Nadie ha dudado nunca de que el apoyo de los partidos nacionalistas catalanes a la defenestración de Rajoy tenía un precio. Las cuestiones interesantes (aunque tampoco mucho, por lo previsible que son las respuestas) eran, tan solo, las de qué, cuánto y cómo se va a pagar, y la de la forma en que el nuevo gobierno socialista va a “vender” públicamente las concesiones que va a tener que hacer.
La puja ha empezado a escenificarse ya. Según el informe interno que el gobierno ha difundido estos días a la prensa, “se constata un déficit de ejecución de inversiones y adjudicaciones en Cataluña”, de en torno al 20% y al 40% respectivamente, cosa que, naturalmente, se plantea remediar de inmediato. Esto es el aperitivo. En cuanto se reinstaure una comisión bilateral para reiniciar la negociación política (la misma que lleva dando réditos a los nacionalistas desde hace cuarenta años), se anuncia que se pondrán sobre la mesa nuevas inversiones. Todo sea por visibilizar lo bien que se porta el Estado con su hija más mimada y rebelde.
Ahora bien, si seguimos leyendo el informe que ha publicitado la prensa, resulta que el déficit de ejecución de inversiones es, en Cataluña, menor a la media nacional, sin que por ello, y que se sepa, vaya a tratarse el tema en ninguna comisión bilateral entre el Estado y cada una de las comunidades autónomas que tienen el mismo o mayor déficit. Hay que añadir, por cierto, que pese a ese déficit (menor al de la media), Cataluña obtuvo la cuarta posición en volumen de inversiones licitadas (y la 3ª en adjudicaciones) en 2017, y que es la comunidad autónoma que más inversión estatal recibe en los presupuestos recien aprobados. Solo para inversiones en infraestructuras recibirá un total de 1244,91, lo que supone un 16,7 más que en 2017. Por encima de Andalucía (926,3) o Madrid (677,5), por no hablar de las regiones más pobres, como Extremadura (321,01).
En suma, la estrategia política del gobierno central para ganarse el favor de los nacionalistas catalanes consiste en dar todavía más a los que más acaparan a ver si así dejan, por una temporada, de exigirlo todo y permiten un período de cierta normalidad política. Algo que también necesita el nacionalismo para educar más patriotas e intentar romper el techo del 50% de apoyo a la causa. Un techo electoral que lastra, de momento, pero solo de momento, las posibilidades de obtener aún más beneficios del Estado, con el horizonte de la República Catalana como ideal regulativo-metafísico de toda extorsión. Vamos: lo de siempre.
Dado lo dado. Y por lo aburrido y previsible que es, yo ofrecería una solución imaginativa. Una solución que creo que va a convencer también a la oligoizquierda que apoya a los pobres catalanes independentistas colonizados por el pérfido imperialismo español. Dado que tanto se nos llena la boca a muchos con la cuestión de la memoria histórica y con resarcir a los damnificados de la dictadura, hagamos esa memoria y recordemos la alianza entre el franquismo y la burguesía catalana, o la política económica del régimen desde los años 60 en adelante, por la que se afianza a Cataluña como el motor industrial del país a costa de mantener deliberadamente como despensa, coto de caza, o yacimiento de mano de obra barata a regiones como la extremeña (un asunto que está bastante más documentado que las ficciones sobre historia medieval y moderna que esgrimen algunos independentistas catalanes).
Hagamos, pues, memoria. Con un par de siglos basta. Y, después, contabilicemos la deuda histórica, es decir, lo que debe Cataluña al resto del país por los privilegios recibidos de la dictadura franquista y, posteriormente, de los sucesivos gobiernos de la democracia durante los últimos cuarenta años. Vayamos con esa cifra a la “comisión bilateral” que jamás se ha cerrado entre la oligarquía catalana y Madrid y hagamos la propuesta. Ustedes (la Generalitat) pagan la deuda histórica y nosotros (el Estado) a cambio, modificamos la Constitución por procedimiento de urgencia para que puedan celebrar su referéndum de autodeterminación.
¿Cómo lo ven? ¿Una indignidad política? ¡Seguro! ¿Una boutade? Sin duda. El independentismo sabe que puede amenazar con conseguir lo mismo (que lo quiera conseguir de verdad es otra cosa) mucho más barato. Basta con mantener la influencia en Madrid y diez o quince años más de folclore casposo (lo de jurar los cargos junto a un San Jordi y los cánticos patrióticos de rigor fue nacionalcatolicismo del mejor). ¿Pero qué quieren? Es verano. Hace calor. Y es tan previsible todo lo que va a pasar que la imaginación, inevitablemente, se desboca.