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Un detalle destronó a Juan Carlos y Al Capone
El rey Juan Carlos y Al Capone han tenido un final de carrera similar. Cada uno en lo suyo, claro está. Pero ambos han caído por hechos casi anecdóticos si los comparamos con sus largas trayectorias. Uno, como heredero político de Franco; y, el otro, como capo mafioso sin escrúpulos, que es una cualidad imprescindible para ser un gánster de prestigio.
Habrá quien piense que no tiene nada que ver. Qué ya está bien de darle al monarca. Nos hemos pasado 40 años erigiéndole en el gran hacedor de la paz y la prosperidad (y de todo lo bueno que sucedía) en España y ahora, cuando se jubila, llueven piedras sobre su destronada cabeza.
La idea –desde luego, la mía- que une a Juan Carlos y Al Capone es que el reinado de este último solo terminó cuando la policía le pudo encarcelar por evasión de impuestos. Ni las durante años decenas de muertos que dejó a sus espaldas, ni los negocios prohibidos o la conversión de Chicago en la ciudad del hampa… Solo una triquiñuela absurda para evitar el fisco le destronó para siempre. ¡Ay, esas decisiones tan mal tomadas que dan al traste con una vida llena de gloria!
Es lo que le ha ocurrido a Juan Carlos, rey de España. Empecemos por el principio del fin. La caja de los truenos del monarca estalla sin parangón cuando tiene la mala suerte –o la edad- de romperse la cadera mientras caza elefantes en la República de Botsuana. Y, además, en compañía de la señora Corinna zu Sayn-Wittgenstein, de quien pronto supimos que es su amante, y que no solo le acompaña en sus giras lúdico-empresariales sino que, entre otras muchas actividades, ¡cuánto talento! le busca trabajitos dignos a Iñaki Urdagarin.
Así que, ahí está Juan Carlos, rey de España, adentrándose en un campo minado sin saberlo o pensando que es impune y aún no se ha descubierto la kryptonita que le convierta en vulnerable a ojos de los españoles. Es tal su despreocupación que posa ufano junto a los inertes trofeos. Y, jamás se siente culpable.
Porque, antes que Botsuana hubo otras muchas cacerías que no trascienden. Y, numerosos viajes de negocios –algunos muy turbios, según cuentan-y de placer que le sirven para acumular una gran fortuna sin reparar en su origen ni en la identidad de sus benefactores.
Pero, a veces, ocurre que un simple gesto es la chispa que hace estallar la bomba oculta bajo tierra durante décadas. Y, esto es lo que pasó. Tantos años de silencio y mirar para otro lado: ese rey Juan Carlos, campechano, simpático… gracias al que España había cruzado el Rubicón de la transición y logrado 40 años de paz y prosperidad. Su excelencia, que podía hacer callar a quien quisiera y al que hasta los partidos de la izquierda republicana agradecían su labor y rendían pleitesía. (Solo Herri Batasuna se atrevió a interrumpir su intervención puño en alto mientras cantaba Eusko Gudariak (himno de los soldados vascos) en la Casa de Juntas de Gernika en febrero de 1981).
En fin, ese rey tan admirado, ya no va a ser el mismo porque los españoles tampoco son iguales. La crisis lo anega todo; seis millones de parados y el monarca dándose la gran vida, ajeno al sufrimiento de su pueblo.
Y, además, está lo de su hija Cristina y lo de su yerno modelo: Iñaki Urdangarin y el caso Nóos, en el que el propio rey no sale bien parado. El globo se hincha demasiado y ha acabado explotando.
El rey no pierde la corona porque “ha dado claras muestras de lealtad a los principios e instituciones del régimen”, palabras de Franco cuando informó de que Juan Carlos I heredaría su régimen.
Nadie le reprochó sus palabras de nostalgia y alabanza para el mentor en el primer discurso navideño como rey, en 1975. Su reinado se asumió –de manera generalizada-como garante contra los militares y frente al riesgo de otro golpe de Estado como el que terminó con la II República.
El rey ha sido intocable y alabado. Se le ha agradecido hasta la saciedad su labor frente al golpe de Estado del 23-F. Solo, en los últimos años, algunos han descubierto oscuras tramas que le colocarían tras las bambalinas… Medios de comunicación y partidos políticos: todos fueron cómplices.
Sin, embargo, todo cambia y ya sabemos que se levantó la veda. Y, así, el monarca que prometió morir siendo rey, abdica porque no tiene más remedio.
Estos días, he buscado documentales de Franco y Juan Carlos y, la verdad, perturban a pesar de los años transcurridos. En uno de ellos, se muestra el bautizo de Felipe. Su madre, la todavía princesa Sofía, muestra el bebé a Franco. Son cosas que pasaban entonces y resultan lejanas.
Pero, recuerdan que la monarquía es anacrónica y absurda. Por eso, un referéndum es fundamental. El príncipe Felipe respondió hace un par de años a una joven que le reclamaba ese derecho que “todo es posible si existen los mecanismos democráticos”. Supongo que el futuro rey está envuelto en su propia tela de araña. Pero, a veces, un detalle cambia el rumbo de las cosas. El rey Felipe VI no debería olvidarlo.
El rey Juan Carlos y Al Capone han tenido un final de carrera similar. Cada uno en lo suyo, claro está. Pero ambos han caído por hechos casi anecdóticos si los comparamos con sus largas trayectorias. Uno, como heredero político de Franco; y, el otro, como capo mafioso sin escrúpulos, que es una cualidad imprescindible para ser un gánster de prestigio.
Habrá quien piense que no tiene nada que ver. Qué ya está bien de darle al monarca. Nos hemos pasado 40 años erigiéndole en el gran hacedor de la paz y la prosperidad (y de todo lo bueno que sucedía) en España y ahora, cuando se jubila, llueven piedras sobre su destronada cabeza.