La condición de la mujer en el montanismo vasco

El turbio asunto Rubiales ha tenido la virtud de sacar a la luz las miserias del fútbol profesional. Era inevitable y deseable que también se analizase cómo funcionan otras entidades deportivas. Aquí nos ocuparemos del montañismo vasco, que a nivel económico poco tiene que ver con la avalancha de dinero que mueve el deporte espectáculo. No obstante, a nivel federativo y en las expediciones también hay un invisible techo de cristal.

Un deporte integrador

El montañismo surge como campo de investigación científica y de aventura aristocrática. La industrialización masiva y la aglomeración urbana propician una vuelta a la naturaleza que transforma el montañismo en excursionismo, practicado de forma conjunta por mujeres y hombres. Al mejorar la calidad de vida se supera la barrera del esfuerzo que impone la edad. Ir al monte en grupo se convierte en actividad popular, integradora e intergeneracional. O sea, el montañismo es un agente primario de socialización.  

El montañismo de base es un ejercicio sin reglas de juego. Para practicarlo basta una buena forma física. La experiencia enseña a orientarse y a coordinar durante la marcha el ritmo cardíaco y la respiración. El montañismo se practica sobre todo de modo colectivo, lo cual requiere organización. Su base por tanto es el asociacionismo. Euskadi y Navarra agrupan 350 clubes de montaña que superan los 100.000 integrantes. Todos están gestionados de forma conjunta y altruista por mujeres y hombres.

Mujeres y alpinismo de élite

El montañismo de altitud y dificultad se denomina con acierto alpinismo, pues hasta finales del siglo XX los Alpes eran la universidad donde se aprendían y practicaban las técnicas de grandes paredes y glaciarismo. Hoy con frecuencia se salta de la escuela de escalada al Himalaya. Pues bien, aunque no formasen parte de los grupos expedicionarios, siempre ha habido mujeres capacitadas para asumir grandes retos. La guipuzcoana Loli López Goñi ascendió en 1958 en los Alpes al Mont Blanc y al Cervino. En 1961 subió la cara norte del Monte Perdido. En 1963, cuatro años antes de la primera expedición masculina a los Andes de Perú, escaló el mítico Couloir de Gaube del Vignemale. En 1959 Loli había participado en la creación del Grupo de Alta Montaña junto a los hombres integrantes de la expedición andina de 1967.

El tratamiento dado a las mujeres es diferente en Euskadi y en Navarra, donde sí participaron en grandes aventuras. En 1975 la expedición navarra a Kenia y Tanzania, integrada por 15 personas, incluye cuatro mujeres, una de ellas es Pili Ganuza. En 1976 la expedición navarra al Hindu Kush supera la cota de los sietemil metros en el Shakaur. Esta vez participa Trini Cornellana. En 1977 en la expedición navarra a los Andes, hay dos mujeres, una es Montse Lasterra, que al año siguiente estará en una nueva expedición navarra al Hindu Kush. En 1979, primera expedición navarra al Himalaya, se alcanza el primer ochomil vasco en el Dhaulagiri. Participan Pili Ganuza y Trini Cornellana.

Entretanto en Euskadi se gestan las primeras expediciones al Everest. Tras un intento frustrado en 1974 con 15 hombres, en 1980 se alcanza el ansiado techo del planeta. Los 11 componentes son también hombres. En las dos expediciones no se selecciona a ninguna mujer. En 1992 la guipuzcoana Amaia Aranzabal y tres días después la navarra Pili Ganuza, son las primeras mujeres vascas que alcanzan un ochomil en el Cho Oyu. Al año siguiente llega a esa cumbre la vizcaína Yolanda Martín. Después se impone otro largo silencio.

Con el siglo XXI aparece en escena Edurne Pasaban, que entre 2001 y 2010 asciende los 14 ochomiles del Himalaya con apoyo de equipos masculinos. Pasaban es una excepción y tiene explicación. Participó en la carrera para ser la primera mujer en conquistar todos los ochomiles, contando con el patrocinio de TVE y otras empresas. Después de Pasaban todo sigue igual que antes. El alpinismo de élite, además de continuar masculinizado, es más competitivo, se profesionaliza y se devalúa con las expediciones comerciales.  

Mujeres en las estructuras federativas   

En el nivel federativo aparece un tratamiento de género diferenciado, sobre todo mirando al pasado. Aunque la tercera parte de las 52.000 personas federadas en el País Vasco, incluyendo Navarra, son mujeres, su presencia en los órganos de dirección no se acerca todavía a esa proporción. Los cargos federativos no están retribuidos ni aportan ventajas económicas, más allá de disfrutar de invitaciones y viajes ejerciendo tareas de representación. Sin embargo, las mujeres no pasan de ser vicepresidentas o secretarias.

Desde su fundación en 1924 como Federación Vasco Navarra de Alpinismo, la presidencia del estamento federativo la han ocupado 16 hombres y una única mujer. Ya en el siglo XXI, estando implantado el feminismo, el año 2005 una mujer llega a la cúspide de la federación vasca, viéndose forzada a dimitir a mitad del mandado por no convocar una asamblea en la fecha y de la forma requerida. Antes, década de los 90, una mujer preside la Federación Navarra de Montaña. El caso más remoto de una mujer al frente de una federación ocurrió en Gipuzkoa en 1928. En las imágenes del I Congreso Vasco de Montañismo, celebrado en Arrate (Gipuzkoa) en 1959, aparecen mujeres. Sus nombres no pasaron a la historia.  

En la actualidad, ni las organizaciones que integran la Federación Vasca de Montaña, ni la Navarra, tienen composición paritaria. Las presidencias las ocupan hombres, lo mismo que los cargos de mayor responsabilidad. El próximo año se celebra el centenario de la fundación de la federación y al ser año olímpico toca renovar las directivas. Cabe esperar que con motivo de ambas celebraciones la igualdad sea un hecho en las ejecutivas. Y que por fin lleguen mujeres a las presidencias, pudiendo completar su mandato.