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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala
Sobre este blog

'Voces para ver. Testimonios de violencia contra la mujeres, una injusticia normalizada' es un libro que recoge las historias comunes de dolor de las mujeres víctimas de malos tratos. El libro ha sido editado por el Departamento de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación de Bizkaia.

Arrivederci

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Me enamoré de alguien por el que habría muerto, y eso es una verdadera droga, ¿no crees?

Amy Winehouse

Hace el equipaje despacio. En contraste con la aceleración que está experimentando su vida, se demora con cada prenda. A veces, se reconoce vívidamente en Andy, de Toy Story 3. ¡Un dibujo animado! Ella aun no lo sabe, pero, en realidad, todos esos sentimientos son el duelo por su despedida. Irse de Eras­mus no es un simple viaje. Es uno de esos acontecimientos que, más que cambiarte la vida, te cambia a ti para siempre.

El precio es dejar atrás una parte de lo que eres. Ya no volve­rás a ser la misma y nunca sabes si la que está por llegar va a resultar mejor.

Soraya se llama así por una tía-abuela a la que no cono­ció. Se murió a destiempo. Es decir, joven. Lo peor no es eso. Lo peor es que la mató de una paliza su propio marido, poco después de casarse. De pequeña, Soraya estaba muy orgullosa de su nombre. Lo de tía-abuela le sonaba más importante que abuela a secas.

Entonces, nadie le había contado el final de la tía-abuela. Ahora que lo sabe no le agrada tanto. Siente una pena amarga por aquella mujer a la que debe el nombre. Le irrita más pen­sar en la injusticia que en la propia muerte. Para zafarse de esa desazón, piensa que ahora son otros tiempos. Esa misma tía-abuela, por ejemplo, jamás salió del pueblo, sólo una vez que fue a una boda a Bilbao, mientras que la Soraya actual se va de Erasmus a Italia. Sí, el mundo ha cambiado mucho en poco tiempo. Ahora, las chicas tenemos acceso a todo, igual que ellos.

Coge la camiseta azul. Vacila sobre si meterla en la maleta o no. Está muy vieja y desgastada, pero ha sido la camiseta fa­vorita durante mucho tiempo. Duda. Si la deja, seguro que su madre la tirará a la basura. ¿Se irán, entonces, al mismo sitio los recuerdos que tiene con ella? Llevaba esa camiseta cuando conoció a Eneko. Tiene unos dibujos de comic y está inspirada en la versión de ‘Shot me down’ de David Guetta.

Coincidieron en el concierto que el DJ dio en el BEC. Fue apoteósico. Eneko es primo de una de la mejores de amigas de Soraya. Cuando sonó ‘Lovers on the sun’, la gente estaba fuera de sí. Miles de personas se movían al unísono. El DJ marcaba el latido de todos. Eneko ya se había colocado estratégicamen­te detrás de Soraya y, en medio del frenesí colectivo, le susurró al oído algo así como ‘¿quieres quemarte conmigo?’. Aquel soplo cálido en la nuca la hizo estremecer. Como el perfume, cuando se pone donde late la vena y se expande por toda la piel, un temblor le recorrió el cuerpo. Era una sensación to­talmente nueva y desconocida. Y muy placentera.

Al final, Soraya pospone la decisión sobre la camiseta. In­augura un apartado encima de la cama con prendas dudosas. Sigue sacando cosas del armario. Por supuesto, los patines se quedan en casa. Lo mismo que el paraguas que le trajo su padre de Londres y el jersey nuevo que su madre se empeñó en comprar en las últimas rebajas. Es superñoño. La cazado­ra vaquera, imprescindible. Lo mismo que las botas Martens que tanto le costó conseguir. Su madre decía que no se gasta­ba el dinero en un calzado tan tosco y punkie. Tuvo que aho­rrar de su propia paga durante tres meses para poder hacerse con ellas. Ocupaban mucho, así que se las va a llevar puestas. Tampoco pueden faltar los pantalones de cuadros escoceses ni los de camuflaje, inseparables de las botas. Las camisetas de tirantes, todas. En cambio, la blusa blanca con estampado de barquitos y los chinos de color beige están descartados. Sólo sirven para ir a visitar a la abuela. Cada prenda tiene un carác­ter. Soraya se queda ensimismada pensando cómo ha podido vestirse con algunas de ellas. En ese momento, entra su madre en la habitación.

- ¿Cómo vas, cariño? ¿Quieres que te ayude?

- No, no hace falta. Ya casi lo tengo enfilado.

Como un helicóptero, los ojos de la madre sobrevuelan el escenario. Enseguida, se da cuenta del tipo de equipaje que está haciendo su hija. Trata de no intervenir, pero es superior a sus fuerzas.

- ¿Y esta blusa? ¿Por qué no te la llevas por si acaso tienes que ir a algún sitio un poco más vestida?

- Que no, ama. Es una horterada. Si hace falta, con el ves­tido negro tengo de sobra.

La madre repara en la camiseta de David Guetta y pregun­ta. Se lleva una alegría cuando Soraya le dice que no está segu­ra de qué hacer con ella. La madre sugiere reducirla a trapos para limpiar el polvo o los cristales.

A ella también le recuerda el noviazgo de su hija con Ene­ko. Es un chico guapo, simpático y bien educado. No se puede pedir más. Sin embargo, no veía a su hija feliz. Se alegra mu­cho de que lo hayan dejado. Aunque el precio sea la ausen­cia de la ‘niña’. ¡Bendito Erasmus, que ha logrado disolver el noviazgo! Durante casi dos años, ha visto a su Sorayita des­quiciada con el muchacho. Esa relación ha hecho sufrir a las dos. Cada uno tendrá derecho a cometer sus propios errores, pero se hace cuesta arriba ver los de tus hijos y no poder hacer nada. Cuando, poco después del famoso concierto, empezaron a salir, la madre ya tuvo sus prevenciones. No sólo las lógi­cas, sino un poco más. Su olfato se disparó desde el principio. Ella conoce al padre de Eneko. Tienen amigos comunes y, de vez en cuando, coinciden en alguna celebración. También es apuesto y abierto, pero a ella se le hace insoportable su actitud chulesca y su forma de hablar. Da lo mismo de qué se trate. Coches, vinos, informática… Él siempre acaba menosprecian­do lo que digan los demás. Es de esas personas que zanjan los debates haciéndote sentir que ‘tú, de eso no sabes nada’. Claro, el hijo no tiene la culpa. Pero la madre no podía evitar sentir ese recelo. Y, por supuesto, están los comentarios sobre las mujeres. Si ya es inmisericorde con sus amigotes, cuando habla de mujeres, resulta insoportable. Beber un poco de más es la excusa perfecta para soltar su frase estrella: ‘menos mal que sólo tengo hijos varones, porque tener chicas es criar car­ne para otros’. La repite una y otra vez y todo el mundo le ríe la gracia. Los hombres, porque creen que la tiene y, tal vez, porque en el fondo lo piensen de verdad. Y las mujeres, por no arruinar la fiesta.

Soraya es hija única y sus padres se separaron hace diez años. Abre el cajón de la ropa interior. Su madre sigue mero­deando. Es como si llevara un escaner incorporado a los ojos. Para evitar la conversación, la hija conecta el móvil a los al­tavoces y pone música. Una sesión de las Tea Party Dj’s. Muy buena para meter un poco de marcha al equipaje. Ahora que su madre parece decidida a quedarse por allí, prefiere acabar cuanto antes.

- Hija, pero ¿por qué llevas sólo ropa interior negra? Vas a parecer Morticia Addams.

- ¡No me rayes! Llevo lo que voy a usar y punto.

- ¡Mira, si esto está hasta roto! ¿Y cómo ha podido ceder por aquí? ¡Vaya porquería de sujetador!

Un sujetador rasgado. Otra vez, una prenda se convierte en la ola que le trae a la memoria los restos del naufragio con Eneko. Habían bebido unos litros por ahí y probaron una pas­tilla que algún colega le pasó a él. Acabaron en el baño de un garito. Él estaba desaforado y ella, bastante pasada. Grabaron sus iniciales en la puerta del servicio de chicos. Allí, entre di­bujos de genitales masculinos y pintadas groseras, quedaron sus nombres junto a un corazón, la fecha de aquel día y un ‘forever’. Se hicieron un selfie y, luego, lo que pudieron. Todo salió bastante rudo. En algún momento, oyeron gente apo­rreando la puerta, pero no hicieron ni caso. Al día siguiente, Soraya tenía recuerdos difusos, imágenes fragmentadas. Una de ellas era el agujero que había en la puerta. Es un clásico de ese tipo de baños: un boquete, siempre a la altura de los geni­tales, con la medida justa para el ojo humano. Pero el temor que le asaltó no era que alguien hubiera estado mirando, sino que alguien les hubiera grabado. Hoy, el ojo humano es la cá­mara. Lo que se ve no existe hasta que no se tiene una imagen que compartir. Como los mensajes que le colgaba Eneko en el muro del face. Prácticamente, era una exhibición de sus rela­ciones íntimas. Cualquier día se podía encontrar un post con una foto dudosa o mensajes tipo ‘eres una golosa y yo tengo el palo de azúcar que más te gusta’. Durante mucho tiempo, le pareció una declaración de amor, una manera de proclamar a los cuatro vientos que ellos estaban juntos. En cambio, un día se dio cuenta de que los mensajes eran para los colegas. Era la forma que tenían ellos de ponerse galones sexuales. Están siempre hablando de sexo. Y mienten mucho. Se mienten en­tre ellos para ganar jerarquía y mienten a las mujeres para lo mismo. Que si menganita y zutanito ya han hecho tal o cual cosa, que si lo que hacemos es de críos… Lo que reclaman es, casi siempre, humillante para las chicas. Sacan ideas del por­no y ese es el fundamento de su escala de valores. Incluso, aunque te gustara algo de lo que proponen, acaban arruinán­dolo con su relato.

La madre ha traído bolsas de plástico para llevar al reciclaje todo aquello que Soraya decida desechar. En el móvil, ha ter­minado la sesión de las Tea Party y ha saltado una playlist que le pasó Eneko. Fue el primer obsequio que le hizo. A él le gusta mucho la música y a ella le encanta bailar. Ha llegado a hacer coreografías con sus amigas con algunos de aquellos ‘tema­zos’. Ahí, tiene a Jason Derulo con su ‘Talk Dirty’, que siempre las hace saltar como si fueran un equipo de sincronizada. O el ‘Jealous’ de Nick Jonas. Ahora, piensa que se tenía que ha­ber dado cuenta antes; que, en realidad, en ese primer regalo, ya había pistas suficientes para ver hacia qué tipo de relación apuntaba Eneko. En la escuela de idiomas, les aconsejaban escuchar música en inglés, aprenderse las letras, traducirlas, cantarlas… Soraya tradujo toda la playlist que le había regala­do Eneko. Y, claro, se había encontrado cosas como “no hablo idiomas, pero tu culo no necesita explicación” o “eres dema­siado sexy, hermosa, y todo el mundo te quiere probar… Y por eso, por eso me pongo celoso”. La única canción que no tuvo que traducir era ‘Algunos amigos’ de Los Planetas. Es la que suena en este momento, con su delicado inicio de “Sí, te puedo golpear hasta que te desmayes…”. De repente, Soraya vuelve a recordar a su tía-abuela. Bueno, a ella no, porque no la conoció. Le viene a la memoria la injusticia infinita. Menos mal que la madre vuelve a interrumpir sus pensamientos.

- Me gustaría probar el Skype antes de que te vayas. Me enseñas un poco cómo funciona y así le quito el miedo.

- Sí, ama, no te preocupes. Es más fácil que hacer croque­tas.

Soraya se teme que, en cuanto llegue a Florencia, va a te­ner a la madre todo el día colgada de Skype. No es que sea muy agobiante, pero siempre se las arregla para estar presen­te. Y menos mal que ha estado ahí. Hubo un momento en que Soraya llegó a plantearse renunciar a Erasmus. Eso suponía separarse de Eneko. De hecho, él dijo bien claro que, si se iba, ya no podrían seguir juntos. Hizo mucha presión para que de­sistiera. Al principio, decía que ir de Erasmus era una pérdida de tiempo, que, al tener que desenvolverte en otro idioma, se aprendía menos que en tu propia universidad y cosas así. En realidad, a él le importan poco los estudios de Soraya. Bellas artes le parece una milonga. Él estudia ingeniería y todo lo demás le parece inferior. Pero no le va bien. Ha repetido ya un par de cursos. Aún así, da por hecho que estudiar ingeniería le reviste de un halo de inteligencia superior. Suele decir que él también sacaría buenas notas a poco que se esforzara. A ella la califica de empollona. Como si fuera la Hermione de Harry Potter o Lisa Simpson. Los éxitos de las chicas siempre tienen que aparecer como el fruto del trabajo y el sacrificio. Son las empollonas. Ellos, sin embargo, son genios llenos de talento natural. Sin embargo, Soraya no necesita estudiar demasia­do para salir adelante y, además, se ha divertido mucho en el curso extra que ha hecho de italiano básico. No quiere llegar a Florencia con todo el lastre del idioma. Un mínimo facilitará las cosas.

Ahora, Soraya se avergüenza de haber estado a punto de renunciar a su beca Erasmus por culpa de Eneko. Está decep­cionada consigo misma, porque no tomó la decisión final pen­sando en sí misma o en sus propios deseos y necesidades. En realidad, si decidió que se iba fue por celos. Aunque sólo ella lo sabe, esa es la verdad. Se enteró de que Eneko había esta­do con sus colegas en un local de esos a los que van ‘yeguas’. Llaman así a las adolescentes de catorce o quince años que frecuentan las discotecas para ligar con chicos cuatro o cinco años mayores que ellas. Buscan sentirse mujeres adultas que atraen a los hombres y ellos, simplemente, se aprovechan. Es habitual que las cuadrillas de tíos como Eneko dediquen al­gunos días a ese tipo de ‘caza’. A Soraya le sentó fatal. Ese fue el verdadero detonante. Bueno, ese y que Eneko se puso cada vez más pesado. Cuando la presión con la idea de que un año de Erasmus es un año perdido no dio resultado, afloró la verdadera razón. Es que esos cabrones de italianos son muy pesados con las mujeres. Todo el mundo lo sabe. Y, encima, tú allí sola. ¿Por qué llaman soledad a la libertad de las mujeres? Antes de que te des cuenta, ya estás en sus brazos. Sí, al final, es una visión del mundo: todas las mujeres somos ‘yeguas’ y todos los hombres, vaqueros dispuestos a montarlas. Sin más. Ahí es donde se rompió todo. Eneko se fue haciendo pequeño, mientras la atracción por Erasmus crecía y crecía.

La camiseta del ‘Shot me down’ de David Guetta se va defi­nitivamente a la bolsa de reciclaje. Antes de que su hija cambie de opinión, la madre se apresura a quitarlo todo de en medio. Soraya enciende el ordenador. Eneko le ha enlazado un tema en el muro del face. Es el ‘I used to love her’ de Gun’s N Roses. Muy bonita, sí. Puede traducirla sin consultar el diccionario. “La amaba, pero tuve que matarla”. Se ve que el máximo ta­lento de Eneko es buscar canciones con letras que expresen lo que él siente. Lo raro es que haya tantas canciones que se ajus­ten a sus sensaciones… O ¿serán las propias canciones las que le hacen ser así? La tía-abuela Soraya vuelve a hablar desde el pasado: “yo también amaba, pero no maté. Me mataron”. ¿Qué clase amor es ese que te convierte en víctima o asesino? No piensa ni darle al me gusta. Arrivederci, Eneko. Cuesta cerrar la maleta. Hay que sacrificar algo más. El vestido negro. Que le den. Mañana por la tarde sale el avión. Cuando Soraya vuelva, dentro de diez meses, regresará otra persona.

Sobre este blog

'Voces para ver. Testimonios de violencia contra la mujeres, una injusticia normalizada' es un libro que recoge las historias comunes de dolor de las mujeres víctimas de malos tratos. El libro ha sido editado por el Departamento de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación de Bizkaia.

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