por el camino. Vejaciones y abusos por parte de los ciudadanos y, sobre todo, la Policía. Solo en busca de una oportunidad. Dos meses tardó en recorrer el país africano para llegar a la tan esperada Europa. Su primer contacto con occidente, Italia. Un nuevo idioma y nuevas costumbres pero ninguna oportunidad. Más abusos, más vejaciones. Un año entero tardó en salir del país transalpino. Cuatro días en patera para llegar a su, hasta el momento, último destino: Bilbao. Carpintero de oficio y mantero de profesión Babacar Fall, recién cumplidos los 29 lleva cuatro años viviendo en la capital vizcaína. Su trabajo de mantero es lo único que tiene para mantener a sus hermanos, tíos y abuelos, que tuvo que dejar en Senegal. Sabe que ahora está en el mejor momento de su vida pero asegura que no se la desea a nadie.
A Mamadou Ndiaye también le tocó migrar en cayuco desde Senegal a Marruecos en ese viaje inhumano de siete días donde tantos pierden la vida en el océano. Quería que “el sueño de oro europeo” del que tanto se comentaba entre los chicos del pueblo se hiciera realidad, el cual después vio que distaba mucho de la realidad. Todos los testimonios recogidos aseguran “sentirse muy agradecidos por el pueblo vizcaíno”, dicen ser “el lugar donde mejor les han tratado” y más oportunidades han encontrado.
La llegada de estas personas migrantes es muy diferente, llegan de todos los lados del mundo, algunos con visado, otros sin él. Aunque con un objetivo común. La barrera lingüística es un problema. Amadou Diouf es tesorero en la asociación de Mbolo Doyle, asociación para la protección de manteros en Bilbao. Su historia es ligeramente diferente a la de sus compañeros, él llegó en avión y sí que tenía visado. Dejó la vida de mantero atrás hace dos años y ahora colabora en la asociación para luchar por los trabajos de estos migrantes. Asegura que “nadie se mete a mantero por gusto”, sino porque es la única oportunidad que tienen de “ganarse la vida”. “La mayoría de veces es vender en el 'top manta' o vender drogas, y nadie quiere acabar ahí”, cuenta Amadou Diouf.
Las 'mafias'
Es creencia popular es que el trabajo de estas personas migradas tiene detrás mafias, pero nada más lejos de la realidad. Abdoulaye Diallo llegó a España desde Senegal hace 4 años, pasó siete días escondido debajo de un camión para llegar a la costa y subirse a una patera huyendo de su país. “Las mafias son las que nos traen hasta aquí, lo que nosotros hacemos es legal”, asegura el senegalés. Abdoulaye consigue su mercancía a través de “un amigo en Tailandia”, dice que “él recibe el dinero y de vuelta le manda la ropa”, aunque asegura que no tiene otra que fiarse, “a veces llega y a veces no, pero el dinero nunca se devuelve”.
Amath Ndiaye, también senegalés, frecuenta mucho las calles del Casco Viejo para trabajar. La técnica de Amath, aunque menos metódica, es igualmente legal. “Cojo parte de lo que gané el día anterior y voy al 'chino', compro lo que necesito y lo pongo a vender”, explica el joven mantero. “Nosotros no trabajamos con mafias, aunque ellas nos persiguen”.
Babacar Fall recuerda una vez que se pusieron en contacto con él. Le prometieron unos papeles a cambio de una cantidad realmente ingente de dinero. Cuando el joven pagó y llegaron sus papeles se dirigió a las autoridades para validarlas pero, para su sorpresa, “los papeles eran falsos” y le multaron por ello. “Es a ellos a quien habría que perseguir, no a nosotros; ellos son las mafias, no nosotros”, denuncia el senegalés.
Ley de extranjería
Amadou Diouf, el tesorero en la asociación de Mbolo Doyle, comenta que “una persona que se dedica al 'top manta' lo hace porque la ley de extranjería le obliga a ello”, pese a que uno “llegue a España con ganas de trabajar y de integrarse en la sociedad”. Si no existiera esta ley, “se dedicarían a su propio oficio”, explica el senegalés, que recalca que ellos no se dedicaban a vender en Senegal, sino que han empezado a hacerlo aquí.
En el momento de elaboración del reportaje, la ley marcaba que en circunstancias excepcionales, es decir, personas indocumentadas puede obtener una autorización de residencia y trabajo de un año si: tiene 3 años de residencia en España, alta continuada, contrato de trabajo de al menos un año, salario mínimo interprofesional garantizado en 14 pagas (esto significa al menos 900 euros al mes), el empleador es solvente, y en el caso de una empresa, no hay pagos pendientes (se debe presentar un estado de pérdidas y ganancias o la solvencia financiera al banco de prueba).
Este último cambió en la Ley de Extranjería se dio en 2009. Anteriormente a esto las personas manteras tenían que cotizar en la Seguridad Social como trabajadores autónomos y debían cotizar al menos 200 euros al mes, lo que a muchos les permitía renovar un año más el visado. Pero con la nueva entrada en vigor y a la vista de que a muchos de estos trabajadores les era realmente imposible llegar a los 900 euros al mes se vieron en la situación de volver a la clandestinidad.
Para poder trabajar y vivir legalmente en España, el procedimiento para la obtención de un visado en el lugar de origen debe ser el que establece la ley, es decir, “el sistema está diseñado para que los inmigrantes puedan tener trabajo”, denunciaba un joven senegalés que trabaja en la venta ambulante. Y es que, según la ley, todos aquellos que entren y trabajen en España fuera de este sistema son ilegales y no están autorizados por el estado.
“Cuando un inmigrante accede a España y trabaja sin papeles, es muy complicado regularizar su situación sin que regrese a su país de origen y repita todos los trámites”, cuenta el senegalés, que considera que “cuanto más rígido es el sistema y menos oportunidades les da a las personas de regularizar su situación, más los aboca a la marginalidad”.
Tras la entrada de la coalición entre PSOE y Unidas Podemos en el Gobierno se han hecho unas últimas modificaciones en la la Ley de Extranjería, que afecta directamente a los niños migrantes menores. El artículo 35.7 de la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España establece que el derecho a la residencia de los menores en España protegido por resolución judicial de una administración pública o de cualquier entidad tendrá la consideración de norma. La Reforma de la Ley de Extranjería permitirá que los jóvenes migrantes no queden desamparados ni caigan en la irregularidad sobrevenida al cumplir la mayoría de edad. La reforma facilitará las autorizaciones para vivir y trabajar en España hasta un total de 15.000 extranjeros: 8.000 menores migrantes y 7.000 jóvenes extutelados de entre 18 y 23 años.
Comercio local vs. manteros
Otro punto de vista interesante de este caso son los y las trabajadoras del comercio local, Yanire Torbisco de la asociación de Comercio Local de Casco Viejo asegura que “sí puede afectar al comercio local la presencia de manteros en las calles”. Esto se debe a que las personas manteras “ocupan espacios pensados para las tiendas” y también pueden “afectar a los viandantes”. De todas formas asegura que no tienen “datos que demuestren las pérdidas económicas” y que “salvo casos puntuales” se mantiene “una relación de cordialidad” entre manteros y comerciantes.
Manoli Dávila, extrabajadora de un comercio pequeño, cree que lo ideal es que “no tuviesen que estar en la calle” y, no cree que pueda afectar al comercio local. “En general si alguien quiere ir a comprar a un comercio local es porque necesita algo en concreto o para apoyarlo”. Además opina que “no hace más daño que las grandes superficies que últimamente están abriendo al lado de los barrios obreros” y que habría que empezar a “señalizarles a ellos”.
Cuando Eduardo García trabajaba en Parrillas del mar, un restaurante que se encuentra en el puerto deportivo de Getxo, recuerda a un chico que solía vender por la zona: “Se llamaba Busa, venía muy a menudo. Solíamos darle café y algo para comer y él regalaba pulseras a nuestras hijas”. Recuerda una muy buena relación con él, aunque admite que la presencia de esta clase de vendedores cerca del restaurante alejaba a algún cliente. “Pero la verdad es que nunca hemos tenido ningún problema —cuenta Eduardo García— siempre lo recordaremos como un buen amigo”.
Salió de Senegal hace seis años. Andando. Primero llegó a Burkina Faso. Siguió caminando. Después llegó a Mali. Siguió caminando. Después llegó a Libia. Solo, bajo la luz del sol y sin nada más que sus piernas, cansadas y doloridas. Siguió caminando. Dejó un infierno atrás para encontrar otro por el camino. Vejaciones y abusos por parte de los ciudadanos y, sobre todo, la Policía. Solo en busca de una oportunidad. Dos meses tardó en recorrer el país africano para llegar a la tan esperada Europa. Su primer contacto con occidente, Italia. Un nuevo idioma y nuevas costumbres pero ninguna oportunidad. Más abusos, más vejaciones. Un año entero tardó en salir del país transalpino. Cuatro días en patera para llegar a su, hasta el momento, último destino: Bilbao. Carpintero de oficio y mantero de profesión Babacar Fall, recién cumplidos los 29 lleva cuatro años viviendo en la capital vizcaína. Su trabajo de mantero es lo único que tiene para mantener a sus hermanos, tíos y abuelos, que tuvo que dejar en Senegal. Sabe que ahora está en el mejor momento de su vida pero asegura que no se la desea a nadie.
A Mamadou Ndiaye también le tocó migrar en cayuco desde Senegal a Marruecos en ese viaje inhumano de siete días donde tantos pierden la vida en el océano. Quería que “el sueño de oro europeo” del que tanto se comentaba entre los chicos del pueblo se hiciera realidad, el cual después vio que distaba mucho de la realidad. Todos los testimonios recogidos aseguran “sentirse muy agradecidos por el pueblo vizcaíno”, dicen ser “el lugar donde mejor les han tratado” y más oportunidades han encontrado.