Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Quiero seguir viviendo en español
Hubo un tiempo –allá por los comienzos de nuestra autonomía- en que el nacionalismo institucional admitía, que el castellano y el euskera compartían su condición de lenguas de la ciudadanía vasca. El lehendakari de por entonces, Carlos Garaikoetxea, llegó incluso a establecer relaciones de hermandad entre ambos idiomas, al defender las primeras medidas de discriminación positiva hacia el euskera que se fueron poniendo en marcha desde su Gobierno. Teníamos en Euskadi, según el lehendakari nacionalista, un “hermano sano” (el idioma español), que debía sacrificarse de algún modo en bien del “hermano enfermo” (el euskera), para facilitar su recuperación e implantación social.
Cuarenta años después, el hermano enfermo se ha recuperado tanto con los cuidados públicos suministrados desde el poder, que uno se llega a preguntar si quien está empezando a enfermar ahora es el que antes estaba sano. Y no porque el castellano se esté extinguiendo, sino por el poco aprecio oficial que se le dispensa desde nuestras instituciones públicas; al menos, desde las regidas por el nacionalismo, empeñadas en propiciar un silenciamiento afectivo de uno de nuestros dos idiomas. Insistiendo, por ejemplo, en que el euskera sea el “eje central” y “vertebrador” de la enseñanza vasca; o el que condicione seriamente, las posibilidades de quienes aspiran a un empleo público o a su consolidación.
Todo lo cual se promueve desde una idea tan machacona, que ha dejado de ser una simple idea para convertirse en una verdadera necesidad social: la de que este país nuestro pueda “vivir en euskera”. Y esto es algo que obliga a hacerse varias preguntas encadenadas. ¿Sólo en euskera? ¿Y qué pasa con el otro idioma nuestro? ¿Ha dejado ya de serlo? ¿Qué significa exactamente “vivir en euskera”? ¿Reconocer que una gran parte de este país está hablando en un idioma equivocado, ajeno al “pueblo vasco”? ¿Qué esa gran parte de nuestra sociedad está necesitada de “recuperar” una “lengua nacional” que nunca ha sido la suya y que nadie le ha arrebatado? ¿De qué se está hablando en realidad? ¿De las lenguas de los vascos (y vascas) o de la supuesta única identidad idiomática de un pueblo que es plural y no renuncia a seguir siéndolo? ¿De cooperación y hermanamiento del euskera y el castellano o de pura y dura inmersión lingüística (en euskera) desde la escuela?
Da la impresión de que vivir en euskera es una urgencia que no nos deja vivir, dado el tono agónico con que se plantea. Y esto es algo que no deja de sorprenderme, teniendo en cuenta la amplísima mayoría de ciudadanos y ciudadanas de Euskadi, entre los que me cuento, que son castellanoparlantes y han decidido, en uso de su libertad y de sus derechos, vivir en español.
Yo quiero seguir viviendo en mi propio idioma, que, repito, no es el euskera, sino el español. No me lo impuso un Estado represor. Es mi lengua materna, la que me transmitieron mis padres. La lengua con que organizo mis ideas, mis sentimientos y mis afectos. La que utilizo (más bien me utiliza) para comunicarme en mis relaciones familiares y sociales.
La que determina mi vida intelectual, en el momento mismo en que estoy escribiendo este artículo. La que canaliza mis lecturas, incluyendo en ellas las de autores euskaldunes que pueden interesarme y que me llegan traducidos (al español, naturalmente, y para su propio beneficio).
Me niego a hablar de mentirijillas tan sólo para demostrar ante los demás lo que me urge recuperar una lengua que nunca ha sido la mía, cambiando mi cerebro para volverlo euskaldun o, dicho de otro modo, “más vasco”; o, dicho aún más claramente, para ser vasco a tiempo completo.
Me niego, por todo ello, a reconocer esa división establecida por el nacionalismo, entre una lengua “propia” del “pueblo vasco”, el euskera, y otra que es tan sólo “oficial”, como es el castellano. Y es únicamente oficial (y aquí viene la idea nacionalista subyacente), porque se trata de una lengua “foránea” y, por lo tanto, impuesta por el Estado español, que ha sido, es y será nuestro enemigo secular. No es que lo establezca así el Estatuto de Autonomía; pero justo es reconocer que, en el plano lingüístico, persiste en él una ambigüedad que permite una interpretación semejante.
Creo, pues, que va siendo la hora de arreglar ese malentendido que está en la base de un problema lingüístico aún no resuelto, se diga lo que se diga. Bastaría una pequeña reforma del Estatuto para alcanzar ese objetivo deseable. Me refiero a su artículo 6, el que establece la cooficialidad de las lenguas. Yo lo dejaría así: “El euskera y el castellano son las lenguas propias y oficiales del País Vasco y todos sus habitantes tienen el derecho a conocer y usar ambas lenguas”.
Si uno fuera un poco más puntilloso, añadiría incluso que el castellano es una lengua más propia de Euskadi, por el simple hecho de que, como ya he recordado, lo habla una amplia mayoría de sus ciudadanos (y ciudadanas). Y no parece que se muestren especialmente tristes por ello.
Hubo un tiempo –allá por los comienzos de nuestra autonomía- en que el nacionalismo institucional admitía, que el castellano y el euskera compartían su condición de lenguas de la ciudadanía vasca. El lehendakari de por entonces, Carlos Garaikoetxea, llegó incluso a establecer relaciones de hermandad entre ambos idiomas, al defender las primeras medidas de discriminación positiva hacia el euskera que se fueron poniendo en marcha desde su Gobierno. Teníamos en Euskadi, según el lehendakari nacionalista, un “hermano sano” (el idioma español), que debía sacrificarse de algún modo en bien del “hermano enfermo” (el euskera), para facilitar su recuperación e implantación social.
Cuarenta años después, el hermano enfermo se ha recuperado tanto con los cuidados públicos suministrados desde el poder, que uno se llega a preguntar si quien está empezando a enfermar ahora es el que antes estaba sano. Y no porque el castellano se esté extinguiendo, sino por el poco aprecio oficial que se le dispensa desde nuestras instituciones públicas; al menos, desde las regidas por el nacionalismo, empeñadas en propiciar un silenciamiento afectivo de uno de nuestros dos idiomas. Insistiendo, por ejemplo, en que el euskera sea el “eje central” y “vertebrador” de la enseñanza vasca; o el que condicione seriamente, las posibilidades de quienes aspiran a un empleo público o a su consolidación.