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La liturgia de enero

¿Recuerdan algún comienzo de año sin que las noticias relativas a los presos de ETA ocuparan sitio en las portadas de los diarios? Diríamos que, al menos, en las dos últimas décadas la cuestión ha sido tan propia de las fechas como la relacionada con la lotería. Pero en peor. No había afortunados. Todo eran pérdidas. Y quienes más perdían eran siempre las víctimas de un fanatismo tan delirante que a la vez que justificaba matar reclamaba el justo respeto a los derechos de los asesinos.

Hoy las cosas son diferentes. Hoy hablamos de que los presos de ETA han dado un paso desconocido en su historia al asumir que no cabe la amnistía que reclamaban. Han dado un giro total a sus planteamientos maximalistas y han aceptado que su futuro solo podrá abordarse por cauces legales y de manera individualizada. Los presos de ETA han reconocido que eso que ellos llaman su “método” (y que los demás calificamos de terrorismo) ya no tiene cabida en el futuro.

Podemos considerar que los presos de ETA se han visto obligados a renegar de sus exigencias históricas. Persistir en ellas no sólo les conducía a un precipicio sin fin, sino que ponía también contra las cuerdas la estrategia posibilista de la izquierda abertzale. Le pongan el celofán que le pongan (y ese celofán no nos va a engañar), no les quedaba otra.

¿Pero cuánto de cálculo hay en ese viraje histórico? Supongo que todo el que se quiera contar. Porque si es cierto que ningún gesto hasta ahora induce a creer que el colectivo de presos de ETA lamente el terrible dolor generado más allá de reconocer que, efectivamente, lo generó, lo que no se puede discutir es que el camino requiere de un primer paso.

Y ese paso se ha dado. Por supuesto que lo han hecho con las liturgias habituales de la izquierda aberzale. Porque qué es sino liturgia esa foto de los sesenta expresos en Durango, con José Antonio López Ruiz Kubati como eventual portavoz, dando por bueno el pronunciamiento de sus compañeros de cárcel.

Una liturgia que ha resultado insultante y repulsiva para algunos e inquietante para otros, pero que no deja lugar a dudas: esto es, que no hay sitio para la violencia. Porque el mismo Kubati que asesinó en 1987 a Dolores Gonzalez Katarían “Yoyes” como ejemplo y escarmiento de lo que sucedería a todos los que quisieran abandonar ETA; el mismo Kubati que en 1995 defendió por escrito lo acertado de asesinar al concejal del PP en San Sebastián Gregorio Ordoñez porque ese era el “salto cualitativo” (asesinar políticos) que necesitaba la “lucha de liberación del pueblo vasco”, ahora asume que no hay más vías que las políticas.

Todos los que se duelen de que esos sesenta expresos puedan reunirse en una foto saben que es la aplicación de la ley la que lo ha hecho posible. Ni fue una graciosa concesión su salida de la cárcel ni un delito su encuentro en el kafe antzokia, como muy oportunamente se ha encargado de aclarar el juez Santiago Pedraz. El mensaje de esos expresos puede causar mas o menos disgusto, más o menos rechazo, pero que nadie ignore que esa foto es la del fracaso de una estrategia.

No vemos a los más de quinientos militantes de ETA que aceptan ahora una vía que siempre rechazaron, pero sí hemos podido observar a más de sesenta expresos que, digan lo que digan, representan la cara más contumaz de una organización terrorista en trance de desaparición. Y me da la impresión de que eso nos permite mirar mejor al futuro.

¿Recuerdan algún comienzo de año sin que las noticias relativas a los presos de ETA ocuparan sitio en las portadas de los diarios? Diríamos que, al menos, en las dos últimas décadas la cuestión ha sido tan propia de las fechas como la relacionada con la lotería. Pero en peor. No había afortunados. Todo eran pérdidas. Y quienes más perdían eran siempre las víctimas de un fanatismo tan delirante que a la vez que justificaba matar reclamaba el justo respeto a los derechos de los asesinos.

Hoy las cosas son diferentes. Hoy hablamos de que los presos de ETA han dado un paso desconocido en su historia al asumir que no cabe la amnistía que reclamaban. Han dado un giro total a sus planteamientos maximalistas y han aceptado que su futuro solo podrá abordarse por cauces legales y de manera individualizada. Los presos de ETA han reconocido que eso que ellos llaman su “método” (y que los demás calificamos de terrorismo) ya no tiene cabida en el futuro.