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Venezuela, con respeto y solidaridad
En la práctica totalidad del universo político y comunicativo vasco y español defender hoy al gobierno venezolano y los progresos habidos respecto a las condiciones de vida que el proceso de transformaciones ha supuesto en ese país para las grandes mayorías populares, puede abocar directamente al linchamiento. Ver supuestos debates en determinados canales televisivos o tertulias radiofónicas, así como escuchar declaraciones de la clase política tradicional es como oír un discurso monotemático que no se sale ni un ápice de la supuesta verdad: Venezuela es un régimen dictatorial y la oposición solo lucha por la democracia perdida.
Aunque para ser justos, más que el linchamiento de quien disienta de ese discurso dominante, lo que prima hoy en día en esta democracia ibérica es la invisibilización absoluta, no vaya a ser que dar cabida a alguna duda razonable pueda abrir resquicios en el muro político y mediático construido en estos años. El fin, evidentemente, ahogar la más mínima objetividad sobre lo que está ocurriendo en ese país latinoamericano. Sin duda, cualquier observador independiente podrá apreciar el sustrato de tics coloniales que todavía subsisten y que la vieja “madre patria” periódicamente saca a la luz con su íntimo convencimiento de alumbrar el camino de todo un continente atrasado y no civilizado, como si todo se hubiera quedado parado en el siglo XVI o XVII.
En esta misma línea, una hipotética defensa del sistema venezolano se equipara automáticamente, y se descalifica y anula, mediante el recurso fácil de la comparación con otros regímenes ya condenados, cuando no con los mismísimos infiernos. Romper, o simplemente cuestionar el discurso monolítico de ataque ciego a Venezuela es como ponerse del lado del régimen norcoreano, del Irán de los ayatolás o de la última fase del régimen de Sadam Hussein, cuando éste dejó de ser útil a los intereses de las potencias occidentales que tanto le cuidaron y animaron en los años de su enfrentamiento con Irán.
Como señalábamos antes, escuchar los discursos, comentarios, declaraciones y tertulias políticas es como recuperar del baúl más oscuro de la historia (y esto escocerá, pero déjenme exponerlo) a Joseph Goobels, ministro nazi de propaganda; por cierto, título bastante ajustado a sus funciones y hoy recuperado por muchos que se dicen analistas políticos. Una de las frases más famosas, a él atribuidas, es aquella que señala que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Se hizo constantemente con Hugo Chávez quien ganó hasta quince elecciones y referéndums, siempre con la aprobación de observadores internacionales, y a pesar de ello permanentemente se le etiquetó como un tirano y así caló entre diferentes sectores sociales. Habrá que añadir a este principio de la propaganda política que a una buena mentira siempre será bueno acompañarla con una potente dosis de manipulación continua.
Solo así se entenderá que se defiende, sin ética alguna, que en Venezuela una consulta de la oposición es algo altamente democrático y una victoria para ésta y se llenen las portadas de periódicos, se abran informativos y se copen declaraciones políticas como si habláramos de nuestra realidad más cercana, por ejemplo las elecciones al parlamento vasco o al congreso español, aunque eso ocurra en un país a 8.000 kms de distancia y la consulta se realizara al margen de la constitución que ahora esos sectores dicen querer defender, aunque siempre combatieron por ser, según ellos y éstos, una constitución chavista.
Todo, sin cuestionar en ningún momento la inexistencia de censos, de mesas de votación, sin urnas…, en suma, sin ninguna de las más mínimas garantías de cualquier proceso electoral y dando por válidos de forma inmediata los más de siete millones de votos que proclama la oposición. A pesar de curiosidades como el hecho de que en el estado español en enero de 2017 estaban censados poco más de 60.000 venezolanos y venezolanas (niñas y niños incluidos) y, milagrosamente, en la consulta votaron más de 90.000. Y, curiosamente, habrá que decir aquí, pues se oculta permanentemente, que dicha consulta pese a no ser legal, no fue obstaculizada ni prohibida por el “tiránico gobierno de Maduro”.
En paralelo, desde el alto pedestal que otorga creerse aún la “madre patria” y poco menos que la cuna de la democracia aunque aún se arrastren tics y consecuencias de la reciente dictadura, no hay duda alguna, por parte de esa misma clase política y mediática tradicional, para tildar de ilegal y propio de quienes han perdido todo contacto con la realidad la propuesta de ejercicio del derecho a decidir que ha planteado el gobierno y la sociedad de Catalunya. Lo que en la dictadura de Venezuela es legal y se aplaude como un ejercicio democrático, en el democrático estado español se declara ilegal y se amenaza de todas las formas posibles para su no celebración. “La democracia tiene poder para evitar el referéndum” (Saenz de Santamaría, vicepresidenta); no se celebrará “porque va en contra de todas las leyes” (Rajoy, presidente); recuerden que el ejército está “para defender la integridad y la soberanía” (Cospedal, ministra de defensa). Todos ejemplos de declaraciones que no tienen relación alguna con la consulta realizada por la oposición en Venezuela sino con la propuesta de referéndum en Catalunya.
Y esto, aunque esté demostrado que casi el 80% de la ciudadanía catalana está a favor de ejercer ese derecho. No cabe sino la perplejidad más absoluta ante esta comparación de dos realidades que deben de pertenecer a universos paralelos. Sin duda alguna, si resucitara Goobels estaría altamente satisfecho del amplio eco alcanzado en la práctica política por sus enseñanzas mediáticas.
Y en otro orden, aunque siempre en el marco de la misma hipocresía y manipulación, se podría hablar de la alta preocupación que estas clases políticas y mediáticas expresan continuamente por la democracia y en defensa de la oposición venezolana como si en ese país se jugara el planeta su futuro de paz y bienestar. Mientras ignoran, invisibilizan y esconden lo que ocurre en otras “democracias” también latinoamericanas.
Donde está sino la preocupación por las 23.000 muertes violentas producidas solo en 2016 en México, por los continuos, constantes y reiterados asesinatos (varios cientos) de líderes sociales, indígenas y mujeres defensoras de los derechos humanos frente a oligarquías y transnacionales en países como Guatemala, Colombia o Brasil. Dónde las portadas, aperturas de informativos y declaraciones de tertulianos por los golpes de estado contra gobiernos democráticos como los de Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2016). Esos también fueron atentados a la democracia y sin embargo nunca hubo interrupción de las relaciones diplomáticas, exigencias de restablecimiento de los gobiernos elegidos y mucho menos rupturas de las relaciones económicas, ni cruzadas por la democracia.
Pero, estén tranquilos. Si algunos al inicio de este texto temieron encontrarse con una defensa ciega de la revolución bolivariana en Venezuela, y si a pesar de ello llegaron hasta aquí en su lectura, quizás se sientan frustrados, pues nunca quiso ser eso este texto. Encontrarán de todas formas razones fáciles en sus discursos únicos para descalificar esta disidencia de la norma. Pero la pretensión no era aquí la defensa del gobierno venezolano, pues se parte del respeto a su soberanía y de la capacidad y derecho del pueblo de este país para que decida su camino. El fin era y es la denuncia de la hipocresía, casi monolítica, que reina en la clase política tradicional y mediática vasca y española con respecto al proceso político y social de ese país latinoamericano. Los mismos que siempre censuraron, a veces con razón, la construcción de un discurso homogenizante y único por determinados regímenes pasados o presentes, aplican esas fórmulas para descalificar lo que hoy ocurre en Venezuela y respaldar ciegamente a su oposición sin cuestionar su legitimidad ni sus referentes políticos o ideológicos, además de económicos. Oposición que, por cierto, está llena y esto es objetivo y demostrable de ultraderechistas a quienes la democracia no importó nunca salvo que sirviera a sus intereses de clase. Y, a pesar de la condena fácil, la descalificación prepotente o la invisibilización absoluta, no pediré disculpas por disentir del discurso dominante y por molestar a muchos con este texto.
En la práctica totalidad del universo político y comunicativo vasco y español defender hoy al gobierno venezolano y los progresos habidos respecto a las condiciones de vida que el proceso de transformaciones ha supuesto en ese país para las grandes mayorías populares, puede abocar directamente al linchamiento. Ver supuestos debates en determinados canales televisivos o tertulias radiofónicas, así como escuchar declaraciones de la clase política tradicional es como oír un discurso monotemático que no se sale ni un ápice de la supuesta verdad: Venezuela es un régimen dictatorial y la oposición solo lucha por la democracia perdida.
Aunque para ser justos, más que el linchamiento de quien disienta de ese discurso dominante, lo que prima hoy en día en esta democracia ibérica es la invisibilización absoluta, no vaya a ser que dar cabida a alguna duda razonable pueda abrir resquicios en el muro político y mediático construido en estos años. El fin, evidentemente, ahogar la más mínima objetividad sobre lo que está ocurriendo en ese país latinoamericano. Sin duda, cualquier observador independiente podrá apreciar el sustrato de tics coloniales que todavía subsisten y que la vieja “madre patria” periódicamente saca a la luz con su íntimo convencimiento de alumbrar el camino de todo un continente atrasado y no civilizado, como si todo se hubiera quedado parado en el siglo XVI o XVII.