Aunque pueda parecer un buen título para un artículo cómico, en realidad es un aviso a navegantes de la tormenta que se puede estar formando en el horizonte económico. Panorama preocupante aderezado con la guerra en Ucrania, que ya está teniendo consecuencias económicas y que tendrá otras que, por inesperadas, podrán tener un mayor impacto sobre la economía, a la que no le suelen gustar las sorpresas.
Empecemos por lo que tenemos claro: la inflación está alta, muy alta. Menos claro quizás esté qué nos ha llevado a estos niveles de inflación no vistos en mucho tiempo. Por un lado tenemos como una de las posibles causas los programas de estímulo y compras de activos por parte del Banco Central Europeo. Esto ha permitido una política fiscal expansiva más allá de lo que el mercado, en un contexto de deuda pública exacerbada, probablemente hubiera permitido, al menos a esos precios.
Un segundo factor claro es el relativo al precio de los productos energéticos. Si en España ya teníamos un problema con el precio de la electricidad, la guerra en Ucrania ha venido a incrementar esos problemas con el alza en el precio de gas y petróleo. Incremento de precios en productos importados que además vienen acompañados de una caída en el valor de nuestra moneda, lo cual redobla el esfuerzo para hacer frente a esos pagos.
El tercer factor concierne a los precios de los cereales debido a la dificultad de Ucrania para poder exportar su producción, y al de los fertilizantes, cuyo principal exportador, Rusia, ha decidido echar el cerrojo a sus ventas en represalia por las sanciones impuestas. Unas sanciones económicas que no impiden que, desde que empezó la guerra a finales de febrero, Rusia haya batido, mes tras mes, récords en su superávit comercial debido, fundamentalmente, al incremento en el precio del gas.
Otros detonantes del proceso inflacionario que estamos atravesando los podemos encontrar en los problemas de la cadena de suministro a nivel global que seguimos arrastrando, y en la política de covid cero que sigue China y que se traduce en estrictos confinamientos. Estos cierres no solo se reflejan en el incremento de precios debido a una menor actividad productiva, sino que también provocan una menor demanda mundial, que ya ha tenido su contrapartida en los datos de pedidos industriales en Alemania, donde la posibilidad de una recesión coge fuerza.
¿Ante este panorama de contracción económica debe el Banco Central Europeo subir los tipos? Pues a priori no parece lo más adecuado, y más teniendo en cuenta que el punto de partida es un PIB real lejos aún de su nivel potencial y con unos salarios reales lejos de incrementarse dado el nivel de inflación actual. No obstante, todo parece indicar que los subirá en su reunión del próximo julio, y eso con los programas de estímulo probablemente ya finalizados. De forma que, a pesar de haber pospuesto la Comisión la vuelta de las reglas fiscales, el exagerado nivel de deuda pública, y el previsible encarecimiento de la misma, puede dejar a los países del sur de Europa nuevamente sin margen para hacer frente a una posible recesión con políticas contra cíclicas.
La subida de tipos no ayudaría precisamente a mitigar una posible recesión. De hecho, si la guerra persiste, va a ser improbable poder dominar la inflación a pesar de esa subida de tipos anunciada, porque los productores, pese a obtener mejores precios por sus productos, verán cómo sus factores productivos incrementan sus precios más aún, desincentivando la producción y, por tanto, encareciendo aún más los productos.
Y un alza de precios nos lleva directos a una nueva crisis humanitaria en África, donde muchos países dependen de los granos exportados por Ucrania. Además, la incertidumbre que provoca la guerra se refleja en un menor interés por invertir, disminuyendo la demanda y elevando la probabilidad de una nueva recesión. Por tanto, lo que se antoja perentorio en el ámbito económico no es un alza de tipos, o una vuelta de las reglas fiscales, sino parar la guerra en Ucrania, whatever it takes…