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155: Más el cómo que el qué
Parece claro a estas horas que el nacionalismo secesionista catalán no tiene más recurso que tratar de insistir en la batalla de imágenes a costa de posibles errores o excesos del gobierno español. La partida europea se ha saldado con un absoluto fracaso: nadie les compra el producto porque eso sería liquidar el empeño de la Unión. El baño de realidad de las consecuencias de una separación de este tenor
se está viendo en la salida masiva de empresas catalanas de su lugar de origen. Habrá otros encontronazos más con esas consecuencias. Esto no era una fiesta de pijamas por muchos réditos que les estuviera dando semejante experimento de revolución posmoderna. Al final solo les queda persistir en el error, llevar la fuerza de la voluntad del trozo de sociedad catalana que alienta ese objetivo hasta sus últimas posibilidades. Y lograr nuevas imágenes de fuerza del contrario para hacerlas valer en la sociedad del espectáculo internacional y así dar la vuelta en lo posible al actual estado de cosas.
La aplicación del 155 puede proporcionarlas. De ahí que no se haya manifestado ninguna intención de buscar un camino alternativo para evitarlo (vg. la convocatoria de elecciones desde el propio Govern). Se trata de convertir esos seis meses de excepcionalidad, no en una prórroga, sino en un sufrimiento. El cuanto peor mejor es la evidente estrategia de esa parte. De manera que se impone una aplicación inteligente del 155. No es fácil describir qué será eso, porque no se pueden prever las situaciones de confrontación que se producirán.
El Estado de las autonomías se soportaba y soporta en una lealtad entre partes que no elimine por completo las tensiones y disputas, pero que sí pueda confiar en que nadie está trabajando para reducir a la nada al otro. La desaparición muy avanzada del Estado en muchas regiones, como consecuencia lógica y deseada de la descentralización de competencias y recursos, se acompaña en las comunidades nacionalistas de la invisibilización forzada de la ciudadanía partidaria de la doble identidad o lealtad (a su comunidad y al conjunto del país). Remontar ese gap obliga en situaciones de crisis como la actual a dos cosas: hacer presente en el escenario al trozo de sociedad que ha estado anulada en este proceso y dirigir la política autonómica hacia un objetivo contrario a la separación. Uno y otro objeto resultan de muy difícil logro y darán lugar a fuertes tensiones: unas provocadas por su propia acción y las otras por la respuesta a las provocaciones para desestabilizar ese intento de normalización.
El trozo de sociedad española que más imploraba por la aplicación del 155 hace una lectura en términos de reconquista nacional. Eso es un error mayúsculo. Un nacionalista necesita otro enfrente; si no lo encuentra, o lo inventa o se desvanece su ardor. La pugna entre nacionalismos no solucionará nada y convertirá la crisis en algo irresoluble. El Estado está obligado a parar un envite que obvia a la mayoría de la sociedad y a devolver en lo posible la situación a la legalidad. Sin embargo, el gobierno y todas las fuerzas políticas deben abrir paso inmediatamente a un terreno donde se pueda dialogar y buscar una solución. El recurso a la ilegalidad y a la fuerza del secesionismo catalán no debe hacernos perder de vista que abarca un número muy importante de catalanes que aspiran a otra situación y que deben tener opción para defender eso con garantías y poder constatar si son mayoría suficiente o no.
Pero para llegar a ese difícil terreno de negociación, la aplicación del 155 tiene que evitar crear más dificultades que con las que ya nace. Actuaciones de fuerza envilecerán todavía más el escenario e imposibilitarán ninguna relación o pacto. En ese sentido es mejor el defecto que el exceso y no perder de vista que la sociedad del espectáculo lo es para todos, que una aplicación razonada de la Constitución en Cataluña –el 155 no es otra cosa- ganará adeptos para los que no pretenden la ruptura. El momento no es fácil y solucionar esto en un pispás tampoco lo es. Se trata de no hacer más estropicio del que ya hay y rezar para que no haya más choque de trenes ni confrontación de legitimidades.
Parece claro a estas horas que el nacionalismo secesionista catalán no tiene más recurso que tratar de insistir en la batalla de imágenes a costa de posibles errores o excesos del gobierno español. La partida europea se ha saldado con un absoluto fracaso: nadie les compra el producto porque eso sería liquidar el empeño de la Unión. El baño de realidad de las consecuencias de una separación de este tenor
se está viendo en la salida masiva de empresas catalanas de su lugar de origen. Habrá otros encontronazos más con esas consecuencias. Esto no era una fiesta de pijamas por muchos réditos que les estuviera dando semejante experimento de revolución posmoderna. Al final solo les queda persistir en el error, llevar la fuerza de la voluntad del trozo de sociedad catalana que alienta ese objetivo hasta sus últimas posibilidades. Y lograr nuevas imágenes de fuerza del contrario para hacerlas valer en la sociedad del espectáculo internacional y así dar la vuelta en lo posible al actual estado de cosas.