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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El muro de Francia para los migrantes en tránsito no desaparece pese a la solidaridad con Ucrania

A las 9.00 horas, en el callejón del antiguo concesionario de Opel en la zona de Hilanderas de Irún, un numeroso grupo de jóvenes africanos salía de lo que ahora es un albergue del Gobierno central, gestionado por Cruz Roja. Unas 28 personas han pernoctado entre este jueves y este viernes, según datos oficiales. En el último lustro, la frontera entre España y Francia en este punto se ha convertido un muro invisible para los migrantes en tránsito. La Policía Nacional de la república practica devoluciones en caliente día y noche a pesar de ser un paso fronterizo del espacio Schengen y ha forzado a los que buscan seguir su ruta a explorar vías alternativas como el río Bidasoa, donde algunos de ellos han fallecido ahogados en los últimos meses. Ahora, el albergue de Hilanderas se ha ampliado de la Opel al pabellón 55 del mismo polígono industrial. Allí se han instalado 120 camas (y dos cunas). Lo que iba a ser un refuerzo para los jóvenes africanos se ha reconvertido de urgencia en punto para la acogida de refugiados de la guerra en Ucrania. Pero que el foco ahora se pose en otro conflicto no ha hecho desaparecer el drama de quienes cruzan el continente en dirección contraria.

El lehendakari, Iñigo Urkullu, ha encabezado la visita institucional a las dos instalaciones de Hilanderas, la vieja y la nueva. Antes, de la mano del alcalde de Baiona y presidente de la ‘aglomeración’ que agrupa a los territorios de Iparralde, Jean-René Etchegaray, han realizado un acto conjunto bajo una carpa en el puente de Santiago, el punto donde el reino se hace república y la república reino. También ha estado presente el alcalde de Irún, José Antonio Santano, y su vecino de Hendaya, Kotte Ezenarro, entre otras autoridades.

El acto estaba cargado de simbolismo. El lugar en sí arrastra el peso de la historia. Los dos trenes transfronterizos que han pasado mientras parlamentaba Urkullu finalizan su trayecto en la estación de Hendaya donde Francisco Franco agasajó a Adolf Hitler. Por Santiago huyeron miles y miles de personas durante la Guerra Civil. En Santiago la Gestapo nazi entregó a las autoridades españolas al ‘president’ Lluís Companys, que luego sería fusilado. En el puente paralelo construido en el mismo punto más recientemente era perfectamente visible el control ya fijo de la Policía Nacional francesa.  Allí mismo, a plena luz del día, se han documentado centenares de devoluciones en caliente de personas en tránsito en los últimos años. Han llegado a movilizar a agentes jubilados para reforzar los controles.

La fecha, 11 de marzo, coincide también con el día europeo de las víctimas del terrorismo por ser el aniversario de la masacre yihadista en Madrid. Y con el segundo aniversario desde que el coronavirus se convirtiera oficialmente en pandemia mundial. Urkullu, en su discurso, ha recordado a las víctimas del terrorismo, a las de la guerra en Ucrania y también a los migrantes en tránsito. Ha definido Santiago como un “puente de recuerdo” y un “símbolo de tránsito”. Se ha hecho acompañar de dos mujeres ucranianas -una de ellas portaba a su espalda una bandera del país invadido por Rusia-, de dos jóvenes africanos y de dos mayores vascos que fueron “niños de la guerra” en 1936. “No miremos al diferente con miedo. Ayudemos como nos ayudaron”, ha solemnizado Urkullu en un discurso pronunciado en euskera y en castellano.

En francés y solamente en francés ha tomado la palabra Etchegaray, político centrista. Ha recordado por su nombre completo a todos los migrantes fallecidos y pedido “aportar una respuesta humanitaria a la situación de los migrantes en tránsito”. Ha señalado igualmente que ‘fraternité’ es un valor fundacional de la República Francesa. También ha tenido un recuerdo para la crisis ucraniana. En el propio puente, aunque sin llegar a entrar en ningún momento a territorio francés, han quedado depositadas unas flores y una minibandera de Ucrania. Algunas de las flores han sido arrojadas a las aguas del Bidasoa, cuyas corrientes de un viernes muy ventoso en la comarca rápidamente se las han llevado hacia el mar.

La comitiva se ha desplazado después desde allí hasta Hilanderas. El nuevo pabellón de apoyo al albergue original, igualmente llevado por Cruz Roja, es el número 55 del polígono y está ubicado frente a unas cocheras de autocares urbanos y entre talleres mecánicos. En uno de ellos, sorpresivamente, aparca un viejísimo taxi de Londres. Nada en el exterior indica el fin de ese nuevo refugio. Su interior todavía huele a nuevo y, en grande, hay un gran cartel que reza “Humanidad” como bienvenida. En la entrada hay una pequeña recepción con un escáner y un portátil. A la derecha, unas taquillas de portezuela azul y decenas de tomas de corriente. Un 30% de los migrantes en tránsito -explican en la visita- solamente usa los recursos para cargar el móvil y seguir la marcha hacia las oportunidades soñadas en Europa.  Quienes más se quedan pasan a los sumo dos o tres noches. A la izquierda, un fregadero, un microondas y una estantería con pan de molde, magdalenas, Cola-Cao, leche, Nocilla XL, alimentos infantiles y conservas enlatadas, todo ello en perfecto orden. En la planta baja hay 30 literas y dos cunas que desean felices sueños en francés. Arriba hay otras tantas literas. En todas las camas hay una bolsa roja con el logotipo de la Cruz Roja. En los baños, se apilan unas cajas con esos ‘kits’ básicos de supervivencia con las palabras “Cruz Roja Española”. Las camas habilitadas son 120 pero las plazas máximas posibles 150.

Explica el Gobierno que el pabellón 55 ya estaba preparándose como refuerzo de Hilanderas. En algunas épocas, coincidiendo con llegadas más concurridas a las fronteras del sur de la Unión Europea, la afluencia en Irún y Hendaya es mayor y, sin el apoyo del albergue de los peregrinos del camino de Santiago, el viejo concesionario no da abasto. Sin embargo, las circunstancias han obligado a reorientarlo de manera rápida. Euskadi ha estimado que puede tener que atender la llegada de “3.000 o más” refugiados de la guerra en el peor de los escenarios. La mayoría son mujeres y menores, ya que ellos se han quedado en el frente. “Hay hombres pero no van a querer hablar. Son desertores, claro”, explican a los periodistas en la entrada del nuevo recinto. En las últimas horas, con la colaboración de CEAR, ha habido que reubicar rápidamente a 70 personas llegadas a Álava. El plan de contigencia es claro: nadie se tiene que quedar ni una sola noche al raso.

“Pero esto no puede hacernos pensar que ya no vienen de Marruecos o que en Yemen no hay guerra”, pide anónimamente un operario de la Cruz Roja. “Quieren pasar al otro lado sea como sea”, contaba una de sus compañeras al lehendakari sobre los migrantes africanos y los problemas con Francia. A las 12.30 horas, al término de la crónica, un numeroso grupo de mujeres jóvenes africanas enfilaba la entrada del albergue. Mientras SNCF ofrece todo tipo de facilidades a quienes vienen de Ucrania para cruzar la frontera en dirección a España y Portugal, el muro para quienes huyen de su guerra en dirección contraria sigue siendo una realidad.

elDiario.es/Euskadi

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