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¿Contra ETA vivíamos mejor?

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Si hace muy poquito alguien nos predijera que la izquierda abertzale, en lugar de montar el pollo y limitarse a entonar el 'Eusko Gudariak' cuando iba al Congreso de los Diputados, participaría activamente en las instituciones democráticas e incluso llegaría a apoyar a un Gobierno de España, seguro que le preguntaríamos qué se había fumado ese día. La misma pregunta que le haríamos a quien pronosticara, en tiempos nada lejanos, que el PNV sería hoy tan exigente con los antiguos voceros políticos de ETA.

Y, sin embargo, ahí tenemos a estos últimos: desarrollando regularmente su trabajo en el Parlamento Vasco y las Cortes Generales, una vez que aceptaron las exigencias del Gobierno socialista para salir de su ilegalización, que no eran otras que defender sus proyectos desde la aceptación explícita de la legalidad constitucional y del rechazo, no menos explícito, de la violencia. Fue la famosa disyuntiva del ministro Rubalcaba: “O votos o bombas”. Y la izquierda abertzale optó por los votos y por defenderlos en el marco de la democracia; una democracia que salió victoriosa en esos años, y por partida doble: consiguiendo el fin del terrorismo y la integración en el sistema político de quienes apoyaban a ETA y empezaron a dejar de ser un partido antisistema.

Porque resulta necesario insistir en el hecho de que el fin del terrorismo se produjo con el liderazgo, la acción decidida y la colaboración permanente de los Gobiernos socialistas de Zapatero y Patxi López. Pero es preciso recordárselo al PP, a Vox y a lo que aún queda de Ciudadanos: que el terrorismo de ETA acabó cuando los socialistas gobernaban en Euskadi y en el conjunto de España. Porque parece que no se han enterado aún. O no quieren enterarse, al insistir machaconamente en la idea de que ETA sigue viva, más fuerte y más influyente que nunca, por el 'blanqueo' con el que le favorece el presidente Pedro Sánchez.

Y todo para sacar adelante unos Presupuestos Generales que, siguiendo con su lógica, no pueden ser otros que los Presupuestos Generales de ETA. Lo aseguró Santiago Abascal, con el rigor en él habitual; aunque, para decirlo todo, avalado por la pata de banco soltada por Otegi cuando, para endulzar los oídos de su parroquia tras expresar su dolor por las víctimas de ETA, no tuvo mejor ocurrencia que relacionar el probable apoyo de EH Bildu a los Presupuestos con la puesta en libertad de 200 presos de ETA; demostrando de paso que las contradicciones en que sigue incurriendo EH Bildu para sobrellevar su mochila proterrorista de tantos años son un verdadero reconstituyente para unas derechas que, sin ETA, parecen estar huérfanas, porque es como si les faltara algo para seguir con vida y llegaran, por eso, a pensar que contra ETA vivían mejor.

La izquierda abertzale optó por los votos y la democracia, que salió victoriosa, y por partida doble: consiguiendo el fin del terrorismo y la integración en el sistema político de quienes apoyaban a ETA y empezaron a dejar de ser un partido antisistema

De ahí que consideren un escándalo inasumible que una fuerza política que durante decenios combatió a muerte (y nunca mejor dicho) la democracia constitucional pase a ser parte integrante de ese marco democrático y esté dispuesta a defender sus posiciones en diálogo y negociación con el resto de partidos. Y aún les parece más escandaloso que un independentismo radical que jamás ha querido saber nada de España esté dispuesto a dialogar con el actual Gobierno, comprometiéndose en proyectos que tienen que ver precisamente… con el futuro de España. ¿Y cómo están haciendo ahora esto cuando se suponía que debían estar haciendo otra cosa?, es lo que las derechas se preguntan asombradas. 

Tan asombradas como el propio nacionalismo, bastante molesto por que el radicalismo abertzale le haga ahora la competencia en Madrid a los 'conseguidores' vascos de toda la vida. Y hasta se percibe un tono algo 'casadiano' en las advertencias que, desde 'El Correo', ha lanzado estos días Andoni Ortuzar al socialismo vasco (y de rebote al Gobierno de España): “El PSE deberá elegir entre estar cómodo con el PNV o aventuras con Bildu”; porque, advierte igualmente, “La izquierda abertzale es como una mantis religiosa. Que el PSOE sepa lo que hay”.

Creo que ya lo sabe. Entre otras razones, porque pudo comprobar cómo se comportaba esa mantis religiosa, cuando el PNV la cortejó en la etapa nefasta del lehendakari Ibarretxe y el Pacto de Lizarra. Por eso, no cesa de recordar a los herederos de la antigua Herri Batasuna que tienen todavía asignaturas pendientes de aprobar, y muy relacionadas con su pasado reciente: entre ellas, la condena clara y explícita del terrorismo de ETA, el respeto a sus víctimas, acabar con los 'ongi etorri' que las humillan y tener posiciones más claras con respecto al acoso a que aún se ven sometidos ciudadanos en este país por su significación política. Y es también muy claro cuando deja patente, tanto al PNV como a EH Bildu, su negativa a respaldar una reforma del Estatuto de Autonomía que desborde la legalidad democrática y divida al país entre ciudadanos y nacionales vascos.

Todo lo cual no le ha impedido llegar a acuerdos razonables con la izquierda abertzale en cuestiones concretas, de trascendencia social. No creo, por eso, que el socialismo vasco se haya arrepentido de haber conseguido desde la oposición que el Parlamento Vasco aprobara una buena Ley del derecho a la Vivienda, consiguiendo en su día los apoyos de EH Bildu, e incorporando el de UPyD. Aunque no sé muy bien —vistas las cosas que han ocurrido después— si la UPyD de entonces era únicamente la de Gorka Maneiro, o también la de Rosa Díez y Fernando Savater.

Si hace muy poquito alguien nos predijera que la izquierda abertzale, en lugar de montar el pollo y limitarse a entonar el 'Eusko Gudariak' cuando iba al Congreso de los Diputados, participaría activamente en las instituciones democráticas e incluso llegaría a apoyar a un Gobierno de España, seguro que le preguntaríamos qué se había fumado ese día. La misma pregunta que le haríamos a quien pronosticara, en tiempos nada lejanos, que el PNV sería hoy tan exigente con los antiguos voceros políticos de ETA.

Y, sin embargo, ahí tenemos a estos últimos: desarrollando regularmente su trabajo en el Parlamento Vasco y las Cortes Generales, una vez que aceptaron las exigencias del Gobierno socialista para salir de su ilegalización, que no eran otras que defender sus proyectos desde la aceptación explícita de la legalidad constitucional y del rechazo, no menos explícito, de la violencia. Fue la famosa disyuntiva del ministro Rubalcaba: “O votos o bombas”. Y la izquierda abertzale optó por los votos y por defenderlos en el marco de la democracia; una democracia que salió victoriosa en esos años, y por partida doble: consiguiendo el fin del terrorismo y la integración en el sistema político de quienes apoyaban a ETA y empezaron a dejar de ser un partido antisistema.