Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
ETA pasó; su odio permanece
En su libro “Jóvenes sin juventud” (Editorial Catarata), el secretario general de los socialistas guipuzcoanos, Eneko Andueza, traza un relato de gran emotividad, y a ratos estremecedor, de quienes estrenaron juventud en su partido combatiendo al totalitarismo etarra y pagando por ello un alto precio. Por eso, cuando alude a la histórica fecha (20 de octubre de 2011) en que ETA anunció el fin de su actividad terrorista, no se priva de añadir: “Allí comenzaba a fraguarse un nuevo futuro en el que la memoria debía jugar un papel fundamental, como lo sigue jugando, para que el olvido no diera carpetazo a una historia que en absoluto debemos olvidar”.
Por si esta apelación a la memoria pudiera resultar un tanto molesta para quienes prefieran olvidar y superar, así, viejos “contenciosos”, sería preciso dejar claro que la necesidad de recordar no tiene nada que ver con recrearse en el ayer tenebroso del país, sino con resolver problemas de nuestro más inmediato presente, que, a su vez, pueden condicionar seriamente nuestro futuro. Porque ETA, por suerte, es ya pasado, pero el odio que ha sembrado en ciertos sectores del país sigue siendo una realidad de nuestros días. Y si esto aún no se entiende del todo, se podría precisar todavía un poco más.
Cuando ETA estaba todavía en activo (lo cuenta Eneko Andueza en su libro), algún compañero de colegio podía decirle a Adei, hijo pequeño de Isaías Carrasco: “¡Qué bien que le han pegado cinco tiros a tu padre!”. Años después, hace unos pocos días, con ETA ya disuelta, unos jóvenes le gritan a Mikel Iturgaiz, hijo del conocido dirigente vasco del Partido Popular: “¡Fachita de mierda! ¡Te vamos a quemar vivo con tu puto padre”; e intentan agredirle al finalizar un partido de fútbol en Gernika. Cuesta dilucidar cuál de las dos situaciones provoca mayores escalofríos.
Pero lo peor es que el suceso referido no fue algo aislado. Llovía sobre mojado, porque aún quedaba reciente la agresión a un exconcejal del PP, Iñaki García Calvo, abofeteado en un bar de la calle Cuchillería de Vitoria porque, según le dieron a entender, estaba en una “zona nacional” que no era la suya. Y también se equivocó de zona para defender sus ideas políticas el joven estudiante de Ciudadanos que, en diciembre de 2018 fue agredido grupalmente y con ensañamiento en la Universidad del País Vasco de la capital alavesa.
Los insultos, amenazas y agresiones dirigidos contra el “enemigo español”, en sus múltiples variantes, no tienen nada que envidiar a los que fomentan quienes arremeten contra los “enemigos de Euskadi”
Desgraciadamente, el fomento del odio no es algo exclusivo de Vox, porque en Euskadi se ve muy bien acompañado por quienes aún siguen añorando a ETA y los sangrientos “episodios nacionales” que protagonizó. Los insultos, amenazas y agresiones dirigidos contra el “enemigo español”, en sus múltiples variantes, no tienen nada que envidiar a los que fomentan quienes arremeten contra los “enemigos de Euskadi”. Unos y otros surgen del mismo lodazal totalitario que hemos venido padeciendo a lo largo de tantos años. Unos y otros creen que la nación (se trate de Euskadi o de España) es suya. Unos y otros se burlan del pluralismo que se corresponde con sociedades del siglo XXI. Unos y otros creen saber muy bien quiénes son los “antivascos” y los “antiespañoles”; y quiénes están o no legitimados para gobernar, digan lo que digan las leyes y las instituciones. Unos y otros tienen sus raíces en una historia que ha sido siniestra.
Y no es un buen negocio olvidarla, porque ese pasado indeseable podría reproducirse por el procedimiento de ir achicando los controles y resortes democráticos de los que aún podemos disfrutar. Vox está en ello, empeñado en dejar su huella en la política española. En Euskadi, por suerte, lo que queda, hoy por hoy, son residuos de la violencia salvaje de hace no tanto tiempo. Pero no parece muy conveniente desatenderlos en un país donde sigue habiendo “ongi etorris” que homenajean a los presos de ETA salidos de la cárcel y donde la autodenominada izquierda abertzale sigue en su permanente querer y no poder en todo lo que afecta a la condena sin paliativos del pasado terrorista.
Un país, además, con una memoria demasiado frágil. O demasiado selectiva, teniendo en cuenta que parece encontrarse más cómoda recordando los crímenes del pasado franquista, que los cometidos por el terrorismo mucho más recientemente y en plena democracia. Tal vez para evitarnos recordar esa larga época en que tanto se practicó el deporte de mirar para otro lado cuando el terrorismo escogía a sus víctimas para silenciar al conjunto de la sociedad vasca. Lo cual, dicho sea de paso, no nos embellece demasiado como colectividad política.
Y nos obliga a poner las cosas en su sitio para evitar una historia edulcorada en la que “todos podamos sentirnos cómodos”, y “mirar al futuro sin reabrir viejas heridas”, como le gustan al PP en España y a EH Bildu en Euskadi. Comparto por ello, al cien por cien, la conclusión de Eneko Andueza: “Me niego a generalizar que la derrota de ETA fue una victoria de la sociedad vasca. No. Fue la victoria de la parte de la sociedad vasca y española que resistió a ETA”. Entre otras razones, porque fue esa parte de nuestra sociedad, la que defendía ideas políticas que no eran las del nacionalismo, la directamente amenazada por la organización terrorista. El resto de la población se limitaba a recibir el aviso a navegantes.
En su libro “Jóvenes sin juventud” (Editorial Catarata), el secretario general de los socialistas guipuzcoanos, Eneko Andueza, traza un relato de gran emotividad, y a ratos estremecedor, de quienes estrenaron juventud en su partido combatiendo al totalitarismo etarra y pagando por ello un alto precio. Por eso, cuando alude a la histórica fecha (20 de octubre de 2011) en que ETA anunció el fin de su actividad terrorista, no se priva de añadir: “Allí comenzaba a fraguarse un nuevo futuro en el que la memoria debía jugar un papel fundamental, como lo sigue jugando, para que el olvido no diera carpetazo a una historia que en absoluto debemos olvidar”.
Por si esta apelación a la memoria pudiera resultar un tanto molesta para quienes prefieran olvidar y superar, así, viejos “contenciosos”, sería preciso dejar claro que la necesidad de recordar no tiene nada que ver con recrearse en el ayer tenebroso del país, sino con resolver problemas de nuestro más inmediato presente, que, a su vez, pueden condicionar seriamente nuestro futuro. Porque ETA, por suerte, es ya pasado, pero el odio que ha sembrado en ciertos sectores del país sigue siendo una realidad de nuestros días. Y si esto aún no se entiende del todo, se podría precisar todavía un poco más.