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'Book of souls' de Iron Maiden: la bestia ya no asusta

En el verano de 2011, Iron Maiden actuaron en el festival Sonisphere, desarrollado en un secarral de Getafe. Era un concierto de la gira de presentación de su exitoso 'The final frontier' (número 1 en las listas de 22 países). Aún con la luz del día, el grupo interpretó los primeros acordes de 'El dorado', el primer single de ese disco y, ante la fría respuesta del público, Bruce Dickinson se echó las manos a los genitales y gritó “venga cohones!”. Ya puede Dickinson tener bien guardada esa exclamación para despertar a los fans, porque estoy seguro de que la repetirá en la siguiente gira, cuando presenten los nuevos temas de este 'Book of souls' que hoy se puede comprar ya en todo el mundo.

Si alguien espera un clásico a la altura de sus discos de los 80, que pierda toda esperanza; si alguien cree que este, al ser una de sus últimas grabaciones, podría reverdecer pasados laureles, que se mentalice: Maiden son hoy una banda que mantiene el legado de antaño, sigue marcando tendencia e incluso innovando en ciertos aspectos, pero no está en condiciones de firmar una obra maestra. “Book of souls” no es uno de sus 10 mejores discos y, probablemente, una vez que se haya escuchado 10 o 15 veces, pasará a acumular polvo en la estantería. Apuesto a que dentro de tres años nadie se lo pone, al menos con cierta regularidad.

¿Es, acaso, un mal trabajo? No, en absoluto. A lo largo de su hora y media de duración (¿por qué se empeñan los grupos en alargar tanto los discos, no se dan cuenta que los grandes clásicos apenas duraban 45 minutos?) hay algunos momentos de inspiración y pasajes que explican por qué son la banda icónica del Heavy Metal, por qué han firmado varias de las canciones más influyentes en los 40 años de historia del género, pero todo es frágil y efímero. Los destellos pasan demasiado rápido como para emocionar. Un riff aquí, una estrofa allá, unas guitarras dobladas que intentan levantarte de la butaca... Sin embargo, enseguida se apagan.

En un símil automovilístico, Maiden son hoy un coche que teniendo seis velocidades apenas ponen la cuarta. Sus canciones divagan peligrosamente entre una progresividad que sus fans no demandan y el tedio. Si vibras con “The trooper” o “Run to the hills”, olvídate de sentir lo mismo con temas como “Book of souls”, al que le sobran cinco minutos de los diez que tiene, o “The great unknown”. Este trabajo mejora a “The final frontier”, cosa que no era difícil, pero no implica que Iron Maiden estén llevando al Metal a un nuevo nivel. Eso, a nivel creativo, ya no les corresponde. Si esto lo firmara cualquier grupo novel no le daríamos una tercera escucha.

Una de las razones del estancamiento está en Bruce Dickinson. Su forma de cantar no encaja, en ocasiones suena forzado, otras acelerado, se mueve en escalas extrañas y no transmite la fiereza que tuvo aunque se nota que se vacía. Un hecho que pocos fans conocen es que el cantante sólo ha compuesto en exclusiva cuatro temas de la discografía de la Doncella. Ha sido copartícipe de muchos más, pero nunca ha llevado la batuta en solitario. Esta vez se apunta dos, entre ellos el único que innova de todos: “Empire of the clouds”, un tema que es novedoso sólo por su duración: 18 minutos de nada. Navega en un ambiente cinematográfico, por momentos con ritmo de balada medieval que se abre con una bella melodía de piano, pero cuyo sentido no acaba de encontrarse. Tiene destellos épicos, pero no desemboca porque se marea entre meandros y afluyentes innecesarios.

Quizás si le restáramos 20 minutos de duración la impresión sería otra (“Tears of a clown” parece un sobrante de anteriores grabaciones aunque se la dediquen a Robin Williams, y “The man of sorrows” está muy lejos de merecer formar parte de su discografía), pero nos han dado esto, y el juicio debe ser justo. Iron Maiden van por delante hoy gracias a sus directos, a su marca de cerveza, a sus videojuegos y todo el universo que continúa siendo tan prolífico, pero musicalmente han perdido creatividad y magia. Ni siquiera Eddie enamora: si la portada del anterior disco tenía poca fuerza, este Eddie caracterizado como la figura maya que transita entre la vida y la muerte es tan débil que no cautiva. Es cierto que a estas alturas pueden hacer lo que quieran, y que en la era del mp3 y del Ipod ellos crean canciones de 10, 13 o 18 minutos, es decir, desafían la corriente actual, pero eso no significa que se les pueda perdonar todo.

Iron Maiden han sido, son y serán por muchos años la banda de Heavy Metal más influyente, creativa y conmovedora, pero sus últimas composiciones no están a la altura de la leyenda. Esperemos que el cáncer recientemente superado por Dickinson no vuelva a asomar y que aún nos den noches de gloria y emoción pero, sobre todo, que aún puedan componer un disco digno de su trayectoria. Tengo el “Powerslave” tatuado en el brazo izquierdo y quiero llevarlo siempre con orgullo.

En el verano de 2011, Iron Maiden actuaron en el festival Sonisphere, desarrollado en un secarral de Getafe. Era un concierto de la gira de presentación de su exitoso 'The final frontier' (número 1 en las listas de 22 países). Aún con la luz del día, el grupo interpretó los primeros acordes de 'El dorado', el primer single de ese disco y, ante la fría respuesta del público, Bruce Dickinson se echó las manos a los genitales y gritó “venga cohones!”. Ya puede Dickinson tener bien guardada esa exclamación para despertar a los fans, porque estoy seguro de que la repetirá en la siguiente gira, cuando presenten los nuevos temas de este 'Book of souls' que hoy se puede comprar ya en todo el mundo.

Si alguien espera un clásico a la altura de sus discos de los 80, que pierda toda esperanza; si alguien cree que este, al ser una de sus últimas grabaciones, podría reverdecer pasados laureles, que se mentalice: Maiden son hoy una banda que mantiene el legado de antaño, sigue marcando tendencia e incluso innovando en ciertos aspectos, pero no está en condiciones de firmar una obra maestra. “Book of souls” no es uno de sus 10 mejores discos y, probablemente, una vez que se haya escuchado 10 o 15 veces, pasará a acumular polvo en la estantería. Apuesto a que dentro de tres años nadie se lo pone, al menos con cierta regularidad.