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África, una mirada a la dignidad

Teresa Laespada y Denis Itxaso

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Asistimos estos días a un continuo goteo de noticias sobre pateras, cayucos, concertinas, fronteras, salvamento marítimo y grupos de inmigrantes subsaharianos que llegan a nuestras ciudades. Lo dice el filósofo Sami Naïr con absoluta claridad: “Hace falta decir la verdad a la opinión pública, pues los migrantes vienen y vendrán. Rechazar a los inmigrantes bajo el pretexto de que la única solución es el desarrollo en el país de origen es olvidar que la demanda es de hoy, es qué hacer hoy, cuando ese desarrollo ¡Necesitará décadas!”.

No perdemos de vista esta clave ni otras como el derecho universal a migrar ni los grandes movimientos de población sucedidos a lo largo de la Historia, porque migrar es una costumbre tan vieja como la Humanidad. Los movimientos de población han sido una constante que, fuera de toda duda, han permitido salvar a las poblaciones de hambrunas, catástrofes naturales o tropelías producidas por la propia mano humana —guerras, persecuciones, torturas, falta de libertades o desgastes de la naturaleza que dejaban las tierras o el mar yermos de producción y de alimentos—. Es una obligación moral ofrecer todo nuestro apoyo para que ese desarrollo de los países del Sur no se demore, no caiga en el sueño de los justos, cumbre política tras cumbre política. Al margen de otras muchas consideraciones, desde una visión humanista, jamás podemos olvidar que toda persona tiene derecho a desarrollar un proyecto digno de vida en su lugar de origen.

A partir de estos principios y reflexiones, desde Bizkaia y Gipuzkoa nos hemos centrado en fortalecer y estrechar lazos con la región subsahariana. La semana pasada, encabezando una delegación conjunta de las dos diputaciones forales, hemos viajado para comprobar sobre el terreno el resultado de nuestras políticas de Cooperación al Desarrollo en Senegal.

La energía de este país, pese a las adversidades, se aprecia en cada calle, en cada esquina, en cada lugar recorrido, incluso en niños y niñas resilientes, extraordinariamente fuertes. La sociedad senegalesa nos ha dejado muy claro que sabe lo que quiere y que sabe cómo debe seducir a sus jóvenes para que no emprendan viajes clandestinos. Nos han pedido acompañamiento, pero quieren dominar su destino, liderar sus propios proyectos.

Allí, en la capital Dakar, y en otras localidades como Gandiol o Mbur hemos comprobado la fuerza, la energía de Senegal. La energía senegalesa tiene dos pilares fundamentales: mujeres y jóvenes, que nos han mostrado por un lado una férrea voluntad de combatir las inequidades que frenan el desarrollo del país y, por otro, su apuesta por contar con agentes europeos cooperantes en proyectos que contribuyan al desarrollo local.

Jóvenes y mujeres nos han apuntado las prioridades y el camino a seguir: salud y educación sexual y reproductiva para poner freno a enfermedades de transmisión sexual; cultura y valores para poner coto a la discriminación de mujeres y colectivos LGTB; educación para aprender por sus propios medios, para crear su propio futuro; y combate ambiental para asegurar cultivos y pesquerías que contribuyan a un desarrollo local, económico y alimentario de poblaciones rurales. Necesitan mucho trabajo medioambiental, reciclaje y tratamiento de residuos que inundan el país por doquier. Sin la higiene necesaria que facilita eliminar los residuos, la salud no podrá prosperar.

Es sabido que la Cooperación al Desarrollo y la Ayuda Humanitaria requieren fuertes estructuras, alianzas basadas en la confianza y gestión responsable de los fondos públicos. Trabajamos en esa dirección con un doble motivo: asegurar que esos recursos se destinan correcta y eficazmente, y contribuir a legitimar estas operaciones ante la opinión pública a veces un tanto recelosa.

África necesita de ese gran principio que desde la Revolución Francesa se trasladó a todo el continente y ha formado el frontispicio de la socialdemocracia europea, es decir, este continente necesita de la fraternidad europea. Tenemos un camino andado porque África ya es tremendamente fraterna, de modo que la tarea es del Norte, somos los y las europeas quienes aún tenemos mucho que trabajarnos para avanzar en la fraternidad solidaria entre continentes.

Esto no quiere decir que África en general y Senegal en particular no tengan su tarea pendiente. Sin duda la tienen. Precisan revisar los principios de Libertad para crecer, para asumir diversidades de identidad sexual, para elaborar principios democráticos propios pero necesarios para desarrollarse; precisan enormes aprendizajes de Igualdad, de género, de equidad económica, de derechos y oportunidades igualitarias, una mirada hacia los derechos sociales y civiles. Tienen tradiciones arraigadas en lo profundo de una sociedad que les impiden crecer, que les impiden avanzar y que resultan dañinas. A su vez, tradiciones que respetan en lo profundo la esencia del ser humano.

La potencia de África está ahí. Ahí mismo. Unos kilómetros al sur. La África subsahariana enamora y a las delegaciones guipuzcoana y vizcaína nos ha embargados esa alegría de sus gentes, esa capacidad de compartir lo poco o nada que tienen, la generosidad para regalarnos tiempo, conversaciones, ayudas diversas.

Este viaje ha sido una mezcla de emociones, sensaciones, impresiones, aprendizajes, formación en terreno, conocimiento del desarrollo de la cooperación allí mismito. Gentes que con los recursos públicos de Bizkaia y Gipuzkoa son capaces de crear bienestar a su alrededor. Traemos un profundo respeto por África y Senegal, especialmente por sus gentes, y traemos también una enorme tristeza por sus dificultades para sobrevivir. A veces el corazón quedaba tan encogido que dolía o se llenaba de rabia.

Las mujeres emprendedoras que progresan sin más apoyo que microcréditos y voluntad son solo un ejemplo de tanta fuerza y dignidad. Hemos estado con gente con una enorme dignidad y con un orgullo potente para avanzar por sus propios medios.

Diálogo, educación exquisita y una enorme sonrisa que embarga. Mirar a África

nunca deja indiferente.

Teresa Laespada, diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de

Bizkaia

Denis Itxaso, diputado Foral de Cultura, Turismo, Deportes y Cooperación de

Gipuzkoa

Asistimos estos días a un continuo goteo de noticias sobre pateras, cayucos, concertinas, fronteras, salvamento marítimo y grupos de inmigrantes subsaharianos que llegan a nuestras ciudades. Lo dice el filósofo Sami Naïr con absoluta claridad: “Hace falta decir la verdad a la opinión pública, pues los migrantes vienen y vendrán. Rechazar a los inmigrantes bajo el pretexto de que la única solución es el desarrollo en el país de origen es olvidar que la demanda es de hoy, es qué hacer hoy, cuando ese desarrollo ¡Necesitará décadas!”.

No perdemos de vista esta clave ni otras como el derecho universal a migrar ni los grandes movimientos de población sucedidos a lo largo de la Historia, porque migrar es una costumbre tan vieja como la Humanidad. Los movimientos de población han sido una constante que, fuera de toda duda, han permitido salvar a las poblaciones de hambrunas, catástrofes naturales o tropelías producidas por la propia mano humana —guerras, persecuciones, torturas, falta de libertades o desgastes de la naturaleza que dejaban las tierras o el mar yermos de producción y de alimentos—. Es una obligación moral ofrecer todo nuestro apoyo para que ese desarrollo de los países del Sur no se demore, no caiga en el sueño de los justos, cumbre política tras cumbre política. Al margen de otras muchas consideraciones, desde una visión humanista, jamás podemos olvidar que toda persona tiene derecho a desarrollar un proyecto digno de vida en su lugar de origen.