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La caridad

La belleza de los asuntos sociales, que dijera Eugenio d'Ors, es la justicia, pero aquí en este terruño y en esta modernidad ruidosa, hortera, absurda e internauta estamos todavía más por la caridad cristiana que es lo que tiene haber transitado por los siglos de los siglos, amén, en compañía de los Reyes Católicos, Felipe II, el Cristo de Velazquez, la Santa Teresa y haber merendado, durante los heladores inviernos medievales del General Franco, el chocolate con churros con el párroco de la aldea, el notario, el cabo de la guardia civil y el alcalde tripón, fascista, lerdo y sentimental. La caridad cristiana, como remedio a la tremenda desigualdad social propiciada por los cachorros del señorito Aznar, es lo que se está instalando de nuevo en nuestra sociedad como un retorno imparable hacia un pasado de braseros, recortables, mendigos, bicarbonato, sopas de sobre, domingos quinielísticos y zapatillas a cuadros, de felpa, para andar por los helados pasillos de la pensión o de la casa hipotecada.

No hemos avanzado nada. La intemperie está plagada de hombres y mujeres recortados, demolidos, desahuciados pero, aquí, barajando el tiempo con cachivaches tecnológicos, no hacemos más que entregar alimentos al banco de alimentos y santiguarnos. Es lo que tiene haber asistido a tanta misa, tanto rosario y tantas procesiones de la Semana Santa, esas que ahora los de Podemos quieren arrinconar en el cuarto de los trastos junto al misal, la mantilla y el reclinatorio de la abuela.

Toda esta estética, falsa y hortera, que se anuncia, constantemente, en todos los medios de comunicación, una estética de audis, tetas remendadas, hombres resplandecientes y gin tonics al atardecer, no tiene más gramo de certeza que las tarjetas opacas de Bankia, ya que en la calle y en los bares que Sorayita no visita, los ciudadanos parecen, más que actuales, entresacados de los fotogramas de las películas de Cifesa, - polvorientos años cuarenta/cincuenta de tranvías, escapularios, novenas y cartillas de racionamiento. El Estado, este, el que, minuciosamente, han saqueado los dirigentes y las “dirigentas” de la derecha española, ha sustituido, de nuevo, la justicia social por la caridad cristiana. Como cuando éramos jóvenes. Prietas la filas y recio el ademán. Para comprobarlo leánse cualquier informe de Caritas Española de estos últimos años. Una lectura, se lo aseguro, tanto o más esclarecedora que los olvidados papeles de Barcenas.

La belleza de los asuntos sociales, que dijera Eugenio d'Ors, es la justicia, pero aquí en este terruño y en esta modernidad ruidosa, hortera, absurda e internauta estamos todavía más por la caridad cristiana que es lo que tiene haber transitado por los siglos de los siglos, amén, en compañía de los Reyes Católicos, Felipe II, el Cristo de Velazquez, la Santa Teresa y haber merendado, durante los heladores inviernos medievales del General Franco, el chocolate con churros con el párroco de la aldea, el notario, el cabo de la guardia civil y el alcalde tripón, fascista, lerdo y sentimental. La caridad cristiana, como remedio a la tremenda desigualdad social propiciada por los cachorros del señorito Aznar, es lo que se está instalando de nuevo en nuestra sociedad como un retorno imparable hacia un pasado de braseros, recortables, mendigos, bicarbonato, sopas de sobre, domingos quinielísticos y zapatillas a cuadros, de felpa, para andar por los helados pasillos de la pensión o de la casa hipotecada.

No hemos avanzado nada. La intemperie está plagada de hombres y mujeres recortados, demolidos, desahuciados pero, aquí, barajando el tiempo con cachivaches tecnológicos, no hacemos más que entregar alimentos al banco de alimentos y santiguarnos. Es lo que tiene haber asistido a tanta misa, tanto rosario y tantas procesiones de la Semana Santa, esas que ahora los de Podemos quieren arrinconar en el cuarto de los trastos junto al misal, la mantilla y el reclinatorio de la abuela.