Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Es una tragedia, pero hay esperanza
Nos encontramos sumidos en una crisis sanitaria sin precedentes en nuestras vidas. El coronavirus nos está golpeando con una virulencia desconocida para todos nosotros. La situación de confinamiento y la limitación de movimientos nos recuerdan los peligros que nos acechan, que somos frágiles y que todo puede cambiar en un breve espacio de tiempo. La cifra diaria de fallecidos nos recuerda a los vivos que somos mortales, que la vida es finita y que nuestros días están contados. No es que no lo sepamos, pero nos lo recuerda, por si acaso. Que aquello de lo que disponíamos y disfrutábamos con razonable indiferencia y dándolo por hecho, sin sobresaltos y, ay, sin valorarlo en exceso, se va por la alcantarilla y desaparece, sin que apenas podamos hacer nada para impedirlo, por mucho que lo imagináramos e incluso diéramos por hecho que ocurriría en algún momento de nuestra vida, en esos días en los que nos da por pensar e imaginar días peores. Otras veces pensamos que todo irá bien incluso pase lo que pase, cuando el drama no nos ha alcanzado todavía y se mantiene la esperanza, antes del cansancio. No sería para tanto si no hubiera muertos, pero los hay, casi 20.000 solo en España, y son casi 20.000 muertos que han muerto solos, sin poder despedirse de sus familias, que a su vez tampoco han podido despedirse de sus seres queridos.
Además, nos vemos abocados a una enorme crisis económica, consecuencia del parón de la actividad económica y al cierre temporal o definitivo de miles de empresas. Los ciudadanos apenas consumimos y las empresas y autónomos no venden, bajan sus ingresos y, por ello, pagarán menos impuestos, por lo que el Estado (nosotros agrupados) dispondrá de muchos menos recursos públicos para invertir y sostener el Estado del Bienestar y el gasto social. Miles de personas serán despedidas y sufrirán enormes dificultades, por mucho que el Estado que nos protege trate de paliar nuestra situación de una u otra forma. En época de bonanza los trabajadores no ven incrementado su poder adquisitivo, pero son despedidos cuando el negocio empresarial se debilita o se resquebraja. Y todo ello repercutirá directamente en nuestra salud física y mental o en la de nuestros conciudadanos y, por tanto, en nuestras vidas.
Entre tanta muerte, el confinamiento no es, desde luego, para tanto, incluso podríamos aprovecharlo en nuestro beneficio y disfrutarlo; el asunto es que el panorama sanitario, laboral e incluso vital es incierto y se nos acumulan las preguntas sin respuesta. La incertidumbre nos provoca zozobra. Ya dijo Montaigne que solo los locos están seguros. A pesar de todo, hay margen para la esperanza. Y puede que sea el momento apropiado para renovarnos, reinventarnos y salir de los lugares donde, en el fondo, no queríamos permanecer por más tiempo. Quizás sea el momento apropiado para abandonar nuestros miedos, fobias, inseguridades y temores. Y sacar fuerzas de flaqueza. Muchos querrán volver o echarán de menos su situación anterior, pero otros pueden ver en todo esto una oportunidad para dar un empujón a su vida… o un volantazo, según deseos y necesidades. Los momentos de crisis son momentos de oportunidades.
Así, quizás nos atrevamos ahora a cumplir nuestros sueños y a disfrutar plenamente de la única vida que tenemos. Quizás nos atrevamos a tener la vida que siempre quisimos, o a intentarlo al menos, aunque es posible también que quizá sea ya demasiado tarde. Dado que no pudimos dejar por falta de agallas el puesto de trabajo que nos amargaba la existencia, ahora que nos han despedido, quizás podamos realizar aquello que siempre soñamos: por ejemplo, iniciar nuestro propio negocio y empezar de cero o quizás simplemente dejarlo todo, quién sabe. Quizás comenzar a estudiar aquello que siempre quisimos. O comenzar a dar forma al proyecto vital que merecemos, si el confinamiento no ha hecho precipitar los acontecimientos, confirmarnos lo que suponíamos o destruirlo todo. O encauzar el que ya teníamos. Dedicarnos a aquello que nos llene realmente. O viajar adonde nunca fuimos... antes de que sea demasiado tarde. Puestos a imaginar, igual aprendemos y hasta creamos una sociedad mejor y un mundo más justo.
Quizás tras la tormenta llegue la calma. Quizás valoremos ahora lo que teníamos o quizás valoremos de verdad lo que seguimos teniendo. O lo bien que estamos cuando estamos bien. O que no estamos tan mal mientras nos tengamos el uno al otro. Quizás las circunstancias nos obliguen a renovarnos y a reinventarnos o, ahora sí, a dar un cambio a nuestras vidas, cada cual según considere y pueda, que no siempre se puede. Las empresas, para resituarse en el mercado y renovarse; los trabajadores, para formarse, reciclarse y posicionarse mejor en el mercado de trabajo. Quizás por fin puedan cobrar lo que realmente merecen. O al menos disfrutar de lo que hagan. Muchos ciudadanos, para iniciar por fin aquella actividad siempre postergada: desde aprender a cocinar hasta comenzar a tocar el piano, pasando por engancharse a la lectura o al cine o incluso empezar a rellenar esa maldita hoja en blanco. A otros muchos esta experiencia les servirá para seguir en sus trece o para cerciorarse de que ya hacían lo que querían. El tiempo que no hemos disfrutado con algunos de nuestros seres queridos nos servirá para valorar más el tiempo que les dediquemos en el futuro. Y el tiempo que hemos pasado estos días con, por ejemplo, nuestros hijos ya es una victoria en sí misma. Para mí, sin ir más lejos, esto último ha sido una auténtica delicia.
El panorama actual es una tragedia y el futuro inmediato, incierto, por eso precisamente hay margen para la esperanza. Cuando parece que todo está perdido, cualquier cosa es posible. Y todo puede ir a mejor. Quizás, ahora sí, podamos por fin cumplir nuestros sueños. Al menos, algunos de ellos. O intentarlo al menos. Otra opción es seguir viviendo, que no lo es todo pero tampoco es poca cosa, quizás con más intensidad o consciencia. Seguir vivos es, de hecho, lo único realmente indispensable. Teniendo en cuenta las miles de personas que han muerto, deberíamos agradecer que al menos seguimos vivos. Las miles de vidas perdidas son una auténtica tragedia (para la que no hay consuelo ni remedio); sin embargo, a pesar de todo, hay margen para la esperanza.
*Gorka Maneiro es analista político
Nos encontramos sumidos en una crisis sanitaria sin precedentes en nuestras vidas. El coronavirus nos está golpeando con una virulencia desconocida para todos nosotros. La situación de confinamiento y la limitación de movimientos nos recuerdan los peligros que nos acechan, que somos frágiles y que todo puede cambiar en un breve espacio de tiempo. La cifra diaria de fallecidos nos recuerda a los vivos que somos mortales, que la vida es finita y que nuestros días están contados. No es que no lo sepamos, pero nos lo recuerda, por si acaso. Que aquello de lo que disponíamos y disfrutábamos con razonable indiferencia y dándolo por hecho, sin sobresaltos y, ay, sin valorarlo en exceso, se va por la alcantarilla y desaparece, sin que apenas podamos hacer nada para impedirlo, por mucho que lo imagináramos e incluso diéramos por hecho que ocurriría en algún momento de nuestra vida, en esos días en los que nos da por pensar e imaginar días peores. Otras veces pensamos que todo irá bien incluso pase lo que pase, cuando el drama no nos ha alcanzado todavía y se mantiene la esperanza, antes del cansancio. No sería para tanto si no hubiera muertos, pero los hay, casi 20.000 solo en España, y son casi 20.000 muertos que han muerto solos, sin poder despedirse de sus familias, que a su vez tampoco han podido despedirse de sus seres queridos.
Además, nos vemos abocados a una enorme crisis económica, consecuencia del parón de la actividad económica y al cierre temporal o definitivo de miles de empresas. Los ciudadanos apenas consumimos y las empresas y autónomos no venden, bajan sus ingresos y, por ello, pagarán menos impuestos, por lo que el Estado (nosotros agrupados) dispondrá de muchos menos recursos públicos para invertir y sostener el Estado del Bienestar y el gasto social. Miles de personas serán despedidas y sufrirán enormes dificultades, por mucho que el Estado que nos protege trate de paliar nuestra situación de una u otra forma. En época de bonanza los trabajadores no ven incrementado su poder adquisitivo, pero son despedidos cuando el negocio empresarial se debilita o se resquebraja. Y todo ello repercutirá directamente en nuestra salud física y mental o en la de nuestros conciudadanos y, por tanto, en nuestras vidas.