Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Desde el corazón
Dicen que cuando las emociones están a flor de piel es mejor darse un tiempo antes de hablar, para hacerlo con la cabeza más que con el corazón. Escribo estas líneas sin hacer caso de este consejo, expresando lo que siento ante la indecencia de los dos homenajes celebrados este fin de semana a dos presos de ETA recién salidos de la cárcel.
La realización de estos homenajes en la calle, a los que acuden decenas de niños y jóvenes, supone una demostración pública de legitimación social de un criminal. Estos actos son una prueba clara de la radicalización que aún persiste en nuestra sociedad, que aplaude y jalea el recurso a la violencia para conseguir objetivos políticos. Es inconcebible que se entiendan como algo normal, permisible en aras de la libertad de expresión.
Ante estos homenajes, los mensajes públicos han sido unánimes: todos de rechazo y expresando la necesidad de que deberían cesar. Sin embargo, serán efímeros y no tendrán ningún valor si no van acompañados de actuaciones dirigidas a afrontar de una vez por todas el radicalismo que persiste en la sociedad vasca.
Siento que a la sociedad vasca las víctimas de ETA le importamos bastante poco. No da muestras de sentirse interpelada ante este tipo de situaciones. Por el contrario, se sigue mostrando impasible e indiferente ante estos hechos como lo hizo tiempo atrás ante la barbarie de los crímenes de la banda terrorista.
La ausencia de un referente moral público capaz de liderar el establecimiento de unas bases éticas sólidas sobre las que construir una convivencia sana deja sola a la sociedad y, a las víctimas, abandonadas. Una sociedad sana y tolerante jamás permitiría este tipo de actos.
La amargura que siento ante esta constatación es desoladora.
El historiador Raúl López Romo escribía recientemente que las víctimas hemos roto la cadena del mal al no recurrir a la venganza, hacemos una contribución pedagógica y democrática al proteger los derechos de todos. Le agradezco enormemente ese reconocimiento.
Es muy fácil y cómodo tomar de nosotras nuestro mensaje amable, generoso, que tiende puentes y es empático con las familias de los presos de ETA y con la necesidad de la reinserción. Este es mi pensamiento, compartido con otras víctimas de ETA que viven en Euskadi; hemos hecho un importante esfuerzo por acercarnos a la parte que más daño nos ha causado.
En momentos como éste me pregunto si realmente vale la pena. Estos homenajes junto con la falta de una autoridad moral, quiebran la confianza, destruyen los puentes y provocan nuevas heridas que se suman al vacío, la soledad y al silencio de muchas víctimas que estamos en la sociedad vasca.
De poco vale asistir a actos de homenaje a las víctimas del terrorismo y lanzar mensajes de empatía hacia ellas desde sectores de la izquierda abertzale si poco después se apoyan actos que ensalzan a quienes han sido responsables de esos asesinatos. La memoria de las víctimas y la deslegitimación de los terroristas van de la mano y no es posible reconocer una y obviar la otra.
Frente a estos hechos no valen mensajes de un día. Es esencial un trabajo serio, constante, que mantenga siempre claro el límite ético de la dignidad, del respeto y de la tolerancia.
*Marta Buesa Rodríguez es víctima de ETA, hija del político socialista Fernando Buesa, asesinado por ETA junto a su escolta Jorge Díez en el año 2000 en Vitoria
Dicen que cuando las emociones están a flor de piel es mejor darse un tiempo antes de hablar, para hacerlo con la cabeza más que con el corazón. Escribo estas líneas sin hacer caso de este consejo, expresando lo que siento ante la indecencia de los dos homenajes celebrados este fin de semana a dos presos de ETA recién salidos de la cárcel.
La realización de estos homenajes en la calle, a los que acuden decenas de niños y jóvenes, supone una demostración pública de legitimación social de un criminal. Estos actos son una prueba clara de la radicalización que aún persiste en nuestra sociedad, que aplaude y jalea el recurso a la violencia para conseguir objetivos políticos. Es inconcebible que se entiendan como algo normal, permisible en aras de la libertad de expresión.