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No da para un asalto

Tal vez el cielo no se tome por consenso, pero ¿y el parlamento? Podemos ha sido la rotavator que ha removido el compacto y resecado campo político español, agostado por décadas de partitocracia. Como un joven topo armado de modernas tecnologías ha ido excavando bajo el terreno aparentemente inmutable del bipartidismo imperfecto que desde 1977 caracteriza el espacio electoral español, aireándolo, esponjándolo, oxigenándolo, hasta convertirlo en terreno fértil para la experimentación social y la emergencia de nuevas especies políticas. Ya sólo por esto, por haberlo removido todo, por habernos despertado de la narcolepsia colectiva en la que poco a poco íbamos sumiéndonos como consecuencia de la deriva esclerodemocrática del sistema institucional surgido de la Transición, Podemos merece nuestro reconocimiento y aplauso. No sé lo que ocurrirá en el futuro en la política española, pero lo que ocurra no será peor que lo que había.

Pero los datos demoscópicos que vamos conociendo no dan para un asalto al parlamento. Asalto democrático, no le demos más vueltas, ni juguemos con las palabras sacadas de contexto, como han hecho algunos comentaristas de la proclamación de Pablo Iglesias en Vistalegre. Un 22,2 % en intención de voto (o un 27,7 % estimado sobre voto válido) es más que suficiente para colocar a Podemos como posible primera fuerza en las próximas elecciones generales, por delante tanto del PSOE (13,1 % en intención de voto y 26,2 % en voto estimado) como del PP (10,4 % en intención de voto, 20,7 % de voto estimado); pero no es bastante como para gobernar sin pactos. Pactos que, una vez sentados en el Congreso de los Diputados, habrán de hacerse necesariamente con “la casta”. Pactos, acuerdos, apoyos o coincidencias, de mayor o menor alcance, pero dentro del mismo sistema que se pretende transformar. Así es la política democrática: que se lo pregunten a la izquierda abertzale.

La colaboradora de este diario y Profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid, María Eugenia R. Palop, ha escrito a este respecto un interesante artículo en VientoSur.info, ampliación de otro publicado aquí, en el que dice lo siguiente: “Lo que queremos es una forma republicana de hacer política, con partidos porosos y flexibles, en permanente diálogo con los movimientos sociales; que no estén al servicio ni de líderes, ni de personas escogidas en los que tengamos que delegar. Representación sí, delegación, nunca más. Diálogo, diálogo, diálogo, con los de fuera, y con los de dentro, y asumiendo que dialogar no es hablar por hablar, es hablar al objeto de alcanzar el consenso y exige, por definición, integrar la disidencia, no eliminarla a golpe de corneta. Resultaría muy preocupante que esto no se entendiera o que se considerara un objetivo postergable en favor de la eficacia”.

De aquí a que se celebren las elecciones generales cambiará, seguro, la foto demoscópica. Podemos aún puede mejorar su porcentaje de votos, pero no debería confiar todo su margen de mejora a la corrupción aún por salir, sino a su propia capacidad de generar propuestas y de construir equipos de gestión. Pero también es probable que el voto del PP ascienda en los próximos meses, más a medida en que nos aproximemos al momento de votar: el miedo a “los rojos” siempre ha movilizado mucho a la derecha española. Lo del PSOE es más complicado, y su electorado aún potencial seguirá dividiéndose entre quienes consideren que la mejor manera de garantizar un gobierno progresista es volver a confiar en sus promesas, y quienes perdida definitivamente la confianza decidan probar con otra izquierda.

En todo caso, junto al plan A del asalto al cielo seguro que Podemos ya debe estar planteándose un plan B fundado sobre la construcción de consensos. ¿Con quién y para qué? Ya se irá viendo. Pero habrá plan B, estoy seguro, y será bueno que lo haya.

El poeta malagueño, republicano y antifascista, Manuel Altolaguirre, es autor de un hermoso poema dedicado a un olmo, en una de cuyas estrofas dice: “¡Quién como tú pudiera ser tan libre,/ con esa libertad lenta y tranquila/ con la que así te vas formando!/ Tú permaneces, pero te renuevas,/ estás bien arraigado, pero creces,/ y conquistas el cielo sin derrota,/ dueño de tu comienzo y de tus fines”. Podemos es hoy gloriosamente dueño de su comienzo, y esta soberanía le confiere su arraigo firme y su libertad tranquila. Pero no es igualmente dueño de sus fines. Para acercarse a estos va a tener que pactar, mucho y con muchos. Espero que también por esta vía pueda conquistar el cielo sin derrota.

Tal vez el cielo no se tome por consenso, pero ¿y el parlamento? Podemos ha sido la rotavator que ha removido el compacto y resecado campo político español, agostado por décadas de partitocracia. Como un joven topo armado de modernas tecnologías ha ido excavando bajo el terreno aparentemente inmutable del bipartidismo imperfecto que desde 1977 caracteriza el espacio electoral español, aireándolo, esponjándolo, oxigenándolo, hasta convertirlo en terreno fértil para la experimentación social y la emergencia de nuevas especies políticas. Ya sólo por esto, por haberlo removido todo, por habernos despertado de la narcolepsia colectiva en la que poco a poco íbamos sumiéndonos como consecuencia de la deriva esclerodemocrática del sistema institucional surgido de la Transición, Podemos merece nuestro reconocimiento y aplauso. No sé lo que ocurrirá en el futuro en la política española, pero lo que ocurra no será peor que lo que había.

Pero los datos demoscópicos que vamos conociendo no dan para un asalto al parlamento. Asalto democrático, no le demos más vueltas, ni juguemos con las palabras sacadas de contexto, como han hecho algunos comentaristas de la proclamación de Pablo Iglesias en Vistalegre. Un 22,2 % en intención de voto (o un 27,7 % estimado sobre voto válido) es más que suficiente para colocar a Podemos como posible primera fuerza en las próximas elecciones generales, por delante tanto del PSOE (13,1 % en intención de voto y 26,2 % en voto estimado) como del PP (10,4 % en intención de voto, 20,7 % de voto estimado); pero no es bastante como para gobernar sin pactos. Pactos que, una vez sentados en el Congreso de los Diputados, habrán de hacerse necesariamente con “la casta”. Pactos, acuerdos, apoyos o coincidencias, de mayor o menor alcance, pero dentro del mismo sistema que se pretende transformar. Así es la política democrática: que se lo pregunten a la izquierda abertzale.