“Necesitamos resoluciones judiciales que sean contundentes con las conductas de los agresores, que no sean descafeinadas… que sean en definitiva, valientes, como las víctimas”. Es lo que cree Izaskun Porres, abogada experta en violencia de género. Porres ha participado recientemente en el curso 'Mujeres, víctimas ideales. Intimidad, medios de comunicación y operadores jurídicos', organizado en el marco de los cursos de verano de la Universidad del País Vasco. En esa línea, la investigadora del Instituto Vasco de Criminología, Gema Varona, abunda en la idea de que “si las víctimas se sintieran arropadas por la sociedad, denunciarían más”
La experiencia profesional de Izaskun Porres le lleva a preguntarse si el coste de oportunidad de denunciar este tipo de hechos merece la pena. “La carta abierta de una mujer que ha sufrido la violencia machista [en referenvia a la víctima de la 'la manada'], dice que sí, nos anima a que ante cualquier situación machista, denunciemos. Así que doy un giro a mis dudas y las convierto en un acto de fe y mantengo: merece la pena denunciar”.
Ahora bien, puntualiza que el sistema judicial al otorga la oportunidad de cuestionar durante el procedimiento los hechos que refiere la víctima. Y el sistema socio-cultural permite el cuestionamiento público de las actuaciones de la víctima.
“Tenemos víctimas valientes”, prosigue, “que han salido de la espiral de la violencia personal y denuncian. Tenemos una ley contra la violencia de género y tenemos políticas públicas - muy escasas - que pretenden ayudar a las víctimas. Pero, sobre todo, tenemos profesionales, abogados, psicólogos, trabajadores sociales, jueces, fiscales, ¿criminólogos?, ¿victimólogos? que, con muy escasos recursos, intentan acompañar a la víctima en esa nueva espiral sin definir en la que se deslizan al interponer la denuncia”.
Así, parece que al menos algo se ha hecho bien. Sin embargo, “no resulta suficiente”. “Cuando esa mujer valiente denuncia se pone en marcha la maquinaria jurídico-social que resulta imparable. ¿quién acompaña a esa víctima por su nuevo periplo? ¿qué medios tiene a su alcance? ¿quién protege a las víctimas? Y sobre todo y en lo que me quiero centrar en esta ocasión es ¿quién prepara a la víctima para leer resoluciones judiciales que en vez de poner el foco en la conducta del agresor, la ponen en la suya?”
Si lo tenemos todo - víctimas valientes que denuncian, leyes en contra la violencia, estatuto de la víctima y operadores jurídicos y sociales comprometidos - ¿qué está fallando? “El mensaje”, subraya la abogada.
Y el primer fallo está en por qué tienen que ser las víctimas valientes para denunciar. “Pues sí. Deben ser valientes porque los últimos actos machistas han puesto de manifiesto que hoy en día a la mujer se le va a exigir, además, un comportamiento ideal, antes, durante y después de la denuncia, y ya llegando más lejos… mientras está siendo objeto del delito. Creo que el inconsciente colectivo sigue igual”.
Por eso, esta experta aboga por mensajes judiciales más contundentes, que incidan en la conducta del agresor y no en la de la víctima, que contextualicen con perspectiva de género los espacios en los que se cometen estos hechos, que acepten - aunque no respeten - determinadas respuestas de la víctima mientras está siendo víctima. “Tenemos todo, pero nos falta profundizar en la formación en violencia de género y políticas públicas adecuadamente financiadas en esta materia”.
Víctimas arropadas por la sociedad
Si las víctimas se sintieran arropadas por la sociedad, denunciarían más. Así lo piensa la investigadora del Instituto Vasco de Criminología, Gema Varona, quien tambiñen ha intervenido en el curso de la Universidad del País Vasco.
Según el concepto de Víctima ideal propuesto por el criminólogo abolicionista Nils Christie en 1986, y muy estudiado en victimología, la víctima tiene que reunir tres características. Tiene que ser percibida como vulnerable, totalmente inocente y gozar de cierta respetabilidad social. “En la medida que no responda a esas circunstancias se le va a ver de otra manera, como fuera de los cánones. No se le va a reconocer totalmente la condición de víctima”, explica Varona. De esta manera, una víctima no vulnerable sería la persona que se enfrenta a su agresor. A una víctima sin esa respetabilidad social como, por ejemplo, una prostituta, o promiscua o drogodependiente tampoco se le reconoce como víctima. “El problema es que este arquetipo se maneja por los medios de comunicación, la sociedad e incluso por los operadores jurídicos y favorece la victimización secundaria, revictimización de la persona. Y la verdad es que las víctimas ideales apenas existen. Todos nos salimos en una medida u otra de esos parámetros”.
“Las víctimas se sienten cuestionadas, culpabilizadas y no entendidas, lo que genera una desconfianza, una frustración, una desconfianza en el sistema”, advierte.
En referencia a la víctima de 'la manada', Gema Varona enfatiza la idea de que se le ha cuestionado su vulnerabilidad, se le ha cuestionado su respetabilidad social. “El concepto de honestidad de la mujer ha estado ligado a los delitos contra la libertad sexual en el código penal hasta los años 80. Aunque haya cambiado, a nadie se nos escapa que ese poso cultural en lo jurídico y en lo social permanece. Los operadores jurídicos y toda la sociedad seguimos utilizando estereotipos. Hay una responsabilidad también por parte del legislador a la hora de codificar”.
En la sociedad siempre se oyen comentarios que de alguna manera provoca una victimización secundaria. “Tras el delito, aunque sea de manera involuntaria, la víctima percibe ese daño. Sea desde los medios de comunicación, los operadores jurídicos, sus vecinos o la sociedad en general, lo que le provoca una sensación de culpabilidad”.
A juicio de Gema Varona, “en los delitos sexuales esto es especialmente grave porque al final, se producen es un escenario de opacidad y la defensa de las personas acusadas va a intentar a cuestionar la versión de la víctima. Es muy duro porque lleva a muchas víctimas a no denunciar”.
Muchas veces las víctimas no denuncian porque se meten en un 'vía crucis'. “Un 'vía crucis' en el que se ven cuestionadas por los operadores jurídicos, pero también por la sociedad en general. A veces por su propia familia. Tenemos que ser conscientes de lo que supone una agresión sexual, las pautas de comportamiento de una víctima de agresión sexual. Sólo hasta que se las oye se entiende lo que dicen o hacen y como se sienten absolutamente abandonadas por todos. Si las víctimas se sintieran arropadas por la sociedad, denunciarían más”.