La invasión criminal de Ucrania se ha convertido, por derecho propio, en la referencia informativa más destacada de la política española. Prueba de ello es que nos ha hecho olvidar por unos días cosas que pueden parecer tontadas, aunque no lo sean; como esa crisis tan vocinglera del Partido Popular, que ha acabado con el asesinato político de su presidente, los rencores (no resueltos por ahora) de la hermana del hermanísimo en Madrid y la exaltación caudillista de Núñez Feijóo para que empiece a poner orden en las filas de la derecha. Todo esto, con ser importante, palidece ante la gravedad que reviste la guerra contra un país europeo impuesta por un dictador totalitario. Una guerra que amenaza con ser el preludio de nuevas agresiones militares, porque no se va a detener en Ucrania y está mirando con descaro al resto de Europa.
Hay algo en la resistencia ucraniana que es muy español, conmovedoramente español, aunque sólo sea porque desentierra nuestra propia memoria histórica, que las derechas de España tratan de ocultar por todos los medios posibles. El “No pasarán” del Madrid republicano frente al acoso del ejército franquista es el que estos días se ha reactualizado en Kiev y otras ciudades, que (en el momento, al menos, en que se escriben estas líneas) resisten encarnizadamente a quienes, desde su poderío militar, tratan de arrebatarles su independencia y sus libertades.
De algún modo, la resistencia ucraniana se ha ganado el derecho a imponer algunos deberes ineludibles a los países europeos. Por lo pronto, nos recuerda que la democracia hay que defenderla porque está amenazada y se puede perder a escala continental. Un recordatorio muy oportuno para una Europa que parece aburrirse a veces de su propia democracia y los valores en los que se inspira, por la eclosión de un populismo prefascista, que los cuestiona cada vez más abiertamente. Y los cuestiona mediante un discurso demagógico y claramente deslegitimador de la acción política.
Y hay algo más que la Ucrania que lucha contra la invasión ha conseguido: y es remover la adormecida conciencia europea, que se ha reactivado, pasando por encima de los estrechos intereses nacionales
Nos recuerda también, como españoles, que aquí tenemos una extrema derecha cada vez más crecida, que bebe de la cloaca ideológica de Putin, aunque trate ahora de ocultarlo; y está utilizando la invasión rusa para radicalizar sus mensajes desestabilizadores. Una extrema derecha que ya gobierna o condiciona gobiernos, en Comunidades Autónomas y ayuntamientos. Algo que vuelve a plantear la necesidad del “cordón sanitario” a Vox, para que no siga colonizando, o condicionando, la marcha de las instituciones, en un sentido de clara involución. Porque allí donde se acepta a Vox, los avances conseguidos en este país durante años se desvanecen. Y se atenta incluso contra nuestra memoria reciente más compartida, como se acaba de ver hace muy pocos días, con la retirada de la subvención que el ayuntamiento de Zaragoza venía prestando regularmente a la Fundación José Antonio Labordeta; una decisión que el Gobierno de coalición de PP y Ciudadanos tomó a instancias de Vox, como requisito para que los de Abascal apoyaran los Presupuestos municipales.
Y hay algo más que la Ucrania que lucha contra la invasión ha conseguido: y es remover la adormecida conciencia europea, que se ha reactivado, pasando por encima de los estrechos intereses nacionales. Y hoy es el día en que toda Europa, y no únicamente la UE, se ha alzado con una sola voz, para expresar una solidaridad activa con un país agredido. Una solidaridad que incluye ayuda armamentística y fuertes, y hasta ahora inéditas, sanciones económicas a Rusia. Las que han hecho posible que el rublo se haya tambaleado, que los oligarcas enriquecidos por Putin empiecen a ver esta guerra como un mal negocio y que la población rusa se resienta ya de la aventura bélica de su presidente.
¿Que todas estas medidas tendrán efectos de “ida y vuelta” y ocasionarán problemas a las sociedades europeas? Sin duda alguna. Pero habrá que considerar si la defensa de los derechos democráticos no justifica el correr esos riesgos. En situaciones tan agónicas como las que se crean por una guerra atroz que está llamando a nuestras puertas, no está de más entender las libertades públicas que disfrutamos, no como algo abstracto que atañe sólo a “los políticos”, sino como un bien de primera necesidad que tenemos que mantener como el aire que respiramos.
Porque estamos hablando de cosas sumamente prácticas. Basta recordar que los desastres de esta guerra –destrucción de ciudades, éxodo masivo de refugiados, daños sociales inmensos y repercusiones económicas aún incalculables- podrían haberse evitado si Rusia fuese una democracia y a Putin se le hubiese podido derrocar por una humilde moción de censura en su Parlamento.