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Construir

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Hay una frase del poeta francés Paul Valery que se ajusta bastante bien a estos tiempos tan inciertos que vivimos: “La horrible facilidad de destruir”. Lo difícil siempre ha sido construir. Construir requiere de tiempo, de paciencia, de la minuciosidad propia de las hilanderas, por ejemplo, que hilaban tapices en los años en que los jardineros podaban los rosales en completo silencio.

Pero la época que vivimos es la época de la velocidad, de la prisa, de los jardineros ruidosos y de la inmediatez de las cosas. Sin embargo todas las cosas esenciales de la vida son lentísimas. Las hambres son endémicas. Las conversaciones para lograr la paz en un conflicto armado han sido siempre largas. La formación moral de un hombre o de una mujer requieren de cuidados persistentes, duraderos en el tiempo. Llegar a dominar un instrumento o una herramienta cualquiera, es una cuestión de larga paciencia. El ritmo de las cosechas supone una espera de estaciones climáticas que se suceden.

El amor que se demuestra a otras personas, en una cotidiana convivencia de años, supone un esfuerzo en la superación de la monotonía, los desacuerdos, los disgustos y los desfallecimientos propios de cualquier existencia. La cocina que recupera los sabores esenciales hay que cocinarla despacio, a fuego lento, con delicadeza, conociendo bien los ingredientes que se mezclan para lograr una sabrosa degustación. Tender un puente entre dos orillas alejadas tarda. Construir una catedral lleva siglos.

Ya lo decían los antiguos: “ars longa, vita brevis”. La destrucción, por otro lado, siendo el multimillonario negocio de la industria militar, es inmediata. Basta con colocar una bomba, lanzar un misil, escuchar unas cuantas palabras incendiarias dichas por un dirigente político medieval o un idiota que se sube a un campanario con una metralleta plenamente convencido de que su dios es el único dios digno de ser venerado.

La barbarie llama a nuestra puerta todos los días. La tentación de unirse a ella, tan presente en estas semanas de ruido y de furia, con tanto bárbaro protagonizando las noticias de los medios de comunicación, se remedia sabiendo que todo hombre es un fin en sí mismo no un medio para uso de otros o haciendo algo tan sencillo como abrir un libro para descubrir en una de sus páginas la frase de Paul Valery: “la horrible facilidad de destruir”. Luego, ya saciado de barbaridades, tratar de construirse lo más decentemente que uno pueda. Lleva tiempo.

Hay una frase del poeta francés Paul Valery que se ajusta bastante bien a estos tiempos tan inciertos que vivimos: “La horrible facilidad de destruir”. Lo difícil siempre ha sido construir. Construir requiere de tiempo, de paciencia, de la minuciosidad propia de las hilanderas, por ejemplo, que hilaban tapices en los años en que los jardineros podaban los rosales en completo silencio.

Pero la época que vivimos es la época de la velocidad, de la prisa, de los jardineros ruidosos y de la inmediatez de las cosas. Sin embargo todas las cosas esenciales de la vida son lentísimas. Las hambres son endémicas. Las conversaciones para lograr la paz en un conflicto armado han sido siempre largas. La formación moral de un hombre o de una mujer requieren de cuidados persistentes, duraderos en el tiempo. Llegar a dominar un instrumento o una herramienta cualquiera, es una cuestión de larga paciencia. El ritmo de las cosechas supone una espera de estaciones climáticas que se suceden.