Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
¿Está justificado pagar 57 millones de dólares por un cuadro de Basquiat?
Un coleccionista japonés - Yusaku Maezawa para más señas- pagó 57 millones de dólares por un cuadro de Basquiat de 2,38 x 5 metros -en el mercado del arte el tamaño importa- que lleva por título Sin título. Una obra de Pablo Picasso (Las mujeres de Argel) se vendió el año pasado en Christie's por 179 millones de dólares y una escultura de Alberto Giacometti (El hombre que apunta con el dedo) por 141 millones. Fuera del círculo de las subastas, el récord lo tiene “Nafea Faa Ipoipo” (“¿Cuándo te casarás?”), de la época tahitiana de Paul Gauguin, adquirido por un comprador de Qatar, que pagó 300 millones de dólares. La primera reacción es pensar que estas cifras son una barbaridad, incluso una indecencia. Surgen así algunas preguntas: ¿Vive el mercado del arte una burbuja? ¿Se justifican de alguna manera estos precios? ¿Es el arte una buena inversión? Intentaremos responder a estas preguntas.
Hay quienes piensan que el arte no tiene precio. Otros cargan contra la comercialización del arte y la banalización que representa. Nada de todo esto es cierto. El mercado del arte existe y en él se compran y venden bienes. Simplemente que se trata de bienes -la palabra mercancía puede repugnar a algunos cuando se habla de arte- muy especiales. Veamos.
El arte –más específicamente la pintura- produce a quien lo posee placer estético y proporciona prestigio. Esto tiene un valor para quien lo compra. Pero además es un bien de inversión. Pero un bien de inversión con características específicas que lo diferencian de otros activos financieros. Un cuadro no produce ingresos periódicos como el bono de una empresa eléctrica. Los cuadros no son como las acciones que cotizan en bolsa y tienen empresas detrás, cuyo valor puede calcularse a partir de su balance y cuenta de resultados. Asimismo, como saben los que hayan recibido una herencia con cuadros de artistas desconocidos o pasados de moda, una obra de arte tampoco tiene su liquidez asegurada, como la tienen las acciones de las que acabamos de hablar. Todo esto explica que los coleccionistas se centren en las grandes “marcas”. Que a nadie extrañe este lenguaje. Los artistas son personajes innovadores, que les gusta apostar por la diferenciación y para los que el marketing no es algo ajeno. Más bien diríamos que es algo innato a personas muy creativas y emprendedoras. Picasso, Damien Hirst, Dalí, Jackson Pollock o Andy Warhol nos vienen pronto a la memoria.
Cuando uno invierte en arte no tiene un retorno garantizado. Se han hecho muchos estudios para evaluar la rentabilidad de las inversiones en arte y compararlas con las inversiones financieras. La mayoría coinciden en que la rentabilidad del arte a medio y largo plazo es menor que la de los activos financieros. Esa diferencia responde precisamente al placer estético y prestigio que producen, al que hemos hecho referencia anteriormente, que actúa como factor de descuento. Muchos creen más adecuado comparar el mercado del arte con el mercado inmobiliario, sujeto como a nadie se le escapa a grandes catástrofes y pinchazos de burbujas. Existen, como en el sector inmobiliario, fondos de inversión especializados en arte. La verdad solo hay muy pocos. Funcionan como private equity y obtienen unas rentabilidades atractivas pero situados en el segmento de alto riesgo y dirigidos a inversores con mucha capacidad adquisitiva (aun cuando las cantidades puedan fragmentarse) y muy diversificados.
El mercado del arte tiene unas características que lo diferencian de otros mercados. Es un mercado poco transparente donde se hacen muchas transacciones al margen del mismo. Es un mercado dominado por unos pocos: dos casas de subastas, cinco galerías globales y unos pocos coleccionistas, que se preocupan de que sus artistas mantengan la cotización. Un mercado donde hay un riesgo adicional para los no expertos: la falsificación. Orson Welles dedicó un excelente film a este tema titulado precisamente F for Fake (1973). Es un mercado donde los costes de transacción son muy elevados: margen de las galerías, comisión de las casas de subastas, seguros y costes de almacenaje, transporte…En el caso de artistas fallecidos, se trata de un mercado donde la oferta no es ampliable, los economistas decimos que es inelástica, es decir la curva de oferta es vertical lo que significa que aunque suba el precio no hay posibilidades de aumentar la oferta. Por eso, la demanda determina el precio actual de un cuadro pero depende del precio esperado en el futuro. Parece un galimatías pero no lo es. Piénselo un momento.
¿De qué depende esta demanda? En primer lugar, de la reputación, reconocimiento y prestigio del artista. Esta reputación y prestigio la definen críticos, historiadores del arte, galeristas, directores de museo, comisarios de exposiciones. Un mercado no tan manipulable como algunos pudieran imaginarse. Al menos a largo plazo. A corto se emplean estratagemas de promoción para inflar artificialmente los precios. Larry Gagosian, el galerista actual más influyente del mundo, y Damien Hisrt, uno de los artistas más cotizados, son maestros en estas lides. Se dedican a colocar la obra a un coleccionista renombrado, se crea una expectativa, se sube artificialmente la cotización y después se coloca el resto de la obra que tenemos bien guardada en nuestros almacenes. Con todo ello, consiguen crear un mercado exclusivo solo al alcance de unos pocos. En el mercado del arte también cotiza la rareza y escasez. Asimismo, la historia e itinerario de un cuadro explica parte de su cotización. Por ejemplo, además de su evidente contenido, el accidentado y fascinante recorrido de El origen del mundo de Gustave Courbet le da un valor especial. Un recorrido azaroso y semiclandestino, de propietario en propietario, robos incluidos, para acabar – después de pasar por las manos del psicoanalista Jacques Lacan- en una sala discreta del Museo de Orsay. El tamaño también influye, cuanto más grande más caro. En fin, pintores con cuadros en museos también se benefician en su cotización. Podemos observar que se trata de un mercado complejo en el que interviene muchas variables.
Si toda inversión en arte supone un riesgo, la inversión en el mercado primario del arte, es decir el que afecta a los nuevos creadores, es todavía mayor. Es muy difícil que las compras de nuevos pintores locales sin proyección internacional proporcionen rentabilidades importantes, ni incluso mínimas.
¿Qué ha pasado estos años en el mercado?
El mercado del arte sigue en general la evolución cíclica de la economía. De 2003 a 2007 el mercado del arte experimentoÌ un enorme crecimiento. En 2009 se desplomó como el reto de la economía. Luego se ha ido recuperando con algunos altibajos. Se calcula que el mercado del arte movió 63.000 millones de dólares en 2015, un descenso del 7 % respecto al año anterior (TEFAF 2016 Art Market Report). Las dificultades de la economía china explican parte de este descenso. Otra parte viene de las dificultades de economías como las de Brasil, Rusia u Oriente Próximo. No obstante, con tipos de interés tan bajos como los actuales, se espera que el mercado se anime. No podemos olvidar que los cuadros son un valor refugio en tiempo de crisis, como lo son el oro o los diamantes. Los museos “escondidos” en los almacenes de los transitorios de Suiza no son una leyenda.
El mercado global está dominado por tres mercados: EE.UU, China y Reino Unido. El mercado está muy polarizado. Por un lado los grandes mercados, Nueva York, Londres, Pekín, Hong Kong. Shanghai y ya muy lejos París. La importancia de China es creciente. ArtPrice elabora desde hace 8 años un ranking de los 500 artistas contemporáneos (aquellos nacidos después de 1945) más cotizados. A nadie extraña que entre los 50 primeros haya 17 artistas chinos. Como puede verse el mercado chino no sólo vive de Ai Weiwei. También están nombres ilustres como Zeng Fanzhi, Zhu Xinjian y muchos otros. Por otro lado, están los mercados pequeños, como el español, donde las galerías todavía no han salido de la crisis. No debe sorprender en un país que no es capaz de sacar adelante ni una ley del mecenazgo y donde hay mucha buena voluntad pero mucho “amateurismo”, mucho personalísimo, poco afán de colaborar y un cierto rechazo a utilizar las nuevas tecnologías como instrumentos de marketing y comercial. Un mercado estrecho donde un IVA del 21 % ha sido la puntilla final para las galerías y ha fomentado que el cliente final acuda directamente al artista que solo tiene que pagar un 10 % de IVA. El legislador se carga un eslabón de la cadena de valor que cumple un importante papel como introductor de nuevos valores, posicionamiento de los mismo y asesoramiento a coleccionistas y clientes. En lugar de ahogar al eslabón más débil de la cadena, mejor hubiera sido potenciar la industria, por ejemplo, impulsando actuaciones de formación o desarrollando una infraestructura de post venta que condujera a disponer de una cadena de valor Artista-Galerista-Coleccionista-Postventa estructurada y moderna.
Para los curiosos, en esa lista del ranking de los 500 más cotizados, a la que antes hacíamos alusión, solo hay tres españoles: Juan Muñoz (58), Miquel Barceló (135) y Lita Cabellut (333).
¿Qué conclusiones podemos sacar por ahora? Primera, una recomendación. No compre arte con la intención de invertir. Es una mala inversión. Si decide hacerlo, compre valores reconocidos. El comprador del cuadro de Basquiat siguió un patrón lógico. Basquiat es un artista ya fallecido, es una rareza, es un artista reconocido por la crítica y el objeto de la compra fue una pieza única de gran tamaño. Y no nos olvidamos del orgullo y placer de poseer el cuadro. En palabras de Yusaku Maezawa, con quién empezábamos el artículo:“sentí la responsabilidad de cuidar esta obra maestra para la generación que viene”. Solo hay un pero. Un riesgo muy grande. Los gustos pueden cambiar con el tiempo. Hoy está de moda pero mañana nadie sabe qué puede pasar.
Si en cualquier caso usted decide invertir y no tiene, como parece muy probable, 50 millones de dólares, aquí van unos consejos. Primero escudriñe a fondo su mercado local. Segundo déjese aconsejar por los especialistas. Tercero guíese por sus gustos. Si sigue estos consejos lo peor que puede pasar es que sus herederos tengan un problema y no sepan cómo deshacerse de lo que les ha dejado. Mientras tanto usted habrá disfrutado de una emoción única.
Un coleccionista japonés - Yusaku Maezawa para más señas- pagó 57 millones de dólares por un cuadro de Basquiat de 2,38 x 5 metros -en el mercado del arte el tamaño importa- que lleva por título Sin título. Una obra de Pablo Picasso (Las mujeres de Argel) se vendió el año pasado en Christie's por 179 millones de dólares y una escultura de Alberto Giacometti (El hombre que apunta con el dedo) por 141 millones. Fuera del círculo de las subastas, el récord lo tiene “Nafea Faa Ipoipo” (“¿Cuándo te casarás?”), de la época tahitiana de Paul Gauguin, adquirido por un comprador de Qatar, que pagó 300 millones de dólares. La primera reacción es pensar que estas cifras son una barbaridad, incluso una indecencia. Surgen así algunas preguntas: ¿Vive el mercado del arte una burbuja? ¿Se justifican de alguna manera estos precios? ¿Es el arte una buena inversión? Intentaremos responder a estas preguntas.
Hay quienes piensan que el arte no tiene precio. Otros cargan contra la comercialización del arte y la banalización que representa. Nada de todo esto es cierto. El mercado del arte existe y en él se compran y venden bienes. Simplemente que se trata de bienes -la palabra mercancía puede repugnar a algunos cuando se habla de arte- muy especiales. Veamos.