¿Te ha llamado Vara?, me preguntó un conocido que suele seguir la faena política desde el tendido. La interrogante no era ingenua y el que la formulaba lo hacía porque, supongo, me veía en espera de no sé qué. Pues sí, me ha llamado Vara, le respondí, y no le di más explicaciones, con lo que el buen señor todavía estará deshojando la margarita sobre el puesto que me ofreció o que yo persigo. Lástima que no sepa que estoy de vuelta de casi todo y que lo único que anhelo es “que no me quiten el sol”, caminar a mi paso y disfrutar del sosiego que tengo. La libido del activismo y la participación política la tengo muy baja y no hay oferta ni tentación posible. Pasé la página para siempre jamás y sólo espero que no me quiten la tranquilidad recuperada tras el 24 de mayo, porque cuatro años de vergüenza ajena, de ocurrentes y ocurrencias ya fueron demasiado. No puedo remediar sonreír para adentro cuando, ahora, me comentan desde todos los frentes del PP -vaya descubrimiento-, que la sobreactuación, los excesos, las ocurrencias chirriantes y el divismo, han sido causa de la causa del mayor estropicio del Partido Popular en la elecciones autonómicas de toda España... Bienvenidos, pero ¿no os apuntáis alguna culpa con vuestros cuatro años de silencio?
Hay gente sin profesión conocida que se han especializado en hacerse imprescindibles para el que llega. Lo mismo les da que sea blanco, negro, cobrizo o amarillo, porque siempre están de guardia, ojo avizor, jejeje de oreja a oreja, para otear la ruta del que va a llegar y salir a su encuentro. Esa es su profesión. Son zahories políticos que con solo mirar el terreno, ya saben dónde hay agua para saciar su sed. Corchos que flotan en cualquier líquido, tan pragmáticas que no pierden el tiempo en trabajar ni en los partidos políticos porque su especialidad es tan simple como situarse al lado del que manda, para navegar sin esfuerzo siguiendo la corriente que las lleva. Gentuza, garrapatas que se han acostumbrado a vivir holgadamente del erario público, que no aportan nada y que desde luego no se van a romper la uñitas con el engrudo de los carteles. En la tercera entrega de este pequeño recordatorio me pararé un poco en los ocurrentes que llegaron para hacernos un favor y que ahora se quieren quedar, como sea y donde sea, porque no tienen adónde ir. La misma ruina que han traído a su marioneta los ha dejado con el culo al aire.
Unos que ríen otros lloraran… La vida sigue porque, al final, los años barren las idioteces como el viento la hojarasca. En esta carrera de relevos, pocas son las huellas que permanecen y de los esplendorosos cohetes que iluminaron la noche, en unas horas no quedan ni los ecos. ¿Qué quedará del bochornoso primo del chófer? Gozamos de una saludable desmemoria colectiva y no hace falta esperar mucho para conocer lo efímero de algunas soberbias que pronto estarán exclusivamente en la memoria estática de las hemerotecas. De todos modos, hay gente que son porque valen y otros, los más, sólo son porque han estado, pero que sin el paraguas del puestecino vuelven a la intemperie de la que proceden. Los que nacen nada, mueren nada, aunque se “traspolen”. Sin remedio. De ellos no quedará ni el dolor que produjeron porque la vida también se encarga de cicatrizar las heridas y, si acaso, apenas un queloide cuyo origen también concluimos por olvidar. Algunos toreros no son capaces de situar en tiempo y lugar la cicatriz del desgarro que le pudo costar la vida y los únicos toros que permanecen son los disecados y colgados de una pared, con una plaquita metálica claveteada al pedestal. De los idiotas que se creyeron algo porque les tocó un reintegro, ni eso, aunque hayan ido dejando plaquitas y retratos por todas partes. El rastro de la babosa se pierde con las primeras lluvias…
Es necesario pasar página y si se mira por el retrovisor que sea con condescendencia, porque en la historia hay muchas páginas dedicadas a necios que se creyeron su propio personaje. También está llena de rasputines, de vendedores de espuma y de gilipollas que se creen insignes doctores porque saben abrocharse los zapatos. En esta democracia imperfecta que tanto criticamos, está el bálsamo para aliviarnos de tontos y tonterías, aunque a algunos, ay, no les cabe en la boca el palo de fregona que las urnas le han dado. Deberían probar por otro sitio.
El próximo sábado “PEQUEÑO RECORDATORIO (y III)