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Luz

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La luz, cualquier luz, por débil que esta sea, es lo que la mayoría de las personas busca cuando oscurece, no solo en la calle sino también en los adentros del alma, en el cerebro situado en la parte superior del esqueleto humano o en la tediosa vida cotidiana.

Los políticos hacen leyes. Hablan mucho, demasiado, pero su auténtico trabajo es hacer leyes. Las personas transitamos por este mundo ateniéndonos a ellas, con mayor o con menor entusiasmo, eso sí, pero comprendiendo en nuestro solitario narcisismo que son necesarias para no acuchillarse los unos a los otros, además de lograr, de este modo, una rutinaria pero pacífica convivencia. Hay políticos que cuando acceden al gobierno de una nación dictan leyes que, de entrada, siegan la hierba bajo los pies de los ciudadanos procurándoles facturas que nunca podrán pagar.

Una vez asentados en el poder encadenan leyes que destinan a los jóvenes, por ejemplo, a la migración en busca de trabajo, a los ancianos a agonizar miserablemente en miserables residencias, a impedir la libertad de expresión mediante leyes mordaza, a amnistiar fiscalmente a quienes defraudan a la hacienda nacional, a precarizar los salarios, a recortar la financiación en la sanidad y la educación pública, a vender estratégicas empresas públicas a empresarios cómplices, a rescatar con millones de dinero público a negligentes entidades financieras y a disminuir los impuestos a quienes disfrutan de una riqueza heredada o lograda mediante turbios negocios que nunca han sido dirimidos en los tribunales de justicia.

Las leyes propiciadas en el anterior gobierno de coalición por el partido que lideró Pablo Iglesias, tal vez unos de los políticos más luminosos que ha dado este país en los últimos lustros, han sido una luz para muchos ciudadanos de este ruidoso reino procurándoles una vida cotidiana menos sufrida, más llevadera, mediante un ingreso mínimo vital, una ley de vivienda, una revalorización del salario mínimo, una ley para la protección de las mujeres ante la violencia de género, la derogación los aspectos más lesivos de una reforma laboral despiadada, el derecho a la autodeterminación de la identidad sexual, el derecho a una muerte digna, la ley del bienestar animal y otras medidas destinadas, no a un desfile multitudinario de banderas españolas flameando al viento en las calles de la venerada patria, sino a procurar que la vida, no siendo ni noble, ni buena, ni sagrada, como escribiera Federico García Lorca, al menos resulte menos incómoda.

El combate entre la luz y la oscuridad ha sido a lo largo de la historia el combate de la ciencia contra las supersticiones, el combate de la cultura contra la ignorancia, el combate de la tolerancia contra el fanatismo, el combate, en definitiva, del progreso contra el retroceso. La inteligencia humana siempre ha tendido hacia la luz. La necedad, también muy humana, hacia la oscuridad.

La luz, cualquier luz, por débil que esta sea, es lo que la mayoría de las personas busca cuando oscurece, no solo en la calle sino también en los adentros del alma, en el cerebro situado en la parte superior del esqueleto humano o en la tediosa vida cotidiana.

Los políticos hacen leyes. Hablan mucho, demasiado, pero su auténtico trabajo es hacer leyes. Las personas transitamos por este mundo ateniéndonos a ellas, con mayor o con menor entusiasmo, eso sí, pero comprendiendo en nuestro solitario narcisismo que son necesarias para no acuchillarse los unos a los otros, además de lograr, de este modo, una rutinaria pero pacífica convivencia. Hay políticos que cuando acceden al gobierno de una nación dictan leyes que, de entrada, siegan la hierba bajo los pies de los ciudadanos procurándoles facturas que nunca podrán pagar.