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Espejismo de igualdad en los Juegos Olímpicos de Río

Matilde Fontecha

Los Juegos Olímpicos de Río nos han mostrado la cara más amable del deporte élite. Incluso, la proporción equilibrada de deportistas hombres y mujeres, así como la participación de éstas en todas las disciplinas nos transmite la ilusión de que existe igualdad en el deporte, pero nada más lejos de la realidad.

Finalizados los JJOO y extinguidas sus luces, están apareciendo algunos artículos críticos con aspectos que suelen quedarse en la oscuridad de la trastienda. Y son de agradecer, pero, me van a perdonar, todo lo que he leído tiene una mirada limitada, como visto con un solo ojo que enfoca a los deportistas hombres, pero que sigue ignorando a la mitad de quienes han participado en los JJOO, a las mujeres.

Se ha escrito sobre ciertas implicaciones políticas inadecuadas en la fiesta universal del deporte, pero apenas nada acerca de la participación de los países que tienen secuestrados los derechos humanos de las mujeres; ni una reflexión que indique que obligar a las mujeres a competir con cierta vestimenta es un acto político de la extrema derecha. Se han contabilizado las medallas obtenidas en cada país, pero es difícil encontrar un artículo cuyo titular o texto expresen con claridad que de 17 medallas, 9 las han obtenido mujeres o que de 7 medallas de oro, 4 son de mujeres.

Se ha relacionado el PIB de un país con el número de medallas conseguidas, pero no es correcto tratar de valorar cuánto ha costado cada medalla sin aplicar el impacto de género, porque no tiene comparación el gasto invertido en una medalla obtenida por un hombre o por una mujer.

Hagamos un ejercicio, por ejemplo, con la selección española de baloncesto. Si sumamos los recursos de los que han dispuesto los 12 jugadores del equipo de baloncesto de hombres a lo largo de sus carreras deportivas (honorarios y otros estipendios, recursos humanos, técnicos y médicos, material, uso de instalaciones, etc.) y lo comparamos con los recursos de que han dispuesto el conjunto de la selección española de mujeres, creeríamos que es un error de la calculadora, pero la calculadora no falla.

Mira por donde, ellas han conseguido una medalla olímpica de plata y ellos de bronce, lo que no ha supuesto que aparezcan más en los medios o que sean más vitoreadas. En el mejor de los casos, está el artículo Algunas de las barreras que le quedaban por romper al deporte femenino español han saltado por los aires, escrito por Oscar Sanz con la intención de alabar la labor de nuestras deportistas. Sin embargo, la fratría le ha jugado una mala pasada al opinar: “… por vez primera, España consigue medalla en hombres y en mujeres en el mismo deporte de equipo. Fueron plata las chicas y fue bronce, a modo de despedida, la mejor generación de deportistas que jamás conoció este país, la que lidera Pau Gasol.”

La desigualdad de recursos no es algo que pueda verse en la retrasmisión de los Juegos, pero sí hemos podido ver que apenas han intervenido juezas, árbitras, técnicas, fisioterapeutas, médicas o entrenadoras. En tenis hemos visto algún encuentro dirigido por una mujer, pero no los partidos más importantes; alguna entrenadora de equipos de mujeres, pero no de equipos de hombres.

También han sido una excepción las mujeres que imponen los preciados metales a las y los deportistas en el pódium. El honor de colgar las medallas olímpicas está reservado a personalidades de los Comités Olímpicos o altos cargos de las Federaciones, que no llegan al 3% de mujeres.

Solo para poner de manifiesto la impagable contribución de algunos medios de comunicación en mantener los estereotipos y roles de género, a través de las tomas de cámara, comentarios y escritos, serían necesarias muchas páginas, y ya han sido publicados artículos que recogen las bravuconadas del periodismo en estos JJOO.

Entre ellos, se lleva la medalla al más cerril el artículo de El Diario AS titulado: Rivas, el hombre que convirtió en oro las rabietas de Carolina. Es una ofensa infame a Carolina Marín, bicampeona del mundo de bádminton y medalla de oro en Río; quien ha escrito semejante basura empaña, además, los méritos de su entrenador.

Ha habido otros asuntos que se han tratado de forma inadecuada, por ejemplo, aludir a la vida privada de las deportistas, el machaque con la edad –el nombre de Carolina Rodríguez iba seguido de un obligatorio “gimnasta de 30 años”- o el tratamiento sublime del tema de la maternidad en el caso de Maialen Chourraut, así como el protagonismo que se le ha dado a su entrenador y compañero. Ambos aspectos desvían la atención de la proeza de haber conseguido un oro olímpico.

No obstante, mi intención es llamar la atención acerca de un factor de discriminación al que nadie ha aludido, el más sutil y por lo tanto el más pernicioso, que enlaza con la tradicional imposición de la belleza femenina.

Es un tema polémico, porque, en general, no se percibe como un factor discriminador y mucho menos como un problema. Por el contrario, se va aceptando la idea de que una imagen bella es la mayor valía de las mujeres. La sexualización es un fenómeno que va ganando terrero cada día, que inunda y complica la vida de todas las mujeres y cuyo modelo de feminidad ha invadido la práctica deportiva. Fuera de toda lógica, se ve como positivo que compitan y naden maquilladas, perpetuando la idea de que no es suficiente ser una buena deportista sino que debes ser muy femenina. De hecho entre las deportistas se ha impuesto la moda de tatuarse la línea oscura sobre el párpado superior, el perfilado permanente de labios, etc.

En Brasil ha sido preocupante, lo hemos visto en los deportes tradicionalmente considerados masculinos, femeninos y neutros.

Las nadadoras compiten maquilladas. Lo lógico sería preguntarse cómo es posible que acepten aplicarse en los párpados unos productos que además de ser nocivos puedan dificultar su rendimiento. Pero la presión social con la imagen femenina es tan brutal que las deportistas sucumben a semejante idiotez. Las uñas pintadas son todo un clásico. En este caso, las cámaras estuvieron ágiles al mostrar una imagen de Mirella Belmonte: un primer plano del momento del impulso, en el que enfocaron las manos junto a los pies, con las uñas pintadas de rojo.

Las cámaras trasmiten como algo loable la imagen de un jugador chorreando sudor o secándose la cara en el banquillo, pero no muestran esa imagen de las jugadoras. En los deportes de equipo de contacto corporal y que se precisa agresividad en el juego, muchas deportistas van maquilladas y las cámaras se recrean en enfocar los ojos pintados. ¿Es que ellas no sudan? Pues parece que hasta sudar deben hacerlo con feminidad, pues algunas no pueden pasarse la toalla por la cara para no llevarse el maquillaje.

Todo esto es dañino por varios motivos: porque añade incomodidad e insalubridad a las jugadoras; porque transmite la imagen de que ellas aun en los momentos de máximo esfuerzo físico no deben mostrar una imagen desaliñada; y el más preocupante, porque las olímpicas son los escasos modelos de práctica deportiva que tienen las niñas y están encorsetados por las exigencias estéticas.

Si nos centramos en los deportes en los que solo han participado mujeres, el asunto se ha disparatado. Por ejemplo, la gimnasia rítmica siempre ha estado ligado a la imagen de feminidad hegemónica, tanto en los movimientos como en el atuendo. Se les exigía una imagen sobria impuesta por las escuelas de Europa del este, y tenían un reglamento muy estricto en la vestimenta. En Brasil parece que el péndulo ha oscilado hasta el otro extremo. Los atuendos de chillones colores, pedrería y adornos hasta el empalago me han hecho añorar aquellos maillot al estilo de las antiguas camaradas.

Además, estas deportistas, sin perder la sonrisa que es una exigencia solo para las mujeres, desarrollan ejercicios de fuerza, lanzan y reciben objetos y realizan complicadas acrobacias, por lo que semejantes adornos resultan peligrosos, especialmente cuando existe contacto con el cuerpo de otras compañeras del equipo.

Efectivamente, en este deporte la estética es importante, pero debería ser la estética de los movimientos, de la pericia en el manejo de los aparatos, del nivel de coordinación y agilidad que se precisa para realizar semejantes proezas. No es una cuestión de gustos, sino que el hecho de ir vestidas de esa guisa y pintadas de manera tan exagerada parece tener por objeto restar protagonismo al ejercicio físico. Como si no se quisiera aceptar que la valía de las gimnastas no está en la belleza y adornos de sus cuerpos, sino en su destreza deportiva.

Algo similar puede decirse de las deportistas de natación sincronizada que, al resto de habilidades, deben añadir el dominio del medio acuático. Ese es su valor y no merece ser obstaculizado por tendencias sexistas.

Otro factor de desigualdad ha sido la imposición de cierta vestimenta para la competición por parte de algunas federaciones. Es un tema que hemos tratado en varias ocasiones, pero que ha vuelto a estar presente en Brasil, donde algunas deportistas han competido con una braga y un top tan pequeños que dejan al descubierto la mayor parte de su cuerpo e influye negativamente en la eficacia de ciertos gestos deportivos.

Y en este punto quiero hacer una reflexión. Estos señores del deporte que obligan a sus deportistas a competir semidesnudas, ¿por qué no hacen extensiva esta obligación a todas las olímpicas? Porque tendrían que discutir con los señores del velo y entre ellos no se enfrentan, ya que es un pacto ancestral que perdura: en cada territorio ellos deciden si taparlas o desnudarlas. Me preocupa que las voces que se han alzado acerca del tema del velo hablen de derechos de las mujeres y de respetar su cultura. Ninguno de estos dos argumentos son ciertos y para no caer en la torpeza de hablar sin conocimiento de causa, les remito, por ejemplo, al artículo Marieme-Hélie Lucas que explica este asunto con autoridad: http://ctxt.es/es/20160824/Politica/8002/velo-islamico-feminismo-religi%C3%B3n-islamismoburkini.htm

Estos son algunos de los indicadores de discriminación de las mujeres que hemos podido observar en los JJOO de 2016. Son formas de desigualdad sutiles y menos explícitas, pero que no deben llevarnos a engaño, porque en estos Juegos se han utilizado las mismas estrategias de regresión en igualdad que en los demás ámbitos sociales: la belleza y la maternidad como valores supremos de las mujeres. Estos días hemos podido ver que en el mundo deportivo se ha agudizado la sensación de que ser buena deportista no es suficiente, sino que hay que acarrear con el lastre que conllevan los cánones de la feminidad.

Los Juegos Olímpicos de Río nos han mostrado la cara más amable del deporte élite. Incluso, la proporción equilibrada de deportistas hombres y mujeres, así como la participación de éstas en todas las disciplinas nos transmite la ilusión de que existe igualdad en el deporte, pero nada más lejos de la realidad.

Finalizados los JJOO y extinguidas sus luces, están apareciendo algunos artículos críticos con aspectos que suelen quedarse en la oscuridad de la trastienda. Y son de agradecer, pero, me van a perdonar, todo lo que he leído tiene una mirada limitada, como visto con un solo ojo que enfoca a los deportistas hombres, pero que sigue ignorando a la mitad de quienes han participado en los JJOO, a las mujeres.