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El lechero, el adanismo y la bandera de Pedro Sánchez

Dicen que fue Winston Churchill el autor de la frase “La democracia un sistema político en el cual, cuando alguien llama a tu puerta a la seis de la mañana, puedes estar seguro de que es el lechero”. Podía haber dicho simplemente que previsibilidad y aburrimiento son las primeras virtudes de la democracia pero lo expresó con bastante más gracia.

Como a nadie le gusta aburrirse resulta comprensible que en España sea mucho más fácil escuchar vehementes y ruidosas propuestas de refundación en lugar de ideas más o menos razonables (y opinables) para mejorar lo que ya hay. Aquí lo que mola es la recreación del país. Ese tan liberador “de una vez por todas” que, al menos de boquilla, aplicamos a todos los ámbitos de la vida.

“Andarse con chiquitas”, “jugar a pequeña”, “hacer política con minúsculas” son expresiones despectivas hacia la prudencia, que no da prestigio a quien la ejerce. Todo lo contrario, le pone en la lista de los timoratos que no merecen crédito alguno. Hacer las cosas bien solo puede entenderse entre nosotros como sinónimo de tirar lo que hay a la basura y empezar de nuevo. Eso es lo fetén.

Cuando veo cómo se critica a los nuevos políticos tildándoles de adanistas, no puedo sino revolverme porque, siendo cierto en muchos aspectos, también lo es que a lo largo de toda la transición los partidos que ahora les critican han presentado cada elección como si fuera un acto de refundación del país. Así pasaba que la victoria del contrario era señalada como un desastre, provisional e incluso con un punto de ilegitimidad, al tratarse de un ataque a la normalidad que solo podría recuperarse más adelante con la victoria de “los nuestros”. En esto sí que derecha e izquierda han actuado igual.

Ni siquiera ha habido respeto hacia la voluntad popular de cada una de las convocatorias electorales, y sus resultados se han valorado siempre muy poco en lo que representaban por sí mismos y mucho como presagio de los que pasaría en las próximas elecciones, llamadas a traer, esas sí, el advenimiento de otra nueva nación, bien distinta de la actual. Llamo la atención del lector sobre el hecho de que tales extrapolaciones, además de incorrectas, son un evidente insulto a los votantes, a los que se nos considera incapaces de distinguir unas elecciones de otras y se nos supone, en cambio, arrastrados por una especie de marea hoy de confianza y aplauso, mañana de desconfianza o enfado que expresaríamos en las urnas, como niños, sin saber muy bien cuáles serán las consecuencias reales de nuestro voto. Un insulto, como digo.

A mí me ha gustado lo de la bandera española de Pedro Sánchez. Primero como marketiniano, para el que resulta obvio que el candidato del PSOE se ha dirigido al segmento de votantes moderados que serán quienes den la victoria en las generales al PSOE o al PP. Sánchez sabe que es difícil que pierda más votos por su izquierda y por eso ha tratado de ganarlos por donde puede y por donde más los hay, que es el centro. Bien jugado.

Pero es que, además, como ciudadano, lo de la bandera también me ha recordado el aforismo del lechero. La garantía de que en una democracia hay cosas que no van a cambiar gane quien gane las elecciones.

Se ha levantado cierta polvareda, lógica porque no es la monarquía sino la República la que forma parte del imaginario colectivo de los socialistas españoles, como icono de una experiencia histórica excepcional de modernidad, de libertad y de progreso que sus abuelos protagonizaron en buena medida. El símbolo es tan fuerte que poco importa que las cosas no fuesen exactamente así y que la segunda república tuviera grandes luces y también terribles sombras. El levantamiento militar que la destruyó también la mitificó y la fuerza de los mitos no está en su certeza sino en su capacidad de movilización.

Sin embargo la España democrática que Sánchez quiere gobernar es, con todos sus defectos pero sin duda alguna, un país más cercano al que seguramente soñaban tantos de aquellos que sufrieron y murieron por la causa de la libertad y la democracia bajo la bandera tricolor, que era la que representaba entonces ese ideal.

Reivindicar la bandera constitucional, tal y como lo ha hecho Pedro Sánchez, es poner en valor el régimen democrático de libertad, derechos sociales y culturales, autonomía territorial e imperio de la ley que no solo el PSOE, pero también el PSOE ha impulsado desde la transición. Un “régimen” que brilla en comparación con cualquiera de los que España ha sufrido a lo largo de su historia. No crean que no me consta que no está de moda decir estas cosas. Justamente por eso lo hago.

Me gusta que quien se presenta a unas elecciones democráticas no pretenda ganarlas para construir un nuevo país sino solamente para modificar las políticas cotidianas (nada más y nada menos que eso) mientras se deja a los lecheros que sigan repartiendo con plena normalidad. Estoy con Bertrand Russell en que soportar cierto grado de aburrimiento es necesario para lograr metas más altas.

Dicen que fue Winston Churchill el autor de la frase “La democracia un sistema político en el cual, cuando alguien llama a tu puerta a la seis de la mañana, puedes estar seguro de que es el lechero”. Podía haber dicho simplemente que previsibilidad y aburrimiento son las primeras virtudes de la democracia pero lo expresó con bastante más gracia.

Como a nadie le gusta aburrirse resulta comprensible que en España sea mucho más fácil escuchar vehementes y ruidosas propuestas de refundación en lugar de ideas más o menos razonables (y opinables) para mejorar lo que ya hay. Aquí lo que mola es la recreación del país. Ese tan liberador “de una vez por todas” que, al menos de boquilla, aplicamos a todos los ámbitos de la vida.