Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Tradiciones que desaparecen
Estamos ya en esa época del año en la que encontramos fiestas populares cualquier día y en cualquier parte de Euskadi. Son unos días del año en los que festejamos el calor y el buen tiempo, costumbre cuyo origen que se pierde en los albores de la historia, en aquellos tiempos en los que los rigores del invierno eran letales para las poblaciones humanas. Hoy en día el significado de estas celebraciones es diferente, la forma de divertirse ha cambiado y los programas festivos se van adaptando a los tiempos que corren. Las costumbres y las tradiciones evolucionan al ritmo que la sociedad cambia, un proceso que no se detiene nunca, aunque nos cueste percibirlo a nuestra escala temporal.
Una de las características comunes a las diferentes festividades que celebramos en nuestro territorio es el empleo de animales en actividades de diferente índole. Es algo que jamás he entendido, pero no es el caso de mucha gente que disfruta con estos crueles espectáculos. Algo que dice bien poco de los humanos, al menos de aquellos que carecen de la empatía suficiente para comprender que también somos animales y que compartimos tiempo y espacio con ellos. La vida sobre nuestro planeta es interacción y equilibrio entre especies, pero quienes se sienten superiores al resto de las formas de vida olvidan que eso es así y a la larga lo pagamos todos.
Estos días se habla de la vuelta de los toros a Donostia de la mano de la nueva corporación peneuvista y de la oposición que este hecho suscita en una ciudad que ha sabido renovar sus tradiciones festivas durante las últimas décadas. Es, sin duda, un paso atrás en el respeto a los derechos de los animales. Unos derechos que cada día son defendidos por una parte creciente de nuestra sociedad, que al menos ha abandonado su indiferencia para oponerse a prácticas como la tauromaquia, una práctica que esconde intereses económicos concretos bajo el argumento de la cultura y la tradición.
Las tradiciones basadas en la crueldad animal tienden a desparecer. Pero el problema es que las fiestas son parte del aprendizaje de los más jóvenes, que ven como no se deslegitima la crueldad con los animales y, de esta manera, esos comportamientos acaban perpetuándose. Los encierros, pruebas de bueyes, sokamuturrak o los toros embolados se repiten año tras año y hay quien lleva a sus hijos a estos espectáculos, poniendo de esa manera las bases para una actitud de indiferencia hacia el maltrato animal intolerable en una sociedad moderna. Si la educación de los más pequeños fracasa en transmitir valores de respeto a nuestro entorno y quienes lo comparten con nosotros, habremos fracasado como sociedad.
Y también hay que tener en cuenta factores como el económico. Si una tradición genera ingresos para una ciudad, es complicado oponerse a ella con el argumento de la falta de ética que supone el maltrato animal. A ver quién es el político que prohíbe los toros o los encierros en Pamplona, con lo que las fiestas de San Fermín suponen de ingresos para el conjunto de la ciudad. Son argumentos de peso, sin duda, pero no por ello hay que cejar en el empeño de erradicar el maltrato animal de nuestras fiestas.
La irrupción de nuevas fuerzas progresistas en los ayuntamientos supone una buena oportunidad para ir cerrando espacios a la crueldad con los animales, para ir actualizando tradiciones festivas respetuosas con el medioambiente en general. Y aunque mucha gente abogaría directamente por prohibir estos espectáculos con animales, las opciones son más amplias y vale la pena explorarlas para llegar a un consenso con quienes los defienden, muchas veces más por preservar una tradición que por voluntad de maltratar animales. Si se eliminan subvenciones, se modifican espacios como plazas de toros para otros usos, se plantean alternativas a las peñas o comisiones de fiestas o se aprueban normativas tendentes a restringir actividades como los fuegos artificiales o los circos con animales, las posibilidades de que las tradiciones festivas de nuestros pueblos vayan cambiando de forma paulatina y poco traumática se multiplican. Porque no se trata de abrir más brechas sociales, se trata de que el respeto hacia los animales se vaya imponiendo paulatinamente en nuestra sociedad.
Estamos ya en esa época del año en la que encontramos fiestas populares cualquier día y en cualquier parte de Euskadi. Son unos días del año en los que festejamos el calor y el buen tiempo, costumbre cuyo origen que se pierde en los albores de la historia, en aquellos tiempos en los que los rigores del invierno eran letales para las poblaciones humanas. Hoy en día el significado de estas celebraciones es diferente, la forma de divertirse ha cambiado y los programas festivos se van adaptando a los tiempos que corren. Las costumbres y las tradiciones evolucionan al ritmo que la sociedad cambia, un proceso que no se detiene nunca, aunque nos cueste percibirlo a nuestra escala temporal.
Una de las características comunes a las diferentes festividades que celebramos en nuestro territorio es el empleo de animales en actividades de diferente índole. Es algo que jamás he entendido, pero no es el caso de mucha gente que disfruta con estos crueles espectáculos. Algo que dice bien poco de los humanos, al menos de aquellos que carecen de la empatía suficiente para comprender que también somos animales y que compartimos tiempo y espacio con ellos. La vida sobre nuestro planeta es interacción y equilibrio entre especies, pero quienes se sienten superiores al resto de las formas de vida olvidan que eso es así y a la larga lo pagamos todos.