Existe una regla no escrita en la rueda de prensa del Consejo de Ministras de los viernes por la que, cuando las cámaras se han apagado y los portavoces del Gobierno bajan de la tarima, conceden un tiempo a los periodistas que se agolpan en el pasillo que han de cruzan los portavoces para abandonar la sala de prensa de Moncloa.
Son los llamados corrillos. Unos pocos minutos de charla menos encorsetada para confraternizar, plantear dudas e intentar que el político de turno sea algo más elocuente. Algún veterano del oficio recuerda que el exministro Alfredo Pérez Rubalcaba decía que era uno de los momentos más complicados de la rueda de prensa: se corría el riesgo de patinar y echar por la borda lo sembrado poco antes cuando las grabadoras aún estaban encendidas. Méndez de Vigo, como buen diplomático, fue afable pero discreto y en su doble faceta de responsable de Cultura y portavoz se permitía cerrar sus comparecencias con una especie de guía de ocio para el fin de semana.
La actual portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, no corre riesgos: no se para con los periodistas -lo ha hecho tan solo en una o dos ocasiones, según las fuentes consultadas- y deja esa tarea en manos del Secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, un reputado profesional que antes de llegar al Gobierno era una de las caras de los informativos de Cuatro. Celaá da la impresión de querer marcharse cuanto antes, aunque ya ha dejado de mirar al reloj con insistencia como hizo en su primera comparecencia allá por junio.
“Me parece que una persona educada y culta, no importa en absoluto cuál sea su origen, puede manejarse en cualquier foro o situación”, le dijo Isabel Celaá a Inés García-Albi en el libro ‘Cuestión de Educación’, y ella es una persona educada y culta con licenciaturas en Filosofía y Letras y Derecho y catedrática numeraria de Bachillerato en inglés. Pero, ¿puede Isabel Celaá manejarse en esa especie de potro de tortura en el que pueden llegar a convertirse hoy una rueda de prensa de un político en Madrid?
Trasladamos la pregunta a periodistas que acuden los viernes a la comparecencia de Celaá y el diagnóstico -a pesar de trabajar para medios con líneas editoriales muy dispares- es común: la portavoz “no está cómoda” y “le falta cintura”. “Se le nota cuando no domina los temas en profundidad y en ocasiones ha abierto frentes que no debería”, explica una redactora. Todos recuerdan su frase sobre las bombas vendidas a Arabia Saudí: “Son láser de alta precisión y, por tanto, no se van a equivocar matando yemeníes”. Es una de esas afirmaciones por las que puede ser recordada una carrera política.
Celaá no asiste -no está entre sus atribuciones hacerlo- a la reunión de Secretarios de Estado y Subsecretarios en la que maduran los asuntos que dan el salto al Consejo de Ministros. “Es portavoz del jueves por la tarde, cuando prepara su intervención, al viernes al mediodía cuando se celebra la rueda de prensa”, sostiene una de las periodistas que cubre al Gobierno. Aunque hay excepciones: la pasada semana convocó a los medios para responder al ultimátum de Torra.
Rigurosa, estricta y sobria
Celaá es estricta, rigurosa y puntillosa en el trabajo. Y sobria de esa forma un tanto temperamental con la que lo son los británicos -o mejor dicho, los vascos- a la hora de comunicar. “Suena altiva”, coinciden varios interlocutores de Madrid. “De altiva, nada”, “no es estirada” y “es muy cercana” insisten reporteros que han seguido su trayectoria en el País Vasco. “A Celaá se la ve altiva aunque no lo sea, lo mismo que en Euskadi el tono ’chulapo’ parece arrogante cuando no lo es: hay determinado tono vasco que puede ser malinterpretado en Madrid como cierto tono madrileño en Euskadi”, explica un plumilla con muchos años de experiencia. Un periodista vasco asentado en Madrid lo define con otras palabras. “A un camarero vasco le pides una caña y te pone una caña, y ya está”. Efectivamente, no todos los vascos somos como Arguiñano.
Sin embargo, Celaá cumple con algunos de los principios de la termodinámica comunicativa gubernamental. Siempre mejor: respuestas cortas. Siempre mejor: no salirse del argumentario aunque la respuesta a la pregunta pueda parecer un ‘manzanas traigo’. Celaá habla claro y despacio, de forma didáctica, para que se le entienda. Tiene tono de profesora y profesora fue en su juventud en un instituto de Getxo. “Su fama de profesora dura y hueso le precedía”, escribió Inés García-Albí. El problema es que en la clase de los viernes en Moncloa la que responde a las preguntas es la profesora. Y el aula últimamente anda revuelta. “Las habilidades oratorias académicas no son las mismas que las de la comunicación política”, apostilla uno de los periodistas que acude a sus comparecencias.
Y como a la mayoría de los profesores, cuando le molesta algo, no lo sabe disimular. “Me encuentro cada semana con preguntas que son de entrada condenatorias, cual si fueran sentencias de tribunales”, se quejaba Celaá en una entrevista con Pepa Bueno. La portavoz del Gobierno procede de un país -el País Vasco- donde las preguntas son casi siempre absolutorias.
“Todo vale en esta cacería”
“No deja de darnos caña todo el mundo día sí y día también”, dicen fuentes de Moncloa. “En esta cacería, todo vale”, explica un socialista vasco que compartió responsabilidades con Celaá en el Gobierno vasco. En el Gobierno y su entorno se lamentan de la campaña de acoso y derribo que dicen estar sufriendo a veces utilizando las cloacas del Estado camufladas como periodismo.
Tras recibir duras críticas por atreverse a criticar a determinados medios de comunicación y coquetear con la idea de plantear regulaciones sobre la libertad de información, el Gobierno trató la semana pasada de zanjar la polémica y el viernes pasado Celaá aseguró que el Ejecutivo “mantiene la libertad de expresión y de prensa, hasta ahí podíamos llegar”.
En el fondo, tras las virtudes y defectos de Isabel Celaá, está la debilidad de un Gobierno con 84 diputados en el Congreso. Cada error -por mínimo que sea- o cada información -por lo poco atada que esté como el falso plagio de la tesis de Pedro Sánchez- tiene capacidad para convertirse en un tsunami. “En Euskadi vivís en otro mundo: ni el Abc ni El Mundo son capaces de marcar la actualidad”, recordaba hace muchos años en Bilbao un jefe de informativos de la Cadena Ser. El ecosistema de la capital es algo nuevo para la portavoz del Gobierno.
Y, sin embargo, aunque las comparaciones siempre son odiosas, el punto en el que se encuentra el Gobierno de España recuerda en algunos aspectos a lo que Celaá vivió durante los casi cuatro años que estuvo al frente de la consejería de Educación del Gobierno vasco liderado por Patxi López. Entonces, como ahora, la oposición menospreciaba al Gobierno por considerarlo ilegítimo: en Euskadi, por desplazar al PNV de Ibarretxe cuando la izquierda abertzale estaba ilegalizada; en Madrid, por llegar al poder con los votos de los independentistas catalanes tras una moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy.
“La entrada fue muy dura”, recuerda uno de los asesores de Celaá en el Gobierno vasco. El PNV lanzó una campaña contra los socialistas que, en todo caso, Celaá pudo capear con menos complicaciones que otros compañeros de su gabinete. Celaá es la política vasca que más sabe de Educación. Entregada a sus responsabilidades, apenas dormía, y repasaba hasta la última línea de los discursos que sus asesores le habían escrito, incluso aquellos que habían sido redactados para actos protocolarios de escasa relevancia. Es un sistema de trabajo que mantiene hoy en día: no quiere dejar pasar ni un detalle de los temas que aborda en la rueda de prensa de los viernes.
Sus defensores resaltan el avance que hizo en Euskadi con el trilingüismo para superar el debate sobre los modelos educativos o el impulso a las nuevas tecnologías en las escuelas vascas. También es recordada por borrar del currículum vasco las referencias a Euskal Herria como entidad política. La denominación se limitó a su acepción cultural, algo que no contentó a muchos nacionalistas vascos y a otros tantos nacionalistas españoles.
Aunque no todo son parabienes. “Su discurso es impecable y hay que reconocerle la competencia en la materia, pero su paso por Educación fue muy decepcionante”, afirma José Manuel Martínez de STEILAS, el sindicato mayoritario en la enseñanza vasca. “Nuestra sorpresa llegó cuando el PSE mantuvo toda la financiación a la escuela concertada en los tramos en los que la educación no es obligatoria”.
En el PSOE no tienen ninguna duda de que Isabel Celaá es una excelente ministra de Educación. Sobre la portavocía del Gobierno, las visiones que ha podido recabar este medio no son tan entusiastas: la sombra de la labia de Rubalcaba es muy alargada. Más si cabe, cuando Celaá es una política recién aterrizada en Madrid y desconoce de primera mano el ambiente en el que se desarrolla la política y el periodismo en la Corte. Lo suyo es la Educación. Cuando habla de ello, le brillan los ojos.
“No hemos tenido ocasión de empatizar para disculparla”, señala un habitual de la rueda de prensa postconsejo de Ministras. Celaá no es una fuente a la que se acuda para abordar los marrones diarios de la convulsa actualidad española. Pocos lo reconocen pero a los periodistas nos gusta sentirnos deseados por los políticos. Un político que tiene una relación amistosa con el periodismo tiene más boletos en la rifa de los titulares dulcificados.
Feminista y de izquierdas, Isabel Celaá citaba a Simone de Beauvoir en los primeros setenta. Y leía a Edna O'Brien, la escritora irlandesa que escandalizó a la sociedad católica de su país. A ella le dedicó su tesina de 1972 -que todavía se guarda mecanografiada en el segundo sótano de la biblioteca de Deusto en Bilbao-, una tesis doctoral en la que estudió el mensaje literario de O´Brien: la soledad es la única realidad permanente del individuo. “En el caparazón de nuestra soledad”, se titula la tesis doctoral. “En el caparazón de la soledad de ser la portavoz del Gobierno”, podría haberse titulado este perfil. Un titular demasiado rimbombante. Incluso para Celaá.