Anabel Alonso, actriz: “En cine o TV el baremo de belleza en el hombre y la mujer todavía está muy desequilibrado”
Para los más jóvenes, su voz encarnó a uno de los personajes más queridos del universo de Disney, Dory, de Buscando a Nemo. Para los algo más mayores, fue Diana Freire en 7 vidas, una de las primeras veces en la que las historias cotidianas que le ocurrían a una chica lesbiana se adentraban en las casas de los españoles de finales de los 90 y principios de los 2000 en 'prime time'. También ha sido Pruden durante 122 episodios de Los ladrones van a la oficina, Benigna en Amar es para siempre durante 2.406 capítulos y hasta la Celestina, obra de teatro que protagoniza a día de hoy.
Anabel Alonso Gómez (Barakaldo, 1964) hace un hueco en su apretada agenda para atender a elDiario.es/Euskadi y realizar un recorrido sobre su trabajo, sus múltiples personajes, la conciliación o la falta de ella en el mundo del cine y la televisión, las opiniones personales en redes sociales o el distinto baremo entre la belleza de los hombres y las mujeres. Todo ello en una carrera plagada de éxitos que le ha llevado a donde empezó: su Euskadi natal.
¿Cuándo supo que quería ser actriz?
A los 15 años. No te sé decir qué fue primero, si el huevo o la gallina. Yo creo que primero quise ser actriz y después me busqué un grupillo de teatro por Santurtzi. Cuando entré ahí vi que realmente era lo mío.
Puede que esta pregunta sea difícil de responder, pero ¿cuál es el personaje que más le ha llenado a lo largo de su carrera?
Es complicado. Digamos que el que me 'consagró', entre comillas, fue la Pruden de Los ladrones van a la oficina, por todo el reparto con el que estuve acompañada y todo lo que supuso para mí.
¿Y cuál ha sido el más difícil?
Deja que piense.
Claro, tranquila.
Mira, me acabo de acordar. Para mí, la obra más difícil fue una función que hice en euskera, porque me la tuve que aprender de memoria. Yo no sé euskera y me aprendí todo de memoria. Recuerdo que interpreté a una bruja y, aunque fue complicado, salí airosa.
¿Alguna vez ha vuelto a interpretar en euskera, aunque fuera de memoria?
No, nunca. Luego me mudé a Madrid y mi carrera la he hecho allí.
En la serie '7 vidas', ¿dolían las collejas de Sole, el personaje interpretado por Amparo Baró?
(Risas) A ver, en general no, aunque alguna vez no acertaba a darla en el sitio concreto y entonces sí que te daba como un escalofrío por la espalda. Pero vamos, al que se las daba con ganas era al frutero.
¿A Santi Rodríguez?
Sí, a Santi. A él se las daba con muchas ganas. Con [Carmen] Machi o conmigo era benévola.
Meter una lesbiana en una serie en 'prime time' para toda la familia y ver la acogida que tuvo, fue un regalazo que no teníamos previsto
¿Cómo fue trabajar con aquel reparto?
Pues fue una pasada. Cuando estás metida en el lío no te das cuenta, pero luego echas la vista atrás y ves que has trabajado con los mejores actores de tu generación y que, además de eso, nos lo pasábamos bien, nos divertíamos y lo disfrutábamos mucho. La serie también tuvo muchísima repercusión y mucho éxito. ¿Qué más se puede pedir? Todo era maravilloso, los compañeros, los guiones, la acogida del público... Además de que nos dieron muchísimos premios, fue una barbaridad.
Fue una serie que abrió camino y muy avanzada a su tiempo. De hecho, le tocó interpretar la boda de Diana, una boda entre mujeres, cuando en España todavía no existía ese derecho. ¿Qué supuso para usted?
Fue algo alucinante. Cuando me propusieron el giro del personaje, un poco para darle más vidilla, no fuimos conscientes de lo que implicaba ni de la repercusión que tendría el hecho de que Diana se diera cuenta de que le gustaban las mujeres. De repente meter una lesbiana en una serie en 'prime time' de gran audiencia un domingo por la noche para toda la familia y ver la acogida que tuvo, fue un regalazo que no teníamos previsto, porque a partir de ahí no sabes la de cartas que nos llegaban. Nos dieron muchísimos premios de grupos y asociaciones LGTBI. Nos llegaban cartas en las que chicos y chicas nos decían lo mucho que significaba para ellos ver la serie con sus padres. Chicas de pueblos pequeños que se veían representadas en Diana y se daban cuenta de que en realidad no eran raras. Nos metíamos en las casas de una manera fresca y directa porque a Diana le pasaban las mismas cosas que al resto de los mortales: le despedían del trabajo, se enamoraba y no le correspondían... Los guionistas hicieron un trabajo maravilloso porque lo hicieron absolutamente cotidiano, fresco, directo, sin grandes comeduras de coco y demostrando que los personajes LGTBI son mortales a los que les pasan exactamente las mismas cosas que al resto.
¿Cómo fue para usted iniciarse como actriz de doblaje interpretando un personaje como Dory?
Cuando me lo propusieron me hizo ilusión interpretar un personaje de Disney, pero yo pensaba que sería un personaje con cuatro o cinco frases. Cuando vi cómo era Dory y el protagonismo que tenía les dije que yo no había hecho doblaje en mi vida. Gracias a Eduardo Gutiérrez, el director de doblaje de la película, que me ayudó muchísimo y me dio mucha seguridad, lo conseguimos hacer así. Él fue quien se arriesgó y se inventó a la Dory que tenemos en la versión española, que es más expresiva y menos monótona que la original.
A día de hoy trabaja en una obra de teatro interpretando a la Celestina. ¿Qué aporta el teatro que no tienen la televisión o el cine?
En el teatro primero está el proceso de trabajo hasta que estrenas, que es muy gratificante en el sentido de que vas probando y descubriendo. Tienes 45 días para probar, investigar y equivocarte, pero una vez que estrenas no se acaba el trabajo, empieza otro, en el que afianzas o descubres cosas nuevas. Yo ahora voy en la función 130 de la Celestina y sigue viva porque vas descubriendo cosas nuevas con los compañeros o con el público. Te sabes el texto, pero el personaje lo vas conociendo según haces las funciones y eso es algo que te enriquece y te aporta como actriz. Eso además de la relación con el público, la respuesta inmediata y el hecho de que ninguna función es igual a la anterior. Hay muchísimas cosas que hacen que el teatro sea algo diferente y único.
La conciliación es muy complicada y mucho más cuando no tienes un soporte familiar. No te lo ponen nada fácil
Más allá de su trabajo como intérprete ha participado en programas de televisión como MasterChef. ¿Cómo fue esa experiencia teniendo en cuenta las críticas que tiene el programa?
Yo personalmente he disfrutado una barbaridad, además he sido reincidente. Cada uno siempre cuenta la feria según le va y es un programa de televisión en el que tienes que dar espectáculo, aparte de trabajar, que trabajábamos muchísimo. Evidentemente, había tensión y tenías que sacar los platos y las pruebas, pero también tienes que entretener y divertir. Yo nunca vi ninguna cosa rara. Cuando metí la pata me eliminaron. Mi experiencia fue fantástica.
En una carrera tan extensa y potente, ¿hay lugar para la conciliación laboral y familiar?
Lo hay, pero a duras penas. La conciliación es muy complicada y mucho más cuando no tienes un soporte familiar o unos abuelos que te ayuden. Cuando no puedes, tienes que tirar de niñera. Es complicado y no te lo ponen nada fácil. Yo afortunadamente tengo medios y puedo contratar a alguien, pero si no los tuviera tendría que renunciar a muchísimas cosas para disfrutar del enano. Con el trabajo tengo que viajar y salir, pero mido mucho mis compromisos y digo que no a todo lo que sea impepinable. Las salidas y los estrenos pasaron a la historia de momento.
Es una de esas actrices que no duda en dar su opinión en redes sociales. ¿Alguna vez opinar abiertamente sobre algo le ha hecho no conseguir algún papel o le ha supuesto problemas en su trabajo?
Que yo sepa no he perdido ningún trabajo por dar mi opinión en redes, pero no lo sé. Puede que también haya perdido algún trabajo porque le caía mal a alguien. En este trabajo es todo tan voluble, tan aleatorio y depende de tantísimas cosas que es difícil saberlo. Este trabajo no es por dar tu opinión o porque la dejes de dar, puedes perderlo directamente por no gustar a alguien.
Los hombres no se tienen que ajustar a un tipo de belleza en el cine. Ahí tenemos a Luis Tosar, Javi Gutiérrez o Javier Cámara
¿En el caso de las mujeres también entran otros factores como la edad o el físico o en este sentido la cosa va mejorando?
Más o menos sigue igual. Ahora hay más directoras y guionistas, pero aún cuesta. Se están dando pasos, pero ves el panorama en general y en el caso de los hombres no se tienen que ajustar a un tipo de belleza. Ahí tenemos a Luis Tosar, Javi Gutiérrez o Javier Cámara. Sin embargo, en el caso de las mujeres, todo es más convencional. En cine o televisión el baremo de belleza en el hombre y la mujer todavía está muy desequilibrado.
Se le ha visto últimamente por EiTB, qué ¿supone para usted volver a Euskadi?
He vuelto por amor a la tierra. Desde que empecé nunca me habían llamado y han pasado casi 40 años. Cuando me llamaron para colaborar dije que sí aunque es bastante complicado ir hasta Donostia. Lo he hecho por esa nostalgia y ese cariño. Ya vale de eso de no ser profeta en tu tierra.
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