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ETA y los diez de CCOO

Joseba Eceolaza

miembro de CCOO —

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Hablar de los muertos, en realidad, encierra mucha vida: recordando a los asesinados se ponen las bases necesarias para que nadie, nunca, vuelva a justificar el tiro en la nuca. De hecho, la idea del recuerdo es tan sólida que a veces la memoria apunta al mañana más que al pasado. La relación de pérdidas por la actividad de ETA es muy amplia y nos alcanzó tanto que todavía estamos en el tiempo del testimonio. 

Porque no hay nada más justo y necesario que poner a la luz de la historia los asesinatos de ETA. Contar los detalles de lo que sucedió y destacar los orígenes políticos o las profesiones de las víctimas nos ayuda a empatizar con su tragedia y a desenmascarar algunos de los mitos legitimadores de la violencia. 

Lejos de la idea de la ETA antifranquista (el 95% de sus víctimas lo fueron después de 1975), nos encontramos con un grupo terrorista que asesinó a unas cuantas  personas que habían luchado contra Franco y que tuvieron que vivir bajo las dos dictaduras: la franquista y la de ETA. Del total de asesinados por la banda terrorista, diez eran militantes de CCOO o habían sido personas relevantes del sindicato, tal y como ha investigado Florencio Domínguez, director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. 

Ese es el caso del periodista José Luis López de Lacalle, militante del PCE y uno de los fundadores de CCOO en Gipuzkoa. Fue tiroteado en su portal en el año 2000 cuando llevaba un paraguas rojo y ocho periódicos. 

Juan Mari Jáuregui, ex gobernador civil de Gipuzkoa, también fue asesinado en el año 2000. Como José Luis, fue un reconocido militante antifranquista y formó parte de esa generación que casi de forma automática tenía la doble militancia, al PCE y a CCOO. 

Antonio García vivía en Tolosa y el 21 de junio de 1978 ETA le disparó catorce tiros. Era conductor de la grúa municipal y, por lo tanto, policía local en el Ayuntamiento de Tolosa. 

Francisco Medina, albañil, fue ametrallado en 1979 cuando se dirigía a trabajar en unos edificios que formaban parte del complejo de la Guardia Civil en el barrio de Intxaurrondo. Algo parecido le sucedió a Ramón Díaz, cocinero en la Comandancia de Marina de San Sebastián. ETA le puso una bomba lapa en el coche el 26 de enero de 2001. 

Mario González, soldador en el pozo minero de Bodovalle (Bizkaia), como les sucedió a otras 77 personas, fue acusado de chivato y lo asesinaron después de secuestrarlo un 2 de agosto de 1980. 

Félix Peña, trabajador naval, murió abrasado en el ataque a la Casa del Pueblo de Portugalete en 1987 en el que también murió Maite Torrano. Pedro Conrado, militante del PCE, fue asesinado en 1981 junto a su hermano Imanol y a Ignacio Ibarguchi, al ser confundidos con policías mientras vendían libros a domicilio en Tolosa. 

Antonio José Martos, militante de CCOO y del Partit dels Comunistes de Cataluña, era albañil y murió cuando pasaba cerca del coche bomba que ETA hizo explotar un 19 de marzo de 1992 en Sant Quirze del Vallés. A su hija le había puesto de nombre Alba, en homenaje a la famosa canción de Aute. Años más tarde, el 22 de octubre de 2000, mataron con una bomba lapa puesta en su coche al funcionario de prisiones Máximo Casado, que había sido delegado sindical de CCOO en la cárcel de Nanclares (Álava). 

Ante la magnitud de los ataques, el sindicato estuvo a la altura ya desde los años setenta. Tras el asesinato de Antonio García en 1978, el congreso de CCOO guardó un minuto de silencio. Cuando mataron a Francisco Medina, hizo un llamamiento a los trabajadores para que organizasen asambleas de protesta. Ante la muerte de Antonio José Martos, tanto CCOO de Cataluña como el Ayuntamiento de Sabadell y el PCE hicieron un homenaje civil. 

A pesar de que en ocasiones y en diferentes momentos hubo quienes se sintieron persuadidos por las dinámicas de la izquierda abertzale, en Navarra el sindicato también tuvo una actitud contraria a ETA desde muy temprano. En 1973, en pleno conflicto laboral en Torfinasa, ETA secuestró a Felipe Huarte, dueño de la empresa. Buena parte de la plantilla redactó un comunicado en el que se criticaba a ETA por autoerigirse en representante de esa lucha obrera. Además, el 26 de enero de 1979 el sindicato condenó el terrorismo y pidió a su afiliación que se mostrara contraria al terrorismo y “su dialéctica antidemocrática de terrorismo-represión”, como figura en una nota recogida por Carmen Bravo en su libro 'CCOO Navarra; el resurgir del movimiento obrero y sindical (1951-2012)'.

Estos ataques condensan a la perfección la irracionalidad de la violencia ejercida por ETA. Policías, periodistas, albañiles o comerciales fueron objetivos de la organización y en su modelo fanático de país les sobraban, al menos, diez compañeros de CCOO. Ese vacío que nos dejó la violencia aún nos duele, ya que en cada uno de esos asesinatos perdimos un poco de nosotros. Recordarles es sacarlos de esas tumbas cerradas en las que los quisieron sus asesinos. Nadie puede traer a estos compañeros a la vida, pero, al menos, que se queden grabados para siempre en los estatutos de nuestra memoria obrera será nuestro mejor legado.

José Luis, Juan Mari, Antonio, Máximo, Francisco, Ramón, Félix, Pedro, Antonio, Mario. Compañeros, compañeros…

Hablar de los muertos, en realidad, encierra mucha vida: recordando a los asesinados se ponen las bases necesarias para que nadie, nunca, vuelva a justificar el tiro en la nuca. De hecho, la idea del recuerdo es tan sólida que a veces la memoria apunta al mañana más que al pasado. La relación de pérdidas por la actividad de ETA es muy amplia y nos alcanzó tanto que todavía estamos en el tiempo del testimonio. 

Porque no hay nada más justo y necesario que poner a la luz de la historia los asesinatos de ETA. Contar los detalles de lo que sucedió y destacar los orígenes políticos o las profesiones de las víctimas nos ayuda a empatizar con su tragedia y a desenmascarar algunos de los mitos legitimadores de la violencia.