Filólogo y periodista, pero poco, ha ejercido como profesor, traductor y escribidor para terceros. Actualmente dirige e ilustra ÇhøpSuëy Fanzine On The Rocks y prepara la segunda oleada de su Diccionario para entender a los humanos.
Un informe de género (tonto)
Una opinión no vale nada si no viene refrendada por un juicio experto. Usted, en su inconsciencia, pensará que es normal que haya mujeres que trabajen su jornada completa, que algunas opten voluntariamente por una jornada laboral reducida y que otras prefieran dedicar su tiempo a la casa y a la familia. Pues no, usted se equivoca. Dice un informe que no es normal que haya mujeres que no prefieran realizarse, no sé, sexando pollos en una granja o dirigiendo un banco de inversiones y que hay que empezar a dinamitar esa falta de emancipación eliminando las causas que consolidan la división sexual del trabajo que, para empezar, va a ser la deducción en el IRPF por hacer la declaración conjunta.
No, no se frote los ojos. Esto es así y si usted no esta de acuerdo tenga en cuenta, y perdone que se lo diga, que lo suyo es sólo una opinión. Una opinión del montón, para ser exactos. Y aquí lo importante no son las opiniones, sino los juicios, y esos sólo los pueden emitir los expertos. O expertas.
En la vida cotidiana, cuando se obstruye el lavabo, empuñamos el desatascador y, tras los correspondientes juramentos, solucionamos el problema. Solo si el asunto se pone difícil llamamos al lampista para que nos de su opinión, desmonte el desagüe y nos aligere de billetes el bolsillo. Sin embargo, en el ámbito político la cosa suele ser más complicada. Con una mayoría absoluta pueden funcionar las opiniones y es posible decidir si se construye un palacio de congresos o una refinería, que ya se justificará luego si es preciso. Pero si los electores, con su providencial sabiduría, han decidido que no hay nada mejor que las minorías, antes de que se pueda tomar cualquier decisión es preciso convencer a la oposición con argumentos o, en su defecto, con un buen informe redactado por expertos.
Los informes suelen consistir en un montón de folios muy didácticos con ideas, gráficos e ilustraciones. Son muy necesarios, porque lo normal es que los políticos, salvo que lleven muchos años en el negocio, no sepan de todo. Hay que alimentarles con informes sobre los asuntos difíciles porque las decisiones millonarias sobre, pongamos, los servicios públicos, el desarrollo industrial, la gestión de residuos o la política fiscal, no deben improvisarse. ¿Se imagina usted lo que podría ocurrir si a un espabilado le da por construir un aeropuerto o una autopista de cientos de millones sólo porque una vocecita interior le dice que es una gran idea? Afortunadamente estas cosas no pasan.
Antes, cuando no había expertos y el dirigente necesitaba saber qué era mejor, si invadir el Peloponeso o tomarse una infusión, podía consultar a la Sibila de Delfos. Si la cosa no iba bien le echaba la culpa a la pitonisa. Ahora que las decisiones hay que tomarlas con conocimiento de causa y no en base a opiniones o prejuicios, el dirigente necesita a los expertos.
¿Quiere eso decir que todas las decisiones se basan en análisis exhaustivos de información y en juicios que se toman tras analizar todos los pros y los contras? Bueno, tampoco hay que exagerar. Al fin y al cabo el experto no deja de ser un contratado y en caso de que se le ocurra decir lo contrario de lo que quiere escuchar el dirigente siempre se le puede pedir que corrija el informe. Supongo que así funcionaron algunos de aquellos análisis que les hicieron hace unos años a las cajas de ahorros, que tengo entendido que los millonarios empezaron a sacar sus depósitos de los bancos de Suiza, Luxemburgo y las Islas Caimán para ponerlos a crecer y multiplicarse en Bankia y en la CAM. Aún no sé cómo a nadie se le ha ocurrido presentarlos a los Premios Hugo de Literatura Fantástica.
Lo que no es elegante es fabricar los informes en plan amateur. Ya dijo Aristóteles que, en cuestión de ficciones, es mejor lo falso verosímil que lo verdadero inverosímil.
Si lo que pretendía la Diputación de Gipuzkoa era aumentar su recaudación fiscal en unos 60 millones de euros eliminando las declaraciones de la renta conjuntas, debería haber encargado un informe económico convincente. Si hay expertos capaces de vender las bondades de inversiones a perpetuidad, seguro que pueden encontrar a alguien capaz de argumentar con criterios económicos las ventajas de eliminar las deducciones. Lo que ha quedado feo es usar un informe de género —de género tonto, concretamente— para decir que las declaraciones de la renta conjuntas desincentivan la incorporación de la mujer a la vida laboral y permiten que sus parejas machistas (¡cabrones!) sigan sacando provecho de la división sexual del trabajo.
Muy traído por los pelos, colegas. Si nos queréis hurgar más en la cartera, casi mejor sin vaselina. Nos va a doler igual, pero al menos no sentiremos que nos tratáis como a imbéciles.
Una opinión no vale nada si no viene refrendada por un juicio experto. Usted, en su inconsciencia, pensará que es normal que haya mujeres que trabajen su jornada completa, que algunas opten voluntariamente por una jornada laboral reducida y que otras prefieran dedicar su tiempo a la casa y a la familia. Pues no, usted se equivoca. Dice un informe que no es normal que haya mujeres que no prefieran realizarse, no sé, sexando pollos en una granja o dirigiendo un banco de inversiones y que hay que empezar a dinamitar esa falta de emancipación eliminando las causas que consolidan la división sexual del trabajo que, para empezar, va a ser la deducción en el IRPF por hacer la declaración conjunta.
No, no se frote los ojos. Esto es así y si usted no esta de acuerdo tenga en cuenta, y perdone que se lo diga, que lo suyo es sólo una opinión. Una opinión del montón, para ser exactos. Y aquí lo importante no son las opiniones, sino los juicios, y esos sólo los pueden emitir los expertos. O expertas.