Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La censura cultural y las grietas en la convivencia
Stefan Zweig escribió sobre la impresión que le había causado conocer a un analfabeto. Se trataba de un joven italiano que trabajaba en el barco en el que viajaba el escritor allá por los años 20 del pasado siglo. Aquel joven buscaba entre los pasajeros quién le pudiera leer las cartas que le mandaba una modistilla de su pueblo. Vivía condenado a una visión del mundo que se reducía exclusivamente a lo que le dictaba su experiencia o, en el mejor de los casos, a lo que terceras personas le pudieran contar.
Zweig termina su reflexión conmocionado al considerar lo limitado que debe de parecerle el mundo a quien vive de espaldas a los libros. Me atrevería a decir lo mismo de quienes viven de espaldas a la cultura, en general. Y yo me pregunto si no será precisamente eso lo que pretenden quienes, en pleno siglo XXI, han comenzado una verdadera campaña inquisitorial desde las instituciones que gobiernan, censurando sin tapujos todas aquellas manifestaciones culturales que les incomodan o les parecen sospechosas. Casi todas las semanas nos enteramos de otra obra de teatro, otra película u otro concierto censurado por algún gobierno del PP a iniciativa de sus nuevos confesores, los nuevos puritanos de VOX.
La desconfianza como base fundamental de la política cultural del Partido Popular. La imposición de una moral, de una y solo una forma posible de ver el mundo. La anticultura por excelencia. Ellos - porque aquí mayoritariamente suelen ser ellos y casi nunca ellas - son los encargados de imponer a la ciudadanía qué es lo que pueden y lo que no pueden ver. Como aquel padre autoritario que tapaba los ojos a su hija cuando los protagonistas se besaban en la tele. Una derecha que asume, agachando la cabeza, que se les imponga una vicesecretaría de Educación Popular, como aquella que, en los primeros años de represión la franquista, controlaba toda manifestación cultural bajo la férrea dirección de Arias Salgado.
No comprenden que nuestro país, España, siempre ha sido el producto de una compleja amalgama cultural. Que ha sido esa complejidad, esa interacción constante entre diferentes, esa diversidad lingüística, esa pluralidad de pensamiento, la que ha dotado de cohesión a una sociedad que, por primera vez en su historia contemporánea, ha logrado vivir medio siglo en concordia. Ningún país se rompe por dejar que cada uno se exprese libremente. Las grietas siempre han aparecido cuando una parte, sea mayoritaria o minoritaria, se ha empeñado en imponer al resto qué es lo que tiene que pensar, en qué lengua tiene que hablar o a qué dios tienen que rezar.
Y sin embargo el silencio ante esta censura, golpe directo a la convivencia, por parte de esa supuesta intelectualidad que hiperventila cada mañana amenazando con la ruptura de España, es atronador. Miran a otro lado. Quizá piensen que son daños colaterales en la construcción de esa “gente de bien” que tanto anhelan. Quizá incluso lleguen a creer que de esta manera sus voces resuenan más. Quién sabe. Quizá algún día comprendan que cuando se censura una obra de teatro en un pueblo de provincias, cuando un policía municipal obliga a una cantante a taparse los pechos, cuando se retira de la cartelera una película, con cada uno de esos ataques a la cultura, al patrimonio común de toda la ciudadanía, se abre una pequeña grieta divisoria. Un pequeño hueco, por ahora imperceptible, que comienza a separarnos. Quizá sea por ahí por donde esté comenzando a romperse España. Quién sabe.
Stefan Zweig escribió sobre la impresión que le había causado conocer a un analfabeto. Se trataba de un joven italiano que trabajaba en el barco en el que viajaba el escritor allá por los años 20 del pasado siglo. Aquel joven buscaba entre los pasajeros quién le pudiera leer las cartas que le mandaba una modistilla de su pueblo. Vivía condenado a una visión del mundo que se reducía exclusivamente a lo que le dictaba su experiencia o, en el mejor de los casos, a lo que terceras personas le pudieran contar.
Zweig termina su reflexión conmocionado al considerar lo limitado que debe de parecerle el mundo a quien vive de espaldas a los libros. Me atrevería a decir lo mismo de quienes viven de espaldas a la cultura, en general. Y yo me pregunto si no será precisamente eso lo que pretenden quienes, en pleno siglo XXI, han comenzado una verdadera campaña inquisitorial desde las instituciones que gobiernan, censurando sin tapujos todas aquellas manifestaciones culturales que les incomodan o les parecen sospechosas. Casi todas las semanas nos enteramos de otra obra de teatro, otra película u otro concierto censurado por algún gobierno del PP a iniciativa de sus nuevos confesores, los nuevos puritanos de VOX.