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Cuando el maltrato es institucional: la lucha de Amaia por que sus hijos estén a salvo de las agresiones de su propio padre

Hace más de dos años que Amaia se separó del que era su pareja y padre de sus dos hijos. Las razones, el maltrato psicológico que ejercía sobre ella y la agresión que recibió por parte de él cuando aún estaba embarazada. Amaia no podía creerse que a ella, que tenía estudios y un buen nivel de vida, le estaba ocurriendo eso. Decidió no denunciarlo por miedo y, sumida en el circulo de la violencia llegaron a un acuerdo lo menos malo para sus hijos. Aunque la violencia física cesó, el control y las amenazas con quitarle a sus hijos seguían ahí.

Fue en vacaciones cuando su hija detalló las cosas que su padre le hacía cuando estaban en la cama. Todos se quedaron asombrados y aterrados mirando a la pequeña, pero trataron de tranquilizarla, puesto que ella no era consciente de que lo que le había pasado era algo malo, solo sabía que no le gustaba, que le incomodaba y que le daba vergüenza.

Días mas tarde, cuando regresaron de estar con su padre, el niño apareció con hematomas por el cuerpo y decía que había sido su padre, que estaba enfadado y que le había hecho daño. Amaia le preguntó a su hija y los dos niños explicaron con detalles lo que había sucedido.

Aún en estado de shock, Amaia llevó a los niños con la pediatra, al ambulatorio. Al ver al niño, la médica le hizo un informe y los mandó a casa. Horas más tarde la llamó para que llevara a los niños al hospital dadas las sospechas. Una vez en el hospital, abrieron los protocolos de maltrato y abuso sexual infantil y mandaron el aviso a la Fiscalía. Le dijeron que tenía que denunciar a su expareja, ya que en el caso contrario estaría incurriendo en un delito de encubrimiento.

Fue en la Ertzaintza donde empezó lo que Amaia describe como “una vorágine desenfrenada”. Al día siguiente de pasar por el hospital, fueron al Juzgado. Allí, la jueza y la forense vieron al niño e inspeccionaron los golpes y las marcas y también hablaron con la niña, pero esta, al encontrarse en un espacio extraño con gente desconocida, no articuló palabra.

A raíz de lo ocurrido, trataron de localizar al padre de los niños, que estuvo durante días en paradero desconocido. Al ver eso, la jueza dictó una orden de alejamiento del padre hacia sus hijos. Cuatro días más tarde, él apareció acompañado de su abogado y declaró. Sin embargo, al ver que había indicios de violencia, la jueza dictó por segunda vez la orden de alejamiento. Así estuvieron meses, hasta que el padre recurrió a la Audiencia Provincial, un órgano superior, y quitaron la orden de protección de los niños, por lo que el juez dictó de golpe cumplir un régimen de custodia compartida con su padre.

Los niños, después de estar meses sin ver ni convivir con su padre empezaban a entender poco a poco lo que estaba pasando, pero al saber que tenían que volver a verlo, la niña comenzó a autolesionarse en la escuela, hasta el punto de darse cabezazos y morderse cuando su padre tenía que ir a recogerla.

“Al decirme en el colegio que la niña se autolesionaba, que tenían un registro de conductas extrañas de la niña, como juegos sexuales, decidí acudir al Juzgado, para que viesen cómo estaban mis hijos, y pedir que alguien parase esto. Mis hijos han tenido una orden de protección, este tío está siendo investigado por un delito de maltrato y otro delito de abuso infantil ¿y nadie hace nada para parar esto?”, ha manifestado Amaia en una entrevista con eldiarionorte.es. “Las sentencias, son sentencias”, le respondieron desde el Juzgado, por lo que Amaia ha pedido a la escuela que declare lo que sepa al respecto.

A su vez, el padre ha negado absolutamente todo y acudió a los servicios sociales a denunciar a Amaia y a su entorno por manipulación, ya que, asegura que “ella manipula a los niños y que tiene un desequilibrio mental”. A raíz de eso, los servicios sociales están investigando tanto a Amaia como a su entorno. Un educador social mira qué hay en el frigorífico, qué guardan en los armarios, cómo juega con sus hijos. “En cambio a él, no se le ha hecho ningún tipo de seguimiento, ya que el asunto está en los tribunales”, señala, impotente, Amaia.

Las ideas preconcebidas que tenemos nos llevan a pensar “¿cómo será el padre de estos niños? ¿Tendrá problemas de drogodependencia o de algún tipo? No. Es un padre normal, muy estratega y calculador, con su trabajo, su vida social y su cara bonita. Él se cuida mucho la imagen que tiene que proyectar y por eso a la gente se le hace tan duro asimilarlo. Les es más fácil creer que una madre ha perdido la cabeza y lo está haciendo por despecho o venganza, que aceptar que un padre ha hecho una depravación de este nivel con su propios hijos”, sostiene.

“Te dicen que denuncies, pero el sistema te abandona”

El maltrato –o desamparo- institucional ha afectado a Amaia hasta tal punto que si volviera atrás no volvería a denunciar: “Te dicen que denuncies, eso lo ponen en todos lados, que te van a apoyar, pero una vez que denuncias te quedas sola y todo lo que hagas puede ser utilizado en tu contra. Te encuentras ante una situación en la que tienes que buscar pruebas, tienes que dar evidencias para demostrar que ha pasado, porque los testimonios no valen, porque pueden estar manipulados. Es algo que no te imaginas que pasa, yo inocentemente tenía la esperanza de que, a nivel jurídico, con los niños sí que tendrían cuidado, que los niños son sagrados, pero me doy cuenta de que no. Tenemos una sociedad montada en la que los derechos del padre están por encima del bienestar del niño”.

“En este momento mi mayor temor es que la maquinaria institucional, arme su propia tesis e intenten buscar argumentos para alimentar esa idea de que yo manipulo o miento. Si los niños se oponen a ir con su padre, soy yo la que estoy incidiendo en ellos y manipulándolos. Si no se oponen, aquí no ha pasado nada, que todo ha sido un invento mío porque adoran a su padre, y claro que le quieren, necesitan quererle; es su padre”, señala.

Ahora deben esperar a la resolución judicial. Las opciones que baraja Amaia son, la absolución o el archivo de la causa por falta de pruebas. Porque a nivel judicial parece que para que haya un castigo necesitan las cabezas de mis hijos por delante . A partir de ahí, Amaia incide en que “toca esperar y seguir adelante” pero no puede evitar preguntarse: “¿Alguien se puede imaginar lo que es esperar días y días para unos niños que están bajo el techo de un padre como él?”.