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Homenaje a las cargueras de los puertos, que trabajaban entre la violencia y el estigma de la mujer débil

En casa de Charo y Ángel siempre han sabido que el oficio de su abuela, Luisa Ardanaz Lastra, había sido muy duro, cruel y mal pagado. Al igual que al resto de cargueras, que se dedicaban a cargar y descargar mercancía de los barcos que llegaban al puerto y a la ría de Bilbao, a la mujer le dolía la espalda por el peso que cargaba a diario. “Se levantaba muy temprano, llegaba tarde a casa y tenía un niño pequeño. Siempre llevaba el cesto en la cabeza y se quejaba del peso que tenía que coger. Ella siempre transmitía que su trabajo nunca había sido valorado”, reconoce su nieta Charo frente a una fotografía de su abuela realizada en 1956. Han tenido que pasar décadas para que la imagen de Luisa Ardanaz Lastra salga del anonimato y esté colgada en un museo. Algo que tanto a ella como a su hermano Ángel les ha llenado de orgullo. “Nuestra abuela y todas estas mujeres han estado maltratadas y olvidadas. Para nosotros es un orgullo ver que se les recuerda. A nuestro padre le hubiera encantado ver las fotos de su madre trabajando expuestas en una sala”, confiesa Ángel.

Luisa Ardanaz Lastra es una de las protagonistas de la exposición y el libro 'Cargueras. Un trabajo a reivindicar' que busca sacar a la luz el trabajo de las mujeres que en el siglo XX, con su fuerza, tesón y determinación, se convirtieron durante siglos, sin saberlo, en piezas fundamentales del desarrollo comercial y económico de Bizkaia, a pesar de que el trabajo que realizaban era invisible e incómodo para la sociedad.

La muestra, presentada este lunes en las la sala de exposiciones de las Juntas Generales de Bizkaia, está ligada al trabajo de investigación elaborado por Amaia Apraiz Sahagún y María Romano Vallejo, quienes han descubierto que estas mujeres no solo sufrían salarios muy por debajo de los que cobraban los hombres, sino que muchas eran víctimas de violencia producida por sus capataces. “Las mujeres no tenían un puesto fijo a la hora de la carga y la descarga, tenían que hacer cola para trabajar y, en función de la relación que tuvieran con el embalador, que era quien dirigía a las mujeres, obtenían un día de trabajo o no. El hombre les indicaba el trabajo que tenían que hacer y era un trabajo duro de esfuerzo continuo. Sufrían maltrato verbal y físico continuo e incluso muchas de ellas, ante la premura de buscar trabajo son arrolladas por el tren y muchas de ellas mueren realizando este trabajo porque caen a la ría y se ahogan”, han explicado las historiadoras.

Además de la violencia de los superiores, las cargueras luchaban contra un doble estigma: el primero, que las mujeres son débiles y, el segundo, el desprecio de la sociedad burguesa por estar trabajando en las calles. “Todavía hay mucha gente que dice a día de hoy que las mujeres trabajan en algunos sitios porque tienen las manos más pequeñas. Eso no es cierto. Las mujeres tenemos los mismos tipos de manos que los hombres y no somos más hábiles por el tamaño. El de carguera era un tipo de trabajo puntual y mal pagado y, después de hacerlo, ellas tenían que seguir buscándose la vida. Trabajar y ser pobre era una constante de estas mujeres que además tenían que enfrentarse a las críticas de hombres y mujeres que se quejaban porque al esperar a los barcos se encontraban en la calle y hablaban alto. Muchos vecinos decían que era indigno tener a mujeres en la calle y, poco a poco, las sacan del espacio público porque las mujeres que trabajaban molestaban”, ha destacado Apraiz Sahagún.

Para realizar su estudio las historiadoras han consultado el Archivo Histórico Foral de Bizkaia, el Archivo Municipal de Bilbao, el Archivo Histórico de Euskadi o el Museo Bellas Artes entre otras instituciones, además de la prensa de la época, pero una de las cuestiones que han dificultado su labor era el hecho del lenguaje utilizado, el masculino neutro. “Las mujeres siempre estuvieron ahí, aunque en los documentos parezca que solo trabajaban hombres. Eran mujeres de todas las edades, jóvenes y hasta muy mayores, más de 70 años. Casadas, viudas, solteras, de todo tipo”, ha explicado Romano Vallejo.

En uno de los documentos rescatados por las historiadoras, han encontrado información sobre algunas de la cargueras, a las que se les denominaba por apodos, como La Sañuda, María la Caporala, Pepa Lapur, Siente.delantales, Marilumo, La Señorita Caramelo o Llaverita. Sin embargo, no existe un censo de cuántas mujeres pudieron dedicarse a este trabajo en el pasado, ya que por ejemplo en Balmaseda y Muskiz se documentan mujeres cargando piedra y otros pesos ya desde el siglo XVI y, un siglo después, en el puerto de Bilbao.

Durante el siglo XX tomaron parte en mítines y huelgas, llegando en 1903 a crear la Sociedad de Trabajadoras del Muelle y, poco después, la Sociedad de Cargadoras y Descargadoras del Muelle. A pesar de que luchaban por sus condiciones laborales y comenzaron a sindicalizarse, el trabajo no mejoraba y, finalmente, con el fin de la Guerra Civil, en 1939, desaparecieron de los muelles, convirtiéndose en pasadoras de carga en los mercados de Bilbao.

A día de hoy, aun con diferencias, se puede encontrar la evolución de este trabajo en la estiba, donde el 5% de las trabajadoras son mujeres. En 2017, según han recordado las investigadoras, celebraron el primer encuentro de Mujeres Estibadoras al que acudieron mujeres de Málaga, Valencia, Tarragona, Castellón, Barcelona y Cádiz con el objetivo de luchar por la visibilización de su trabajo y sus derechos. “Hay cargueras hoy en día y son las mujeres que trabajan en la estiba, que están asociadas y que se reúnen para hablar de los mismos problemas que trataban hace siglos. Por tanto, podemos decir que estas mujeres olvidadas no son parte del pasado, sino del presente y de nuestro futuro”, han concluido.

elDiario.es/Euskadi

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