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Análisis

¿Quién mandó las vacunas a Santa Marina?

30 de enero de 2021 21:38 h

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Euskadi no ha sido diferente a Murcia o a Ceuta. Las irregularidades en la administración de las vacunas contra la COVID-19 se han colado de lleno en la agenda vasca de igual modo que un pequeño pero significativo número de personas se han colado en la larga fila para recibirlas. Hasta este viernes -casi cinco semanas después de que una furgoneta procedente de Guadalajara dejara en Txagorritxu las 405 primeras dosis de Pfizer- se han vacunado unas 45.000 personas. Son unas 9.000 por semana. A este ritmo se necesitarían 242 semanas para llegar a toda la población. Si eres joven y sano, quizás puedas llegar vacunado a los Juegos Olímpicos de París 2024. Al menos los cortes de suministro no dejarán a nadie a medias: la Sanidad vasca tiene claro que guardará siempre el 50% de las remesas que reciba para garantizar la segunda dosis siempre.

Los más sonados han sido los problemas en el hospital Santa Marina de Bilbao. Alguien quiso presentar como si fuera una residencia de mayores y que allí se vacunara desde el primero hasta el último -¿también los pacientes?- cuando hay sanitarios de otros centros a los que les han cancelado hasta dos veces la cita para el pinchazo o que piden –como unos profesionales de Bidasoa- que los pacientes vayan mejor a otros hospitales ya que en el suyo se ha vacunado a muy poca gente.

Al frente de Santa Marina estaba un hombre de Iñaki Azkuna, José Luis Sabas. Es un arquitecto que fue concejal y gestor ferroviario y que ha acabado su carrera -literalmente- metido a director de hospital. Procuró vacunas no sólo a toda la plantilla, sino a los directivos, a externos –sindicalistas, religiosos, repartidores y reponedores- y, desde luego, a sí mismo. Alguien editó un vídeo musical de la ocasión para la posteridad con imágenes y alguien mandó a un equipo de TVE para rodar la proeza. Santa Marina D’Or, ciudad de vacunaciones. “Nos ofrecieron la posibilidad de vacunarnos. Lo pensamos y nos pareció que era más responsable hacerlo. La forma de intervenir y estar en primera línea puede tener trascendencia no tanto para nosotros sino para las personas a las que visitamos. Puesto que nos las ofrecían, nos parecía más responsable aceptar”, ha contado el capellán de Santa Marina en Radio Euskadi.

Repite Sabas que tenía el visto bueno de la mismísima consejera de Salud, Gotzone Sagardui, para semejante operación. Ha hecho públicos los mensajes de Whastapp de aquellos días, aunque el Gobierno niega la mayor e insiste en que Sabas, como el resto de gestores, tenían que tener claro el protocolo de vacunación: primero los de primera línea y nunca jamás el gerente y hasta los del ‘vending’. Parte de la plantilla de Santa Marina ha cerrado filas con su jefe, al que consideran el mejor. Cuentan que hasta les subía en su coche en días de nieve y que esto es una caza de brujas.

El problema en Santa Marina no es solamente que Sabas autorizara 550 vacunas de una tacada. La duda es quién dio la orden efectiva de enviar viales para todos ellos cuando el protocolo impedía hacer algo semejante. La oposición se lo ha preguntado a Sagardui y la cuestión sigue en el aire. La consejera sí ha admitido descontrol y se han anunciado procesos más rigurosos de cara al futuro.

El escándalo en Santa Marina ha opacado el del hospital de Basurto. Allí el gerente también fue concejal del PNV en Bilbao, Eduardo Maíz. El 3 de enero él y otros altos cargos del centro se vacunaron. Quedaban 12 días para que se iniciase el proceso en sanitarios. Por aquel entonces, solamente se vacunaba en residencias y en muy pocas. En algunas han aparecido brotes con muertos en esta fase transitoria hasta la inmunidad desde que han empezado a llegar vacunas. Aquel domingo navideño quedaron en Basurto algunos ‘culillos’ de Pfizer, excedentes de una residencia. Eran diez dosis y se pensó en administrarlas a mayores residentes que estuvieran ingresados por temas diferentes a la COVID-19. No encontraron a tantos y siguieron sobrando. Ahí es cuando se pincharon Maíz y el resto. Lo hicieron con nocturnidad –porque era ya muy tarde- y con alevosía –porque nadie registró esas dosis oficialmente-. Sagardui ha explicado, además, que Maíz se resistió a dejar el cargo cuando se destapó lo ocurrido merced a una denuncia sindical. Él y su gente ya tienen inmunidad, ya que han recibido ya la segunda dosis. A nadie se le negará aunque la primera fuera manifiestamente irregular.

Otra pregunta en el aire es por qué había 61 sanitarios con las dos dosis ya inoculadas este miércoles, 27 de enero, cuando el proceso para ellos se inició el 15 y han de mediar 21 días entre pinchazo y pinchazo. ¿Quiénes forman ese grupo aparte de Maíz y compañía? Dos casos más sí han trascendido, los de dos directivas del hospital de Mendaro que también se vacunaron con sobrantes de una residencia. Su caso lo ha visto justificado Osakidetza porque es personal que atiende pacientes y porque no había otra alternativa mejor antes de tirar la vacuna y desaprovecharla. Con todo, a las 24 horas de conocerse su caso dimitieron.

Toda la oposición está reclamando ya la marcha de la consejera de Salud, Gotzone Sagardui, que apenas lleva cinco meses en el cargo. “¡Esto es una verbena!”, clamó la portavoz de EH Bildu en la comisión de Salud, Rebeja Ubera. El lehendakari, Iñigo Urkullu, contó que estaba triste y con rabia por lo que está ocurriendo. Llegará el momento en el que desclasifique sus notas y archivos sobre la pandemia como hizo con los de su mediación en el ‘procés’ catalán.

Entretanto, siguen recogiéndose los frutos de la operación para salvar la Navidad. Las UCI vascas ya han llegado a superar su ocupación máxima de noviembre, Bilbao y Vitoria han llegado ya a una tasa mayor que la de entonces y, sí, sigue muriendo gente. En las residencias, singularmente. 

elDiario.es/Euskadi

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