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Mordiendo la manzana: 25 años de una tradición que discrimina

Andrea Amantegui Guezala

22 de noviembre de 2022 21:25 h

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Tras dos años marcados por la crisis sanitaria, el pasado 8 de septiembre las calles de la ciudad de Hondarribia volvían a llenarse de tradición. En la escenificación de su alarde, que conmemora la victoria de las milicias forales sobre las tropas francesas el 8 de septiembre de 1638, desfilan miles de hombre y veinte mujeres. En paralelo a este bien llamado alarde tradicional, coexiste el público y paritario, que aboga por la participación de la mujer en igualdad de condiciones y no únicamente en representación de la tan aclamada figura de la cantinera. Las primeras voces disidentes surgieron en 1993, cuando una red de mujeres se organizó para estudiar su total incorporación al desfile. Según recoge la investigadora irundarra Mercedes Tranche, en aquel momento Emeki consiguió formar parte de la Junta del Alarde con voz pero sin voto. En 1995 decidieron democratizar el debate y salir a las calles, solicitando un año después participar en el desfile, petición que los Mandos denegaron. Ese mismo septiembre de 1996 un total de veintiséis mujeres se lanzan a las calles del pueblo vestidas de soldado.

No querría seguir escribiendo sin antes mostrar el respeto con el que redacto estas líneas. He crecido en la fronteriza comarca del Bidasoa y he mamado las connotaciones sentimentales de las tradiciones que dan vida a estos municipios. No obstante, las escenas presenciadas desde que tengo uso de conciencia me han sonrojado lo suficiente como para saber que mi lugar era delante y no detrás de un plástico negro que, entre otras cosas, me separaba de personas a las que aprecio y admiro. No me parece este un hecho loable, simplemente un acto reflejo que en el fondo ejercía con cierto temor y vergüenza. De pronto, nuestros valores se tornan difusos y nos encontramos frente a un conflicto visceral en el que las palabras no dan paso al entendimiento, siendo esta la herramienta de transformación social más poderosa que existe.

En enero de 1998 el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco sostiene que la prohibición a las mujeres constituye una discriminación por razón de sexo. Esta sentencia fue corroborada en el año 2002 por el Tribunal Supremo, que además rechazó el recurso del Ayuntamiento de Hondarribia. Para hacer frente a la obligación legal de que un acto público respete los derechos humanos y sea mixto, el consistorio se hace a un lado y el alarde se privatiza bajo la constitución de Alarde Fundazioa, que tiene entidad jurídica bajo el derecho civil navarro puesto que el gobierno vasco le negó el registro por resultar discriminatorio. Como actividad privada, prevalece el derecho a desfilar sin mujeres y así lo recoge la nostálgica resolución del Tribunal Supremo de 2007, con la que Alarde Fundazioa continúa atrincherada y de la que sigue estirando como puede.

En un análisis de lo sucedido el pasado día 8 de septiembre, es posible mencionar que las aceras se han vuelto más civilizadas, lo que no significa que no siga pendiente la solución de un conflicto ya cronificado

A estas alturas quiero decir que sería poco interesante renunciar a la vacilación, propia de la condición humana, y a la riqueza de una reflexión continua. Por estos lares no es poco frecuente, por lo aldeano, que el buen cumplimiento de las tradiciones se asocie con ser un ciudadano ejemplar, especialmente orgulloso y apegado a su tierra. Si bien las tradiciones son vestigios de quiénes fuimos, querer formar parte de ello como sujeto activo no falla a la tradición. Los juicios de valor y la conceptualización estereotipada del alarde paritario y sus participantes deshumanizan y complican la misión de tender puentes. Hemos crecido escuchando que la cantinera recibe el papel protagonista, que es la figura de honor y dignidad. Bien, debemos empezar a plantearnos que no todas queremos honores.

Como fiesta de roles marcados, la tradición es estricta en lo que al género respecta. Los hombres pueden desfilar viniendo de donde vengan, ya sean locales, veraneantes, amigos visitantes o espontáneos. Llevo años comprobando que las formalidades del alarde en cuanto a participación de última hora son permisivas, por más que algunos se empeñen en hacer del desfile un acto solemne sin alcohol o jolgorio de por medio. Más allá de la renovación anual del voto a la virgen, el alarde es una fiesta variopinta en la que la única regla de riguroso cumplimiento es la de nuestra no incorporación. Evitando caer en comparaciones odiosas, presuponer que mantener intacta una tradición es la única manera de preservarla resulta reaccionario y corrosivo. Además, este conflicto, que ya ha pasado a ser un cruce de tratos denigrantes entre mujeres, refleja la dureza con la que nos hemos juzgado y exigido posicionamientos bien definidos.

La disyuntiva no permite medias tintas y las mismas personas que no tolerarían esas violencias en otros contextos, sienten que deben defender a brazo partido lo que les han dicho que les van a quitar. Y entonces, una vez cruzado el arco, los cincuenta metros de la Calle Mayor de la hermosa ciudad de Hondarribia se convierten en territorio hostil y triste. Evitaré aquí entrar a valorar la escala de ataques, que en primera persona he comprobado que tienden a sucederse en ambas direcciones, puesto que me niego a darles el protagonismo y desviar la atención de lo importante. No analizaré lo que no siento que es representativo de lo que aquí se está hablando, que no es otra cuestión que el derecho a elegir libremente cómo disfrutar de nuestras tradiciones.

Hago un esfuerzo por alejarme del paternalismo, aunque se me antoja complicado y me disculpo de antemano por ello. Nuestros valores se edulcoran con un sinfín de connotaciones sentimentales heredadas y no por ello carecen de importancia o pierden su razón de ser. Sin embargo, caer en el dogmatismo resulta tentador y es precisamente aquí donde todo pierde su sentido. En un análisis de lo sucedido el pasado día 8 de septiembre, es posible mencionar que las aceras se han vuelto más civilizadas, lo que no significa que no siga pendiente la solución de un conflicto ya cronificado y que confío en las generaciones futuras.

Tras dos años marcados por la crisis sanitaria, el pasado 8 de septiembre las calles de la ciudad de Hondarribia volvían a llenarse de tradición. En la escenificación de su alarde, que conmemora la victoria de las milicias forales sobre las tropas francesas el 8 de septiembre de 1638, desfilan miles de hombre y veinte mujeres. En paralelo a este bien llamado alarde tradicional, coexiste el público y paritario, que aboga por la participación de la mujer en igualdad de condiciones y no únicamente en representación de la tan aclamada figura de la cantinera. Las primeras voces disidentes surgieron en 1993, cuando una red de mujeres se organizó para estudiar su total incorporación al desfile. Según recoge la investigadora irundarra Mercedes Tranche, en aquel momento Emeki consiguió formar parte de la Junta del Alarde con voz pero sin voto. En 1995 decidieron democratizar el debate y salir a las calles, solicitando un año después participar en el desfile, petición que los Mandos denegaron. Ese mismo septiembre de 1996 un total de veintiséis mujeres se lanzan a las calles del pueblo vestidas de soldado.

No querría seguir escribiendo sin antes mostrar el respeto con el que redacto estas líneas. He crecido en la fronteriza comarca del Bidasoa y he mamado las connotaciones sentimentales de las tradiciones que dan vida a estos municipios. No obstante, las escenas presenciadas desde que tengo uso de conciencia me han sonrojado lo suficiente como para saber que mi lugar era delante y no detrás de un plástico negro que, entre otras cosas, me separaba de personas a las que aprecio y admiro. No me parece este un hecho loable, simplemente un acto reflejo que en el fondo ejercía con cierto temor y vergüenza. De pronto, nuestros valores se tornan difusos y nos encontramos frente a un conflicto visceral en el que las palabras no dan paso al entendimiento, siendo esta la herramienta de transformación social más poderosa que existe.